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El curioso efecto psicológico que hace ver caras y formas ocultas

A través de la pareidolia, el cerebro interpreta patrones en imágenes y sonidos que no tienen una estructura definida.

A través de la pareidolia, el cerebro interpreta patrones en imágenes y sonidos que no tienen una estructura definida.
Una de las obras de 'Pareidolia'. | AYUNTAMIENTO DE SANTILLANA

La pareidolia es un fenómeno psicológico en el que una persona percibe formas familiares en estímulos visuales o auditivos sin una estructura definida. Esta tendencia natural del cerebro a organizar la información ha sido estudiada en diversas disciplinas, desde la neurociencia hasta el arte y la religión.

El cerebro humano está programado para reconocer patrones. Este proceso ocurre en la corteza visual y permite identificar rostros, objetos y formas en el entorno. Sin embargo, en ocasiones, esta capacidad genera interpretaciones erróneas, atribuyendo significado a estímulos aleatorios.

Los científicos han demostrado que la pareidolia se activa en la misma región cerebral encargada del reconocimiento facial. Esta conexión explica por qué las personas suelen identificar rostros en nubes, manchas o texturas. La pareidolia también está relacionada con la forma en que el cerebro responde a la búsqueda constante de significado, incluso cuando no existe una base real para ello, lo que puede ser considerado una especie de "truco" mental que ayuda a dar sentido al caos visual que nos rodea.

Este fenómeno puede entenderse desde la psicología de la Gestalt, una corriente que subraya la tendencia de la mente humana a organizar las percepciones de forma que busquen simplicidad, orden y coherencia.

La teoría Gestalt

Según los principios de la Gestalt, nuestro cerebro no se limita a procesar estímulos aislados, sino que los organiza en formas completas, a menudo completando figuras que faltan o interpretando estímulos ambiguos como entidades familiares. Así, la pareidolia sería una manifestación natural de esta tendencia a dar sentido a lo que parece incompleto o desorganizado.

En la teoría Gestalt, hay varios principios que explican cómo percibimos y organizamos los estímulos visuales. Por ejemplo, el principio de proximidad sugiere que los elementos que están cerca unos de otros tienden a percibirse como un grupo. En el caso de la pareidolia, las manchas o formas dispersas pueden agruparse en la mente del observador, formando un rostro o una figura reconocible. El principio de similitud establece que las formas similares son vistas como parte de una misma entidad.

De este modo, cuando las partes de una figura muestran similitudes entre sí, como la forma de dos círculos (los ojos) y una curva (la boca), el cerebro puede interpretarlas como un rostro. Otro principio relevante es el de cierre, que es la tendencia del cerebro a completar figuras incompletas. Así, en una nube que parece tener la forma de un animal, el cerebro "rellena" las partes faltantes, creando una imagen coherente en la mente.

Ejemplos comunes

El fenómeno aparece en muchas situaciones cotidianas. Algunas de las más frecuentes incluyen:

  • Rostros en objetos: las expresiones faciales pueden parecer visibles en enchufes, edificios o vehículos.
  • Figuras en la naturaleza: formaciones rocosas, montañas y sombras pueden adoptar la apariencia de animales o personas.
  • Imágenes en alimentos: algunas personas han afirmado ver figuras religiosas o conocidas en tostadas, frutas y otros productos.
  • Sonidos con significado: en el ámbito auditivo, la pareidolia ocurre cuando se interpretan mensajes ocultos en canciones o ruidos ambientales.

Su impacto cultural e histórico

A lo largo de la historia, la pareidolia ha influido en diversas culturas y tradiciones. En el arte, algunos pintores han aprovechado esta tendencia para crear obras con múltiples interpretaciones. En la religión, muchas imágenes consideradas sagradas han surgido de este fenómeno, generando devoción y teorías místicas.

La pareidolia no es exclusiva de los seres humanos; experimentos con primates han mostrado reacciones similares, lo que sugiere que la capacidad de reconocer patrones tiene un origen evolutivo.

Este fenómeno, lejos de ser un simple error, subraya una característica fundamental de la percepción humana: nuestra tendencia a buscar significados y conexiones, incluso en los estímulos más aleatorios.

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