
El último secretario general del PSOE elegido en España, en 1935, el andaluz de Jaén, Ramón Lamoneda, escribió que "nuestro patriotismo…es el patriotismo del que quiere hacer Patria, lo que no es incompatible con ninguna otra Patria, y que quiere que la generosidad del sentimiento humano no tenga pequeñas ni grandes fronteras." No una vez, sino más de cuarenta menciona la palabra "patria" en su libro Posiciones políticas, documentos, correspondencia (México, 1976). Ni siquiera los más autoproclamados internacionalistas pueden dejar de sentir la llamada intensa y real de esta experiencia.
Es cierto que la Patria se dice de varias maneras, pero hay una Patria ya hecha y ocurrida en la que nacemos, que se puede seguir haciendo o deshaciendo, pero que es una realidad territorial y espiritual bien reconocible. ¿A qué tanto lamento por el exilio si no fuese porque se siente el dolor patente que la ausencia de la patria produce? La patria existe, es una circunstancia insuperable y previa a nosotros mismos.
Igualmente, hay muchas maneras de hacer patria, o deshacerla. Joaquín Costa se centró en lo primero: "Para hacer patria, para hacer nación, hay que mejorar a un tiempo la geografía y la psicología; hay que esculpir este bloque tosco de la Península y sacarle facetas y pulimentarlo, haciendo de él un miembro civilizado del sistema territorial europeo; y hay que esculpir sobre el bloque rudo, del español un hombre: un hombre de edad moderna, apto para colaborar en la formación de la historia contemporánea, para sustentar la investidura de la ciudadanía, para tomar parte en la gobernación pública, y comprender el sufragio como un deber y emitirlo con tal convicción y tal resolución que nadie pueda atreverse a escamoteárselo."[i]
Sí, hay un meollo psicológico en la realidad de la patria. Y en ese modo de presentir y sentir el mundo, late la perspectiva desde la que se mira y se interpreta lo que nos rodea. Una de esas raíces precedentes es la música, que engarza con la expresión de eso que somos y sentimos de un modo concreto y particular. Sí, hay una música española, ricamente diversa pero bien diferenciada de otras – los "otros" lo saben muy bien, a veces mejor que nosotros mismos -, y que todos reconocemos en cuanto sus notas suenan.
Una de las maneras de hacer patria, de hacer nación, es enriquecer la música con la que se ha nacido o con la que uno se ha encontrado y le ha despertado un sentimiento de afinidad radical. Para ello, ni siquiera es preciso haber nacido en España sino haberse contagiado de manera natural de la pasión y la composición que nutren a ese ramo de músicas variadas que convergen en la gran corriente de la música española.
Ese fue el caso del patriota español nacido en Pest (hoy, Budapest) en 1836, Óscar de la Cinna, del que muy pocos habrán oído hablar habiendo sido un gran compositor e intérprete de música española. De él trataremos enseguida porque acaba de aparecer un libro que se llama Brisas de España. El universo español del compositor austro-húngaro Óscar de la Cinna, muerto en 1906 en Jerez de la Frontera, mi patria chica, lo que ha acentuado mi curiosidad No recuerdo haber oído hablar de él, ni en mi niñez ni hasta hace unos años cuando me informó sobre él el autor de este libro, entonces en preparación.
Hacer patria es también, por supuesto, rescatar del desconocimiento o la indiferencia la obra y la vida de personas que contribuyeron a la grandeza nacional y cuya herencia fue sepultada en la desmemoria, bien por intereses miserables y mezquinos, bien por esa obsesión antipatriótica sembrada entre los españoles por los que nunca jamás dejaron de servir a las suyas. Siempre cabe ser tontos nacionales útiles. Para algunos designios antiespañoles, era y es imprescindible que España no comprenda ni defienda su verdadera estatura entre las naciones.
Por eso, es de admirar la tarea desarrollada por el profesor de música de Águilas (Murcia), Antonio Hernández Moreno, cuya manera de hacer patria es devolver a las nuevas generaciones el tesoro producido por algunas personas que yacen invisibles "donde habita el olvido", un olvido que no merecen por la relevancia de lo que hicieron. Ese esfuerzo investigador, sin apenas ayudas ni favores, ha tenido ya varios frutos.
