María Jesús Montero o el síndrome de Waylon Smithers
Puede pasar de ser vicesecretaria general del PSOE, vicepresidenta del Gobierno y ministra plenipotenciaria de Hacienda a ser una apestada política que hundió al PSOE andaluz en niveles ínfimos de apoyo.
Desde hace ya tiempo se detecta en la conducta de Pedro Sánchez el conocido como síndrome de Hubris o Hybris[i] (de ese término griego, desmesura, arrogancia, insolencia, procede su identificación). Este síndrome fue formalmente precisado por Lord David Owen en una obra poco conocida en España que se titula En el poder y la enfermedad, publicado por la editorial Siruela en 2010. Su título original añadía un subtítulo: La enfermedad en los jefes de gobierno en los últimos cien años. Luego definió mejor el concepto con la ayuda de Jonathan Davidson, catedrático emérito de Psiquiatría de la Universidad de Duke, en un artículo posterior.[ii]
No tendría otro mérito salvo el de haber sido un esfuerzo más de comprensión de personalidades afectadas por patologías psiquiátricas salvo por el hecho de que Lord David Owen, médico, ex laborista y socialdemócrata, ocupó puestos relevantes en el gobierno británico, muy especialmente en Asuntos Exteriores y Defensa, teniendo contacto directo con la mayoría de los dirigentes políticos de su tiempo. O sea, conoce el paño.En su carácter, latía el impulso de la rebeldía contra lo que no encajara en el sentido común, en la necesaria ética democrática y en la defensa de la patria.
Podríamos decir, sin miedo a error alguno, que Owen retrató con finura y fidelidad al original a los gobernantes infectados por el síndrome de Hubris, cuyos síntomas delimitó de este modo que resumo:
1.- Una inclinación narcisista a ver el mundo
2.- Hacer lo que les proporciona buena imagen, crean o no en ello.
3.-Forma mesiánica de hablar de sí mismos.
4.-Identificación exclusiva con el partido, el gobierno, el Estado.
5.-Confianza excesiva en el propio juicio y desprecio del de otros.
6.-Superconfianza en lo que pueden conseguir (o lo que pueden resistir).
7.-Creer que nadie tiene derecho a juzgarlos, salvo la Historia o Dios, y que ambos les absolverán.
8.-Pérdida de contacto con la realidad y aislamiento desconfiado.
9.-Los fines que persiguen, siempre morales y superiores, justifican los medios inmorales.
10.- Falta de atención al detalle que conduce a errores en las decisiones.
Esto es, hay personas a las que el acceso al poder o el proceso que les conduce al mismo les causa cambios psicológicos que se concretan en la grandiosidad, el autocratismo y el comportamiento irresponsable.
Entre nosotros y curiosamente, fue la revista digital Mundotoro, la que en un intenso editorial del 13 de marzo de 2024, trató de este tema aludiendo a los psiquiatras Hervey Cleckley y Robert Hare[iii] que describieron la personalidad psicopática, trasfondo del síndrome de Hubris, como la que exhibe: '"Gran capacidad verbal y un encanto superficial; autoestima exagerada; escasa habilidad; tendencia a mentir de forma compulsiva y patológica; comportamiento malicioso y manipulador; carencia de culpa; falta de remordimiento y vergüenza; crueldad e insensibilidad; narcisismo, egocentrismo patológico y carencia de empatía".
El nieto de Ortega y Gasset, José Varela Ortega, publicó en la Revista de Occidente, número 485, un ensayo titulado Gobernados por psicópatas, embaucados por publicistas, destacado en el ya citado editorial de Mundotoro. En su texto, en el que subraya cómo el socialismo español ha pasado del derecho a la diferencia a la diferencia de derechos, resume el tipo de gobernantes que tenemos de este modo:
"En cualquier caso, personajes muy elementales, de formación raquítica, ignorantes de cualquier saber ordenado, pero sobrados de una seguridad aplastante, al servicio de una temeridad ilimitada, gobernada con astucia, apoyada por una sagacidad desvergonzada y demagógica. Políticos adanistas, asesorados por un ejército de publicitarios y propagandistas, libres de ideas e ideologías, aunque expertos en las virtudes ofuscadoras del lenguaje, inventores de nuevos términos para nutrir una cartera de esperanza y humo, envuelta en consignas simples y contundentes, como arietes verbales persuasores, que difunden en medios generosamente dopados con dinero público." (Pág. 96)
Supongo que muchos encontrarán un parecido inquietante entre el modo de comportarse de Pedro Sánchez y este modelo psicopático, aún no clínicamente admitido, que ilustra el síndrome de Hubris. Los últimos aspectos conocidos ayer mismo – utilizar grabaciones audiovisuales de saunas de prostitución gay para ascender en el PSOE, según el informe policial de José Manuel Villarejo -, aporta un indicio más, si cabe bien repugnante, de la cadena de sordideces que lo han acompañado, desde sus mentiras académicas a sus estafas electorales pasando por su cohorte corrupta y putera.
