Ayer fue 8 de marzo y, por lo consiguiente, también el festival del feminismo de escaparate. Un día en el que las marcas nos recuerdan que ser mujer es maravilloso, siempre cuando lo acompañes de un 20 por ciento de descuento en cremas antiarrugas. Porque, claro, la mejor forma de celebrar la lucha por la igualdad es a base de promociones extraordinarias en ropajes deportivos a ser posible teñidos de rosa o morado. O, quizás, con una taza que grite en silencio "girl power", fabricada a saber en qué condiciones y en qué país. Todo muy empoderador.
Pero si hay alguien que sabe sacarle partido al 8M, son los políticos. Unos lo usan para dar discursos grandilocuentes y otros para boicotear las manifestaciones. Mientras tanto, la brecha salarial sigue existiendo, la conciliación laboral es un mito y los techos de cristal siguen intactos. Pero no importa, porque lo crucial es ver quién grita más alto su interpretación del feminismo.
Y hablando de hipocresía y postureo, esta semana hemos tenido ARCO. La feria de arte contemporáneo donde, un año más, se han paseado hordas de personas que no han pisado un museo en su vida, pero que, por arte de magia, se convierten en expertos del conceptualismo durante 48 horas. Eso sí, la foto con la obra más estrambótica no puede faltar, porque lo importante no es entender el arte, sino estar en la pomada.
Para los que buscan algo más auténtico, hoy acaba MIAD, la feria de interiorismo que sí vale la pena visitar, y más estando en Las Ventas. Y si hay un espacio que merece la pena destacar, es el de Porcelanosa con Nothing Studio. El baño que todos hemos soñado alguna vez. Un rincón en el que, por instantes, imaginas que vives en una realidad donde no hay estrés y la única preocupación es qué velas aromáticas combinar con tu bañera de diseño y tu estado emocional.
Entre tanta reflexión sobre postureo, desigualdad y arte conceptual, aquí estoy yo. Escribiendo estas líneas con un café en la mano y preguntándome si en algún momento dejaremos de convertir cualquier causa en una estrategia de marketing. También me pregunto si alguna vez asistiré a ARCO sin sentir que es más un circo social que una feria de arte. Esta semana me invitaron al espacio de RUINART, pero ni siquiera las burbujas del champagne consiguieron que encontrara un hueco para desplazarme hasta IFEMA (¡menuda lejanía!). Y ya que estamos con confesiones, la lluvia de estos días me ha hecho pensar que, quizás, todo esto no sea más que un charco en el que chapoteamos cada año, repitiendo los mismos discursos y los mismos gestos para permanecer estancado en la misma monotonía ficticia de siempre.
Hablando de excentricidades, nunca llegué a quedar con el caballero sin caballo del que les hablé la semana pasada, porque aquello era algo así como un plato de Martín Berasategui: sofisticado en apariencia, pero con demasiados ingredientes que acaban sabiendo a lo mismo. Quizá porque en el fondo no era más que un experimento mío, una forma de poner a prueba los nuevos valores del ligoteo moderno. Un juego irónico con el que medía hasta dónde llega el absurdo de las citas en tiempos de algoritmos y conversaciones a golpe de like. ¿Mejor así? No lo sé. Como diría Kafka, si viviera estos nuestros tiempos, quizás un día me despierte convertida en un match sin contestar, y así en otro perfil perdido en la inercia del scroll infinito. Pero lo que sí tengo claro es que, en este mundo hiperconectado, seguimos sin tener tiempo ni para un brindis con champagne con sabor a tiempo.
Otro 8M que se va, y con él, los discursos, las pancartas y las promociones de camisetas con mensajes de empoderamiento. Mañana todo volverá a la normalidad. Las cremas seguirán sin borrar arrugas, el techo de cristal sin romperse y yo sin encontrar tiempo para no hacer nada. En fin, ¿otro café?