
Los amantes de documentales de naturaleza están bien acostumbrados a presenciar algunas imágenes terribles: un antílope acaba de nacer en plena sabana africana y carece de fuerza para enderezar sus frágiles patas, levantarse y comenzar a andar tras los pasos de su madre.
La recién parida trata de animarlo por todos los medios a su alcance y lo mira, lo empuja, lo lame, sólo tiene algunos minutos para hacerle entrar en acción, porque desde que han olfateado el parto, sigue todas las actividades una verdadera corte de carnívoros y carroñeros. Levantarse y dar los primeros pasos es cuestión de vida o muerte.
Así de duro puede ser venir al mundo en plena naturaleza.
La observación de las conductas maternales de gran número de especies animales es uno de los grandes espectáculos que nos ofrece la naturaleza, a quien también se llama "madre". No todas las especies cuentan con estructuras protectoras de la infancia de tipo maternal, pero las que la tienen gozan sin duda de importante ventaja evolutiva.
La casuística de la maternidad y los comportamientos maternales no puede ser más variada en el campo de la zoología: en las familias de tipo parental la hembra cuenta con la ayuda del macho para sacar adelante la prole, pero en multitud de casos, como los de los antílopes y otros ungulados de la sabana, la madre no dispone de más apoyo que sus propios instintos y su agresividad cuando llega el caso. Por favor, no se acerquen a una vaca con su becerro en el campo, aunque se trate de una dulce y tranquila frisona lechera: nunca se sabe.
Bien es verdad que algunas madres se buscan por sí mismas la soledad durante la protección de sus crías, ya que previamente a la gestación mataron y devoraron a su pareja; es el caso de algunos invertebrados predadores, como las Mantis o muchas arañas. Estas conductas espectaculares y muy divulgadas, se deben a la necesidad de que la futura madre se cargue de buena provisión de proteínas para la formación de los huevos, casi siempre en estas especies muy numerosos.
Hormonas, madres ovíparas y madres vivíparas.
Por complicadas y maravillosas que puedan resultar las conductas maternales cuando se contemplan de matera subjetiva, todas tienen su origen y su base en secreciones hormonales, es decir, en mensajes químicos producidos por el sistema endocrino.
Como casi todos los mensajes de este tipo, su origen se remonta al funcionamiento de alguna glándula endocrina o en la coordinación entre varias de ellas. En las aves que construyen nidos donde incuban la puesta, la incubación y la posterior alimentación de las crías, las conductas de incubación y cebado de tales nidáceas se debe a la secreción de la llamada hormona galactogénica, producida en el lóbulo anterior de la glándula hipófisis.
En las hembras de los mamíferos es esta misma hormona quien desarrolla la producción de leche en las glándulas mamarias y las conductas de protección y lactancia de los recentales. También en las aves nidófilas se produce una secreción en las paredes del buche comparable a la leche de los mamíferos, con la que complementan el cebado de pico a pico de los pichones.
Mamar en los recentales de los mamíferos y abrir el pico todo lo posible en los pollos de las aves, son por tanto reflejos vitales decisivos. Es admirable cómo muchas aves dedican los mayores esfuerzos a la captura incesable de presas con las que alimentar a sus pollos. Hay que reconocer que la mayor parte de las madres están ayudadas en esta labor por sus parejas masculinas, sobre todo en los primeros días tras el nacimiento, cuando el calor de incubación maternal es tan importante como la alimentación, de manera que la hembra no puede abandonar el nido.
No sólo la alimentación y la defensa, también otras funciones decisivas para la supervivencia de las crías corren a cargo de la madre en plena libertad; a alguna de estas conductas nos atreveríamos a llamar educación, ya que se producen por imitación de la conducta materna.
Van en esta dirección las costumbres de muchas madres en el caso de los mamíferos herbívoros, como la de lamer las plantas comestibles, absteniéndose de hacerlo con las venenosas o de complicada digestión. Los pequeños que las siguen sólo comerán las que se encuentren impregnadas por la saliva materna evitándose así problemas, incluso letales.
Las madres humanas
Algunos sociólogos españoles parecen sorprendidos por la diferencia porcentual entre madres y madres que han pedido en España permisos laborales y excedencias sin remuneración para cuidar a sus pequeños. Siguen siendo las mujeres quienes de manera abrumadora eligen dedicar unos meses de su vida laboral en sacrificio a la crianza de sus bebés.
Que nadie ponga en duda que, considerado como animal, el hombre es un excelente padre y que son muy numerosos los hombres que, empujados por las más diversas circunstancias, han sido capaces de sacar adelante a sus hijos en situación de paternidad en solitario, sea por viudedad o por situaciones sociales, sí pero… la madre, es la madre.
Es muy posible que la excelencia maternal de nuestras hembras proceda directamente de la habilidad de nuestros antepasados primates para cuidar y alimentar a sus pequeños en el complicado mundo en tres dimensiones de las ramas de los árboles del bosque. Dar de mamar a un monito sin que se desprenda del pecho y caiga al vacío, así como moverse entre el ramaje para buscar comida y refugio, son actividades relativamente heroicas.
Algunas disposiciones anatómicas, como las mamas en posición pectoral ayudan a monas y mujeres a desarrollar lo que podríamos llamar "lactancia activa", pero no es sólo la anatomía, también la exaltación al máximo de las conductas maternales por sus bases hormonales son un verdadero seguro de vida para los pequeños mamíferos lactantes.
En definitiva, humanos y otros primates somos excelentes como madres y padres; en esta ocasión, "Día de la madre" felicitamos a todas ellas, pero ya hablaremos de los "mejores padres", que tenemos que estudiar muy seriamente la candidatura del caballito de mar. Ya hablaremos.
Miguel del Pino, catedrático de Ciencias Naturales.