Pero para que exista y prospere un personaje así es absolutamente necesario que a su alrededor emerjan personalidades afectadas por otro síndrome, igualmente conocido si bien tampoco clasificado clínicamente, que es el que sufren las personas que mantienen una actitud de adulación, supeditación y servilismo absoluto respecto a sus jefes políticos o empresariales, muy destacadamente. Se le conoce con el nombre de síndrome de Waylon Smithers o, más abreviadamente, síndrome Smithers.
Su nombre deriva de la famosa serie de dibujos animados Los Simpson, uno de cuyos personajes es Waylon Smithers[iv]. ¿Cuál es su papel en la trama? Representar al ayudante del todopoderoso (Puto Amo de Springfield) Míster Burns, el mandamás de la planta nuclear. Sus comportamientos son aduladores, servilismo radical y humillante, lealtad ciega sin contraste con valores éticos y dedicación en cuerpo y alma al jefe.
Hace unos días vi unas imágenes de Pedro Sánchez, envuelto en llamas corruptas de arriba abajo con Ábalos de testigo, subir a la tribuna del Congreso de los Diputados y recibir una encendida ovación de sus escaños. Hasta el punto fue la devoción al líder, que el propio aplaudido tuvo que templar a sus seguidores pidiendo el fin del homenaje. Asombroso, pero cierto. Y al final, se ve como María Jesús Montero y Yolanda Díaz se levantan de sus asientos para vitorear al ídolo.
Por ello, porque ha resurgido de nuevo el caso ERE, porque su defensa de la "diferencia de derechos" entre catalanes separatistas y catalanes que se sienten españoles, en general, entre catalanes y andaluces y, porque entre otros muchos datos, su posible descalabro electoral en Andalucía la pueden convertir en la pagana de esta fétida etapa de la historia de España, la elijo a ella, a Marichús de Triana, como uno de los máximos ejemplos de las personas que sufren el síndrome de Waylon Smithers.
No se sabe cuándo comenzaron a aflorar sus primeros síntomas. Pero si ha discrepado alguna vez, desde su tierna juventud a su inquietante madurez, del Partido Socialista, nadie se ha enterado. Siempre ha adoptado una posición de genuflexión decidida hacia las decisiones de sus jerarquías partidistas. Por ejemplo, nadie recuerda siquiera discrepancia alguna con Susana Diaz cuando era su consejera de Hacienda. Caben dudas de si aceptó una obediencia mayor hacia Pedro Sánchez en la oscuridad de una traición, pero queda en las tinieblas de la sospecha.
Repasemos un poco su biografía política. Desde muy joven, cristianos tiempos, estuvo vinculada al socialismo y a la gestión. Médica y cirujana nunca ejerció con paciente alguno, sino con los administradores del Servicio Andaluz de Salud desde diferentes escalones gerenciales hasta que ocupó la viceconsejería y luego la Consejería de Salud.
Eso último ocurrió en 2004. Entonces era presidente de la Junta, Manuel Chaves, y vicepresidente, Gaspar Zarrías. Por aquel entonces, el caso ERE no se había descubierto y sus principales condenados serían los jefes de aquel gobierno. María Jesús Montero, que coincidió con otros tres condenados en el caso Antonio Fernández, José Antonio Griñán y Francisco Vallejo, nunca dijo nada contra aquel fraude gigantesco ni apreció delito ni comportamiento irregular alguno, a pesar de las advertencias de la Intervención.
Fue muy obediente y solidaria con aquel Consejo de Gobierno y los que le siguieron hasta su nombramiento como Consejera de Hacienda por Susana Díaz en sustitución de Carmen Martínez Aguayo, otra condenada en el juicio de los ERE, como su antecesora Magdalena Álvarez. Es decir, hay que suponer a Montero un conocimiento especial e intenso sobre el contenido del caso de corrupción más grande de España y probablemente de Europa. Incluso el luego condenado Griñán llegó a decir que había habido un "gran fraude".
Si se reconoció la existencia de un gran fraude, era de suponer que la nueva Consejera de Hacienda, Montero, reclamaría las cantidades defraudadas a sus beneficiarios. Es lo que exige la ética pública y las leyes generales de la Administración española y andaluza. Pero María Jesús Montero, quizá siguiendo sumisamente las instrucciones de Susana Díaz, su presidenta aunque contra toda moralidad democrática, retrasó la entrega de documentación con el objetivo de que la responsabilidad contable prescribiera en el Tribunal de Cuentas.
