Códice Tabernero: La vida de un pícaro y maravilloso editor liberal-libertario
A Tabernero le deberemos un festival de palabras e imágenes que iluminan e inspiran escandalosamente. Ya digo, merece un museo. Y por este Códice, le debemos la voluntad de ser en libertad.
Para descansar de la avasalladora mugre espiritual que inunda España, nada mejor que un soplo de belleza, ese jadeo de la brisa íntima que nos hace mejores y más libres. Hay otros vientos, ventarrones casi siempre, con aquilones gélidos que corrompen las almas con dinero, poder, mansedumbre, sumisión, villanía o estupidez. Pero no son estos los que corren por las venas de Pedro Tabernero, un virguero editor sevillano que rehuyó el Patio de Monipodio y prefirió la picaresca de la libertad propia sin dañar ni mermar la ajena.
Seguramente, crecido como creció en la espesura de las telas de araña que tejieron el franquismo y el PSOE en su ciudad natal, no se percató de su rebeldía liberal hasta que la sintió como necesidad. Dice en su Códice, una autobiocrónica que profetiza que no pasará de las 85 vueltas al Sol, que sufrió la esclavitud en la Compañía Sevillana de Electricidad, gran cueva oligárquica de Hunos y Hotros. La recuperó tirando la tarjeta de fichar a las cataratas del Iguazú. Gracias a aquel acto de libertad, nacieron sus ediciones del Grupo Pandora.
Pero, ¿por qué hablar de Pedro Tabernero, un editor de bellezas vírgenes que merecen un museo en esta Sevilla[i] que quiere renacer y no sabe cómo? En otra parte, ya nos referimos a algunos de sus libros, a su "biblioteca del Paraíso" y a su "Maestranza de las ediciones". ¿Concede mérito alguno el hecho de exponer la identidad propia cuando ya se ha exhibido el valor de la obra bien hecha? No. Pero, ¿podrían entenderse cabalmente las circunstancias sin el yo que las conlleva? No, porque sólo en el sujeto personal habita la libertad.
Nada más comenzar a leer este Códice, de letras generosas, papel lujoso y sencillo entre la estraza y el cartón ii], e ilustraciones fantásticas, tal vez alegóricas y quizá indescifrables, de Roberto Sánchez Terreros, con el que se mezcló en libros anteriores, uno cree que se trata de una semblanza. El autor lo niega, pero lo confirma.
Como los viejos artesanos del románico español, Tabernero ha querido dejar claro su me fecit, un montón de recuerdos de sí mismo que es el que ha hecho posible su obra editorial. O sea, que sí, que es una "aproximación" a su vida bajo la forma de un puzzle que da razón de su existencia. Sus libros están ahí, bellos e independientes, pero tras ellos siempre hubo alguien, él, que los arrojó a la existencia.
Antes de sumergirnos en esa corriente de hechos, reflexiones, denuncias e incluso escarnios, recordemos que Pedro Tabernero, fundador y propietario del Grupo Pandora en 1989, ha editado 54 colecciones diferentes que atesoran centenares de libros muy distintos, desde 25 relatos gráficos del Nuevo Mundo conocido como el Descubrimiento de América a Espacio de Juan Ramon Jiménez, pasando por Baudelaire, Leonard Cohen, Rilke, narcocorridos, un álbum nada figurativo sobre el Real Madrid o naipes (de Osuna a La India), entre multitud de ideas sin freno realizadas con una leve y dulce brutalidad natural.
En este comentario me dedicaré a expurgar su liberalismo espiritual, tal vez libertarismo, como ya hemos anticipado en el título, algo que el autor no advierte que le tiñe con un tufo de templado bribón, que no de malvado. No le gustan las etiquetas, pero yo hago mi trabajo. Me recuerda a una de mis tías monjas, Teresa de la Milla, que exageraba su cojera para conmover a los taxistas. Una mentirijilla para defenderse en la vida, se justificaba ante mi mirada censora.
