
Cada cierto tiempo, las fuerzas antisemitas de Occidente se lanzan a acusar a Israel de genocida. La denominación no es inocente, porque se lanza contra los judíos la misma abominación de exterminio que los nazis usaron contra ellos. Ocurrió ya en 2014, cuando Israel lanzó la operación Margen Protector tras el secuestro y asesinato de tres adolescentes israelíes por parte de Hamás, ocurrido en un asentamiento israelí de Cisjordania. Esporádicamente, se sigue usando este mantra de "genocidio" contra Israel con la intención de equiparar al Estado de Israel con la Alemania nazi. Por supuesto, cabe criticar las acciones bélicas del gobierno de Netanyahu contra Hamás, Irán y demás terroristas islámicos, pero siempre respetando la verdad frente a la propaganda. Y la verdad lo que dicta es que las únicas fuerzas de la región con voluntad genocida son aquellos que defienden que Israel no debe existir y, por tanto, sus habitantes deben ser exterminados porque los palestinos deben ocupar aquellas tierras «desde el río hasta el mar». Es decir, sin dejar ni un metro cuadrado para los judíos.
Igualmente atroz es otra acusación que se hace a los israelíes judíos: la de ser colonos. Que es como si alguien acusase a un apache de ser colono en Texas. Si hace falta ser vil para acusar a los judíos de genocidas, solo un ignorante enciclopédico acusaría a un judío de colono por pasearse por Jerusalén. Por cierto, hay cientos de miles de israelíes árabes y musulmanes que tienen más derechos y viven más próspera y libremente que sus compañeros étnicos y de religión en cualquier país de mayoría islámica del mundo. También, obviamente, tienen más derechos los musulmanes y árabes en los países occidentales tradicionalmente cristianos que en ningún país árabe e islámico.
La actuación de Israel en el conflicto de Gaza ha sido objeto de intenso debate internacional, lo que sí es legítimo dada la gran cantidad de bajas que está ocasionando la guerra desde que —ponga en negrita lo siguiente, estimado lector— Hamás asesinó y secuestró a centenares de judíos que asistían pacíficamente a un concierto musical. Las críticas abarcan desde su estrategia militar, las cuales comparto, hasta sus implicaciones humanitarias, que también son razonables, salvo cuando se dejan llevar por la pendiente resbaladiza de la falacia del genocidio y el colonialismo. El término "genocidio" no solo resulta impreciso, sino que encubre la vieja tradición antisemita occidental para describir las acciones de los judíos. Hace unos días todavía tuve la oportunidad de escuchar cómo una chica describía a una amiga lo mal que se había portado alguien con ella, llamándolo «un perro judío». Por no hablar de los que evitan exigir a Hamás el cese unilateral de las hostilidades, con la patética, simplista y, en el fondo, cómplice excusa de que ignoran las dinámicas del conflicto. Ni uno solo de los que dicen, cantan o llevan una camiseta con el lema «Free Palestine» cae en la cuenta de que la liberación de Palestina ocurrirá no cuando caiga Israel, la única democracia homologable con las mejores del mundo de la zona, sino cuando podamos exclamar «delenda est Hamás».
Pero, como decía, en cualquier caso es crucial analizar las operaciones israelíes con un enfoque crítico pero equilibrado, considerando el contexto histórico, político y humanitario. El conflicto en Gaza no puede entenderse sin considerar la larga historia de enfrentamientos entre Israel —un Estado asediado por un entorno islamista (de Irán a Siria) que es jaleado por la habitual purria antisemita occidental tanto a derecha como a izquierda— y Hamás, una organización terrorista financiada por petrodólares fundamentalistas cuyo objetivo declarado es el exterminio de Israel y los judíos. Los ataques con cohetes de Hamás hacia territorio israelí, junto con la construcción de túneles y otras actividades armadas, financiadas en gran parte por el dinero europeo desviado de objetivos humanitarios hacia metas bélicas, son los que justifican sin duda las operaciones militares israelíes. Sin embargo, la respuesta de Israel, caracterizada por bombardeos aéreos, incursiones terrestres y un bloqueo prolongado, ha suscitado críticas por su impacto desproporcionado en la población civil palestina. Estas críticas, sin embargo, suelen poner el foco en los judíos en cuanto judíos, no en los palestino como víctimas. Los palestinos deberán aprender que los que se dicen sus amigos los desprecian tanto a ellos como odian a los judíos. Pero volviendo a los ataques israelíes, como nos enseñó Aristóteles, en el término medio entre los extremos está la virtud, algo que solo puede ser aprendido mediante la práctica guiada por la prudencia. Y Netanyahu, esto es cierto, es un halcón político al que le sobra hybris y le falta phronesis, quizás devorado por ese dogma del talante judío que es la chutzpá.
Las operaciones militares de Israel, tanto las ofensivas aéreas como las terrestres, han causado un número significativo de víctimas civiles. Según datos de organizaciones internacionales, miles de palestinos, incluidos mujeres y niños, han perdido la vida en los bombardeos. Israel argumenta que apunta a objetivos militares de Hamás, pero lo cierto es que la densidad poblacional de Gaza y la falta de precisión en algunos ataques son inequívocamente negligentes respecto a la protección de civiles. La comunidad internacional ha instado repetidamente a Israel a cumplir con el principio de proporcionalidad del derecho internacional humanitario. Más Aristóteles, menos plagas bíblicas.
