
Un estudio publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) plantea que los primeros seres humanos podrían haber cocinado alimentos en aguas termales mucho antes de aprender a controlar el fuego. La investigación, en la que participa la Universidad de Alcalá (UAH), se desarrolla en la garganta de Olduvai (Tanzania), conocida como la "Cuna de la Humanidad".
Hasta ahora, se pensaba que la cocción de alimentos estaba ligada al dominio del fuego, una habilidad que no habría aparecido antes de hace un millón de años. Sin embargo, este nuevo hallazgo sugiere que existió una fase previa en la que los homínidos ya aprovechaban fuentes de calor naturales para transformar sus alimentos.
El descubrimiento forma parte del proyecto Olduvai Paleoanthropology and Paleoecology Project (Toppp), con sede en el Instituto de Evolución en África (IDEA) de la Universidad de Alcalá, que lleva más de quince años excavando en la garganta de Olduvai, en colaboración con el Museo Nacional de Tanzania. En este emblemático yacimiento se hallaron los primeros restos del Homo habilis y del Homo erectus, datados en unos dos millones de años.
En 2015, el equipo liderado por Fernando Díez-Martín, de la Universidad de Valladolid, descubrió en el yacimiento FLK West los restos achelenses más antiguos de Olduvai, de unos 1,7 millones de años. Esta etapa marcó un salto cualitativo en la evolución humana, caracterizado por herramientas simétricas y planificadas, como el clásico bifaz.
Cocinar antes del fuego
El nuevo estudio se centra en el yacimiento de FLK West, en la garganta de Olduvai, donde un equipo internacional de investigadores —dirigido por Manuel Domínguez-Rodrigo (Universidad de Alcalá), Enrique Baquedano y Audax Mabulla— lleva años intentando reconstruir cómo era el paisaje que habitaban los primeros humanos hace casi dos millones de años.
Para ello, contaron con la colaboración del laboratorio de Roger Summons en el MIT (Estados Unidos). Allí, la investigadora Ainara Sistiaga, también vinculada a la Universidad de Copenhague, analizó los restos químicos conservados en los sedimentos del yacimiento.
Los resultados fueron tan inesperados como reveladores: entre los rastros de plantas y animales, aparecieron unas moléculas llamadas lípidos que solo producen ciertos microorganismos capaces de vivir en aguas extremadamente calientes, por encima de los 80 °C. En concreto, se trata de los mismos compuestos que genera la bacteria Thermocrinis ruber, habitual en las fuentes termales actuales.
Esto significa que, en aquella época, el entorno de Olduvai albergaba aguas termales activas, muy parecidas a las que hoy pueden verse en lugares como Islandia o Yellowstone. Y lo más interesante: los primeros homínidos parecen haberse asentado precisamente cerca de esas zonas.
Los científicos creen que no fue casualidad. Es posible que aquellos humanos primitivos descubrieran animales muertos "cocinados" por el calor natural del agua y aprendieran a aprovechar ese recurso para preparar su propia comida. Si esta hipótesis es cierta, las primeras cocinas de la historia no fueron hogueras, sino fuentes termales.
Una ventaja evolutiva decisiva
Cocinar los alimentos habría supuesto una ventaja enorme para estos antepasados: la carne se volvía más digestiva y segura, al eliminar bacterias, y se ampliaba el acceso a carbohidratos presentes en tubérculos abundantes en las sabanas africanas. Esta adaptación pudo ser clave en la evolución de nuestra especie, al facilitar una dieta más rica en energía.
El hallazgo redefine el papel del fuego en la historia humana y abre una nueva ventana sobre cómo la inteligencia y la capacidad de adaptación comenzaron a desarrollarse mucho antes de lo que se pensaba.