Pedro Tabernero usa la libertad como atajo hacia la travesura. Cuando era estudiante de Química y ganándose unas pesetas con encuestas, si se cansaba del todo las rellenaba él mismo. También ha sisado algún que otro artefacto maravilloso de los hoteles, ha negociado a la baja con hindúes que le vendieron sus ganjifas por una miseria resultando ser naipes alegóricos de su mitología de gran valor que se usaban como posavasos.
Desde pequeño fue amante de los cómics y odiador de los medios de comunicación que se enfangan en sus malas prácticas, desde la manipulación hasta el uso invasivo de la publicidad. De hecho, cita a uno de Sevilla que tenía de comisario político a un fotógrafo. No dice quién es, pero se sabe. Y no respeta a los políticos que bla, bla, bla y no hacen nunca nada que merezca la pena. Un ministerio le negó una ayuda para una edición de Antonio Machado porque no había sido galardonado con el Nobel.
Como liberal incógnito es un devoto de la urbanidad, del arte de convivir, de dar las gracias, de reconocer lo que es grande en otros y decirlo, menos que escéptico en materia de religión y crítico de costumbres odiosas como el catetismo de las orillas (esa manía de saber en cuál de ellas vivimos en un mundo tan grande) o que se rece por alguien hacia el que no se tiene presente en ninguna obra de misericordia.
Además, no siente compasión por los tontos, ni con los nazi-onalistas catalanes sobrevenidos nacidos en Graná que no leen a Lorca (ni con los originales resentidos y victimistas) ni con los políticos del Sur que gastan fortunas buscando sus huesos en vez de difundir su obra entre los jóvenes andaluces. Mequetrefes, masculla.
A latigazos clama contra los cipayos del ahorro andaluz vertido en la Caixa catalana. "Sin comerlo ni beberlo miles de andaluces vieron sus ahorros y activos bajo el control de un grupo de gente que se consideran a sí mismos extranjeros". Pero oído a Borges: "Hasta los franceses saben que son impostores" más que víctimas, que se quedaron con la pasta andaluza por la traición de un "cagapoquito" (genio de Cela) a cambio de un chiringuito. Ni un liberal auténtico lo hubiera explicado mejor.
Desertor del presidio le llamaba su familia cuando volvía de la calle sucio y desgreñado. No sabía que "presidio" aludía al leve destacamento militar español que cuidaba de los extensos territorios del Norte de América. De ahí su colección de literatura fantástica, Relatos del Desertor el Presidio, que, entre gráficas tabaqueras cubanas, se une a unos versos de Franco Battiato:
"MI pobre patria, aplastada por los abusos del poder,
de gente infame que no conoce el pudor.
Se creen los dueños y todopoderosos
y piensan que les pertenece todo".
Amén. Pero ante la adversidad admiró siempre el comportamiento estoico de un Lord James -otros creen que esa identidad es fingida -, que recibiendo una llamada un viernes informándole del incendio de su mansión de Yorkshire, meditó: "Menudo disgusto me voy a llevar cuando me entere el lunes por la mañana".
Como aquellos indígenas asombrados de la voluntad de Diego de Ordaz y dos españoles más en su ascenso la cúpula del Popocatépetl en busca de azufre para la pólvora que necesitaba Hernán Cortés, Tabernero se asombró de la hazaña española y parió los 25 volúmenes de sus Relatos del Nuevo Mundo. Por eso, debe ser, odia la falta de autenticidad que rima con entidad. Qué jartura de hipócritas, como aquel matasanos que miraba el bolsillo del torero antes que su herida. Exvotos taurinos.
De la importancia de la propiedad para la libertad, da cuenta su recuerdo agradable de la finca de su familia en El Arahal y la fruta azofaifa, del azofaifo, con sus aceitunados dátiles, de los higos chumbos y de los huevos escondidos de las gallinas errantes. Y cómo no, los tebeos esparcidos por el suelo, retales originarios de lo que luego sería la vocación sustancial de editor.