Por otro lado, el bloqueo impuesto por Israel a Gaza, iniciado en 2007 tras la toma de control de Hamás, está restringiendo el acceso a bienes esenciales, incluidos alimentos, medicinas y materiales de construcción. Israel sostiene que el bloqueo es necesario para prevenir el ingreso de armas, pero las consecuencias humanitarias están siendo devastadoras, con altos niveles de pobreza y desnutrición en Gaza. Además, las investigaciones internas de Israel sobre presuntas violaciones de derechos humanos en Gaza están siendo criticadas por su falta de imparcialidad y transparencia por parte de organizaciones como Human Rights Watch y Amnistía Internacional, entidades que también han mostrado sesgos favorables hacia el extremismo de izquierdas. Pero, en cualquier caso, la percepción de impunidad que tienen los israelíes daña la credibilidad de Israel en el escenario internacional.
Volvamos al término «genocidio», el cual implica una intención deliberada de destruir, total o parcialmente, a un grupo étnico, racial o religioso, según la definición de la Convención de la ONU de 1948. Aunque las acciones de Israel están causando un sufrimiento inmenso, no solo no hay ninguna evidencia de una intención genocida, sino que, como decíamos, los árabes musulmanes israelíes son ciudadanos de pleno derecho en Israel. De hecho, es más seguro para una mujer vestir con velo en Jerusalén que para un chaval judío salir con kipá a una calle de París. Los objetivos declarados de Israel se centran en neutralizar a Hamás y garantizar su seguridad nacional, no en la eliminación sistemática del pueblo palestino. Por mucho que las acciones militares israelíes sean contundentes, usar «genocidio» en este contexto no solo es falso sino que denota, en la insistencia retórica y la manipulación propagandística, una mala fe intelectual de raíz antisemita.
No exigir únicamente a Hamás el fin de la guerra es una muestra del sometimiento a la narrativa de los ayatolás, Al Jazeera y demás propagandistas del islamismo. Hamás ha contribuido significativamente a la escalada de la violencia mediante el lanzamiento de cohetes indiscriminados, el uso de escudos humanos y la priorización de su infraestructura militar sobre el bienestar de la población de Gaza. Sin embargo, culpar a Israel del sufrimiento del pueblo palestino es como acusar al Estado español de causar las víctimas de los atentados de ETA. Los que hablan, tanto en el caso de Hamás como de ETA, de que «no hay que simplificar el problema» desde una equidistancia infame entre Israel y Hamás, como hacían entre España y ETA, son cómplices objetivos de los que creen que la violencia es una herramienta política legítima.
La crisis humanitaria en Gaza, que venía de lejos por el desprecio sintomático de los terroristas de Hamás y sus patrocinadores de Irán por el pueblo palestino, requiere una valoración urgente de las estrategias de ambas partes. Israel podría seguir con su estrategia militar, pero mitigar el sufrimiento del pueblo palestino mejorando la precisión de sus operaciones militares para minimizar las víctimas civiles, aliviando el bloqueo para permitir el flujo de bienes humanitarios y manteniendo controles de seguridad estrictos para el tráfico de armas pero siendo más eficiente en el reparto de ayuda humanitaria. Además, debería fomentar desde ya investigaciones independientes sobre presuntas violaciones de derechos humanos que se hubiesen cometido para restaurar la confianza internacional en que sus actos se corresponden, dentro de los límites de la guerra, con la justicia, no con la venganza.
Obviamente, Hamás debe entregar a los secuestrados sin pedir nada a cambio, cesar los ataques indiscriminados y priorizar el bienestar de la población de Gaza, lo que pasa por su disolución inmediata como organización terrorista que es. La comunidad internacional, mientras tanto, debe desempeñar un papel más activo a la vez que más lúcido, acusando a los que, como Pedro Sánchez y la mayor parte de la izquierda hispanoamericana que es su aliada —de Gustavo Petro a Maduro—, aprovechan el río revuelto palestino para desatar sus peores pulsiones larvadas antisemitas, por mucho que se declaren propalestinos.
La actuación de Israel en Gaza merece un escrutinio crítico debido al impacto devastador de sus operaciones militares y el bloqueo en la población civil. Sin embargo, etiquetar estas acciones como "genocidio" es inexacto y contraproducente. Hay que cambiar el discurso occidental para poner el foco de la irresponsabilidad en Hamás e Irán por la continuación del conflicto, que tiene un único foco principal: la negativa de muchos musulmanes a aceptar que el pueblo originario judío tiene todo el derecho a retomar la tierra de la que fueron expulsados. Un enfoque equilibrado que critique rigurosamente las tácticas de Israel mientras rechace absolutamente el papel de Hamás es esencial para avanzar hacia una resolución que priorice la seguridad y la dignidad de todas las partes involucradas.

