Son solo 250 gramos, pero el peso de la muestra puede valer oro para obtener información sobre el origen de nuestro planeta, de la vida en él, incluso, quién sabe, para salvar a la humindad de un futuro Apocalipsis. Tras siete años de viaje de ida y vuelta al más allá, es decir a 300 millones de kilómetros, la sonda Osiris-Rex ha regresado por fin a la tierra. Culmina así una de las misiones más ambiciosas de la historia espacial: la obtención de restos del meteorito Bennu, ese que dentro de 159 años podría impactar contra la Tierra.
La posibilidad de que eso ocurra es de una entre 2.500, pero sufciente para que la NASA lo calificara como potencialmente peligroso. Tras el aterrizaje en el desierto de Utah de una cápusla liberada por la sonda, un equipo de militares y científicos ha recogido la muestra y la ha trasladado al Centro Espacial de Houston para analizarla. El proceso es delicado y requiere todas las precauciones para evitar una contaminación recíproca, sobre todo, la que podría sufrir nuestro planeta, ya que estamos ante un inédito material extraterrestre.