Liberal libertario pero conservador de lo demostradamente importante en la vida, este sevillano – que agradece haber nacido doscientos kilómetros más arriba de donde no se jama jamón, a pesar del olor a mierda de caballo de sus fiestas y de la caló -, señala a unas tipas vengativas que se reúnen periódicamente para poner a parir a los que no son de su cuerda. Exactamente. Esas son y progresando adecuadamente.
También se mosquea con tanto exceso cofradiero. Los que no tienen el don de la fe, ¿acaso no son tan respetables por sus creencias como se respetan las de los que creen? A los infieles, dice, se nos tendría que pagar por tanta soportación. La fe puede ser un veneno para explicar lo inexplicable. A pesar de lo cual, ama a su ciudad y ha editado su leyenda. No su luz, un invento nada especial, que para ello ya está la de Puerto Natales en la Patagonia chilena. De liberal es viajar para comprender que el mundo es algo más que nuestras cuatro esquinas.
Muy distinta, eso sí, a Lisboa, todo cuestas, como le dijo Mingote, un desasosiego hasta para Pessoa. Pero para cuestas arriba las de quienes pagamos todo, desde la policía a la justicia o a la televisión y tenemos que tragarnos sus servicios inútiles. De ahí su admiración por el orden público de los USA que conminan a denunciar si se ve algo ilegal. Y funciona. Aquí, lo que se aprende es lo contrario. Si ves algo ilegal, cállate porque si no te freirán a trámites y sospechas. Todo está en contra del que paga.
Por eso, es menester ser feliz, simplificando la vida y sufriendo lo justo. Trabajar en lo que gusta es la única manera de que el trabajo sea un juego, no un castigo. Y cautela, no decir siempre lo que se piensa, que es lo que constituye la libertad. Por ello, ojo con los estúpidos y los cobardes (en las redes sociales son legión). Como al personaje de Buñuel, le hace daño la felicidad de los tontos que medran. Los listos sufren como mamones, como paganinis.
Como buen liberal, se ríe de las contradicciones parvularias. Los mismos que dicen que un toro prefiere ser digerido en un estómago a ser lidiado en una corrida, devoran merluzas pescadas a saber con que sufrimiento. Y de los absurdos cotidianos, como ese que hace que lo que menos valor estético tiene sea lo que más se vende. A él le ha ocurrido.
¿Qué liberal libertario no odia al fisco? Tanto como a los asesores fiscales que se quedan, casi siempre, con lo que consiguen que ahorres en impuestos. Tanto como a los médicos que, si consultas a tres, sólo coinciden en la cantidad que te cobran. Por eso, a fumar, puros sólo y cubanos. No debe ser tan malo "porque todos los cubanos que conozco alcanzan edades asombrosas".
La muerte no existe. Noche prolongada, cree, otra fe. Pero la envidia sí. No, no es desear lo que tienen otros, sino querer que no lo tengan. Aun así, ser envidiado es un estímulo creativo. Tabernero no se ha topado, parece, con los envidiosos patológicos que después de partirse la cabeza contra la pared a causa de lo bien que te va, luego van y te parten la tuya sin compasión ninguna.
Tampoco existen la derecha y la izquierda, más que como referencias topológicas. Es el residuo del maniqueísmo. Salir de esa rotulación banal cuesta mucho porque es trabajoso tener ideas propias. Así, que la democracia es otra mentira. Por tanto, lo de ir a votar ni se le ocurre. "¿Qué puede hacer mi voto contra millones de votos de gente que no entiendo y que viven en mundos para-lelos?".
Y en otro intermedio de tanta gráfica con letra, Intermission 4 la llama, el Cambalache de Santos Discépolo:
Hoy resulta que lo es lo mismo ser derecho que traidor,
ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador…
¡Todo es igual! ¡Nada es mejor!