Callada durante las condenas de sus compañeros del gobierno andaluz, saltó como una pantera nada más conocerse el "indulto" Pumpido sobre el caso. Obediente al aparato ya de Pedro Sánchez, aseguró, ahora sí, que conocía "la verdad de un caso falso, montado para derrocar y desgastar" al PSOE andaluz". Añadió, en defensa del derecho de Griñán a pedir el indulto, que ya había asumido "consecuencias políticas" al dimitir.
Ahora, la Audiencia de Sevilla responsable de aquella sentencia condenatoria anulada de hecho por Conde Pumpido, ha elevado un auto de "amparo" ante la Justicia Europea aludiendo a una "extralimitación" del Tribunal Constitucional controlado de forma mayoritaria por el sanchismo. ¿Y si las cuatro cuestiones prejudiciales que plantea son admitidas y consideradas por las instancias europeas?
Es lo que tendrá como castigo el comportamiento forofo de la sumisa y sicaria Montero, infectada por el síndrome Smithers, que a veces se paga caro, sobre todo, cuando se llega más lejos que los propios caudillos afectados por el síndrome de Hubris, mucho más cautos. Que ella, que no reclamó las cantidades defraudadas, se haya apresurado a tildar de jueces ligados a una operación del PP a los componentes de la Audiencia Provincial, puede ser letal.
Son virales sus negativas y afirmativas sucesivas a la Ley de Amnistía y a muchas otras contradicciones y mentiras flagrantes del gobierno de Pedro Sánchez. Los afectados por el síndrome de Maylon Smithers, que en el PSOE son legión, la están viendo como adalid, como cabeza de puente (ya veremos si de turco), como líder de los aduladores y eso anima en ella nuevas apariciones públicas que la van destacando en complicidad de las felonías.
La última, después de unos días de silencio y recogimiento tras la rebelión de la Audiencia de Sevilla por el caso ERE y la cesión fiscal a Cataluña (en la que no apareció astutamente porque es la candidata del PSOE para la Junta de Andalucía), ha sido estruendosa. Que sí, que se siente orgullosa de este acuerdo PSOE-separatistas catalanes y lo explicaba así: ""Ya les digo yo que cuando esté desplegado el modelo de financiación, Andalucía saldrá claramente beneficiada. Nunca permitiría, al frente de mi responsabilidad, que una comunidad autónoma como Andalucía saliera perjudicada".
Ni le importa que sus inspectores de Hacienda, expertos varios e incluso bastantes de sus compañeros socialistas lejanos al Puto Amo, hayan condenado la ruptura de la unidad nacional que, de hecho, produce y significará cada vez más este acuerdo que genera objetivamente una financiación singular, pactada de forma bilateral contra el espíritu constitucional, que tendrá como consecuencia indudable la desigualdad entre los ciudadanos españoles según vivan en unos territorios u otros.
En este caso, su irreflexivo comportamiento político, que se deberá, conjeturamos, a su síndrome de Waylon Smithers, ya le está trayendo consecuencias indeseadas. De hecho, puede pasar de ser vicesecretaria general del PSOE, vicepresidenta del Gobierno y ministra plenipotenciaria de Hacienda, como lo fue Cristóbal Montoro en los gobiernos de Rajoy, a ser una apestada política que hundió al PSOE andaluz en niveles ínfimos de apoyo, tanto que ni siquiera se descarta que pase a ser tercera fuerza política por detrás de Vox.
En la última encuesta oficial del "CIS" de la Junta de Andalucía, María Jesús Montero ha batido todos los récords de la caída política al conseguir que en sólo tres meses su partido haya bajado nada menos que 4,3 puntos porcentuales su presencia electoral. Ha pasado de un 24,1 por ciento de estimación de voto a un 19,8 por ciento bajando de los 30 escaños hasta los 24-26 y quedando a una distancia no excesiva de Vox, que puede subir hasta los 18 escaños, a muy corta distancia del PSOE.
Pero su síndrome es firme. Cuando ni siquiera las declaraciones de su compañero de partido y ex representante de Exteriores del Parlamento Europeo, el catalán José Borrell, subrayando que la financiación de la Comunidad andaluza es mucho peor que la de Cataluña, han hecho mella alguna en su entusiasmo adulador y complaciente con los designios de Pedro Sánchez, es que debe tratarse de algo incurable. La presencia del peligro produce el aguzamiento del sentido común y de la lógica. Cuando no es así, el riesgo es máximo.
Fíjense que acaba de exigir a Alberto Núñez Feijoo, que no estaba entonces, que "pida perdón" por el "daño" del 'caso Montoro' como el PSOE lo pidió sobre el caso Cerdán, un tipo por el que, por cierto, ella puso la mano en el fuego y se la ha achicharrado. Su obediencia, su sometimiento, su entreguismo ciego, su sumisión y su servilismo hacia el Puto Amo, a lo Waylon Smithers, supera al original. Pero debería tener cuidado porque del caso Montoro al caso Montero sólo hay una vocal.
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