
No en un velatorio, aunque lo parezca, porque en este país cuando alguien habla mal de los libros hay quien corre a levantar una lápida. Aquí estoy yo, María, contigo, escuchándote repetir que leer no hace mejores a las personas. Tienes razón, pero solo a medias. Y es en esa media verdad donde vive todo lo que me inquieta.
María, leer no convierte a nadie en santo ni en premio Nobel. Tampoco lo hace bailar en Coachella, ni posar en Instagram, ni encender una vela con nombre inglés (y creer que eso es cultura). Mucho menos hojear un libro de interiorismo y llamarlo lectura, o repasar bisturís como quien presume de bibliografías.
Te hablo en voz baja, como quien habla sola con la muerte, igual que Carmen con Mario, repasando en bucle lo que dijiste, como si al repetirlo fuera a sonar distinto. "No sois mejores porque os guste leer". Ya lo sé, ya lo sabemos todos, aunque me pregunto por qué lo dices con esa rotundidad, con esa alegría de querer enterrar lo que no te gusta, como si bastara una microfábula digital (esas que caducan en 24 horas en una cosa llamada Instagram) para poner la lápida.
Y me descubro repitiendo contigo, como si estuviera velándote en una silla incómoda. No sois mejores, no sois mejores, no sois mejores, hasta que la frase se gasta y solo queda lo que no dijiste. Que sin libros no somos mejores, pero sí somos menos. Menos capaces de entender al otro, menos hábiles para escapar de nosotros mismos.
Tu apellido te persigue aunque no quieras (Concha Espina floreciendo en tu árbol genealógico) y tú defendiendo la pereza cultural como si fuera un derecho civil. Quizá lo sea, María. Cada cual puede ignorar lo que quiera. Pero duele que en un país donde muchos chavales ni abren un libro para copiar seis respuestas en un examen, tú vengas con tu altavoz gigantesco a celebrar la desidia como si fuera una tendencia de temporada.
Todavía recuerdo aquella cena donde se premiaba a tu marido. Fui yo quien propuso el galardón y también quien aceptó que grabaras allí un capítulo de tu reality. Lo normal habría sido un "gracias", un gesto mínimo de cortesía. Pero lo primero que me dijiste fue que yo me había portado mal con tus amigos, Tomás y María, por aquella portada polémica de FEARLESS con Andrés Roca Rey y Victoria Federica. Una puya sin anestesia, con esa superioridad moral (o vital, como prefieras llamarla) justo el día que se celebraba el primer premio empresarial de tu marido. Hay gestos que no necesitan ni máster ni postureo. Se llaman educación y consisten en saber agradecer.
Que, por cierto, me da igual. Me tomo estas cosas con humor. Y por suerte, en estos dos años muchas de tus compañeras del mundo influencer han publicado libros (unos con fotos, otros con fotos y texto). La literatura también se reinventa, aunque en formato editorial filtro de café.
Yo, en cambio, pienso en los que leen para sobrevivir. Presos, emigrantes, adolescentes que descubren su voz en una frase. Leer no te hace mejor persona, vale, pero no leer es entregarte puertas cerradas, oportunidades que no se abren. Tú hablas de igualdad, yo hablo de posibilidades.
Y antes de despedirme, te dejo una señal de coordenadas verdaderas. Lecturas que no buscan sumar likes sino multiplicar silencios íntimos. Cien años de soledad de García Márquez porque el realismo mágico convoca soledades que no caben en una microfábula digital; Rayuela de Cortázar porque es un mapa desordenado del deseo; Niebla de Unamuno donde las preguntas se resisten a la respuesta; Ana Karénina de Tolstói porque amar sin trino es tormenta; Travesuras de la niña mala de Vargas Llosa porque lo prohibido puede ser trenes y amores imposibles; e Historia universal de la infamia de Borges porque en esas páginas la ficción reconstruye la realidad como espejos rotos que dicen más que la verdad.
Lo digo con cariño, María, porque no me interesan los linchamientos fáciles. Me preocupa que tu mensaje no caiga en el vacío. Millones lo repiten como eco.
No quiero convencerte de que leas. No hace falta. Pero sí recordarte que los silencios dicen más que esa microfábula digital. Y que a veces, callar, es la mayor declaración de amor hacia quienes siguen creyendo en la fuerza de una página.