Lo mismo un burro que un gran profesor.
Si, hay mucho malo, pero quiere creer que sus imágenes editadas son bellas. " Se podría decir que lo bello nunca puede ser malo" dice, y, enseguida, rectifica: "Hay muchas personas y muchas cosas aparentemente bellas que son malísimas". Pero, en fin, en algo hay que creer. Se trata de liberarse de la nostalgia, de la sentimentalidad, de la dependencia de otros. Por eso, emplea su dinero ganado por sí mismo -ah, la subvenciones -, en lo que le da gana y la suya es editar con ánimo de belleza, no con el mal gusto de desembocar en un best-seller.
"Crear algo que no existe es una de las mayores fuentes de placer en la vida". Pero hay que apostar por la difusión escasa ya que son ejercicios experimentales y pocos compran lo que no está asegurado por muchos. Es un seleccionador de selectos. Ha conocido a muchos, ninguno tan campechano como Camilo José Cela, pero le pasa cada vez más que cuantos más hombres conoce más aprecia a los perros (a los perros de los demás, porque no soporta el dolor de la muerte de los propios).
Y más liberalismo evidente en palabras de Einstein, porque cita esas palabras que invitan a considerar que lo importante es el individuo como creador sensible, no el Estado. Y así sigue hasta el final, entre dibujos asombrosos, propios de pergaminos medievales o miniaturas, de Sánchez Terreros y no pocas dudas, por ejemplo, sobre la guerra.
Tras una perorata del mismo físico alemán contra toda guerra, va Tabernero y le espeta: "No obstante, algunos consideran que la guerra es el espectáculo multisensorial más bello que puede experimentar el ser humano. ¿Puede ser bella la violencia?" Poetas ha habido que la han cantado. Otro misterio. "Quien no se asombre de esto está muerto y sus ojos extinguidos". Y así sigue tocando palos vitales conformando un esbozo de sí mismo.
Pedro Tabernero es, y no lo oculta, un seductor descarado. Tiene voz abacial, dijo de él Caballero Bonald, que sabe ser más cóncava aún por teléfono porque dicen que nadie es capaz de decirle que no. Cuenta que don Ramón Carande le dijo una vez que NO, pero en persona, porque no estaba seguro de lograrlo si el editor le llamaba por teléfono. O sea, sus fines no justifican todos los medios, pero muchísimos sí. Lo sé por experiencia y eso que no le debo nada.
Ha decidido exponer la memoria que tiene de sí mismo para que se una a la memoria que han dejado las obras que ha editado y que pertenecen a ese Parnaso plural del arte de la edición que es su casa Pandora. Tiene derecho a no ser anónimo por haber mostrado mérito.
"En definitiva, una razón de la existencia", termina advirtiendo como buen liberal libertario contra la estupidez y la impostura cotidianas, sin desear imponer ni deber nada a nadie, imitando a su admirado Machado (más Antonio), al que le deberemos siempre lo que ha escrito como a su hermano Manuel.
A Tabernero le deberemos un festival de palabras e imágenes que iluminan e inspiran escandalosamente. Ya digo, merece un museo. Y por este Códice, le debemos la voluntad de ser en libertad. Aunque le moleste la etiqueta, eso es liberalismo y algo más.
(Por si fuera poco, nos ha permitido descansar del fango que nos inunda y nos ha situado en el camino de la nobleza de espíritu, ese ideal europeo que libó Thomas Mann, entre otros, en Miguel de Cervantes, que sabía de libertad y de pícaros).
[i] Tiene, además de los cientos de libros editados, más de 20.000 ilustraciones en la forma de óleos, acuarelas y demás formas de expresión pictórica que podrían ser la estructura de un museo de la ilustración gráfica, idea que le expusimos al alimón al nuevo gobierno andaluz sin resultado alguno. Lo habitual.
[ii] Tendrá su nombre, pero no sé cuál es.
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