Hace algunos años, conocí a este murciano persistente como un taladro de la mina, aunque sencillo y afable como las huertas de su provincia. Acababa de publicar el libro Treinta Castañuelas para Londres. Trataba en él del bailarín madrileño Félix García, autor del baile y el zapateado de la famosa "Farruca del molinero" que es pieza esencial de El Sombrero de tres picos de Manuel de Falla, estrenada en Londres por el Ballet Ruso de Serguéi Diaghilev.
Félix García fue apartado de la Compañía a última hora e ingresado en el asilo psiquiátrico de Epsom, a pocos kilómetros de la capital del reino. Dado por muerto por casi todos porque así lo anunció el ruso a los demás bailarines, murió tres décadas más tarde en ese manicomio donde fue recluido a la fuerza cuando aún no había cumplido los 18 años. Su farruca y sus enseñanzas sobre el baile español fueron aprovechadas por el empresario Diaghilev, un tipo sin escrúpulos según él mismo.
Ahora, Antonio Hernández Moreno vuelve a las librerías con un libro musical sobre el compositor Óscar de la Cinna, en origen La-Cina, Vilhelmus Oskarius. Aclaro enseguida que digo "musical" porque el libro incorpora dos CD con una selección de la música española producida por quien, además de gran profesor e intérprete del piano, hizo de nuestra música toda una vocación.
Como en su libro anterior, dedica un gran esfuerzo, tiempo y dinero personal, a la investigación en fuentes originales del compositor afincado en España. Se trata como entonces de sacar a la luz lo que estaba como la piedra sepultada entre ortigas, que decía Cernuda. Hay una música española que fue y es muy admirada, sobre todo, en Europa y América, pero parte de la cual estaba desatendida y desconocida. Eso es, desde luego, una manera indiscutida de hacer patria.
Tras 150 años de silencio y postergación, la obra española de Óscar de la Cinna ha vuelto a sonar gracias a las grabaciones efectuadas en la Sala de la Fundación Mediterráneo de Murcia en abril de 2019 y, en octubre de 2023, en el Conservatorio Profesional de Música de Murcia. Fueron sus intérpretes los pianistas habituales de Alma española[ii], de merecido renombre, Ángel Cámara Martínez, Alejandro Rubio Pelayo, José Vicente Riquelme Ros y José Alberto del Cerro.
Una mención de algunos títulos de sus piezas nos da un idea de su intención: La petite fleur basque, La Jitana, Seguidillas toreras, Zambra gitana, La Soleá, La Malagueña, Seguidillas manchegas, Polo sevillano, Fandango, Estudiantina Jota, Poesía musical (havanaise), Zapateado y muchas más que pueden escuchar al comprar este libro que las aporta.
Oscar de la Cinna y su asunción creadora de la música española
Aunque austro-húngaro de origen - Hungría como estado no existirá hasta el fin de la Primera Guerra Mundial -, De la Cinna fue sobre todo un europeo al que el destino reguió hacia la Península Ibérica. Primero, Portugal y finalmente, España[iii], nación de la que procedía su padre, Luis la Cina, como señala Hernández Moreno en el libro, "una personalidad importante de la España napoleónica" que tuvo que exiliarse a Francia tras la restauración del absolutismo de Fernando VII. Desde París, recaló en el barrio de Ferencváros, de la ciudad húngara de Pest, donde nacieron sus hijos.
Barcelona, Madrid, Sevilla y Jerez de la Frontera, por ese orden, fueron los destinos familiares de Óscar de la Cinna en España. "Además, su prestigio como profesor de piano es cada vez mayor, ya que desempeñó, en las ciudades que residió, una labor docente importante, introduciendo la escuela pianística europea en España", algo estudiado por Victoria Alemany Al tiempo, introdujo la música española en los salones cultos del continente.
Fue condiscípulo de Franz Liszt y tuvo importantes discípulos, como el compositor catalán Casimir Renard, el músico romántico cordobés Cipriano Martínez Rücker o la pianista Pilar Fernández de la Mora. Pero fue en Jerez de la Frontera, tras su traslado en 1880, donde desata su ardor por la música española combinando piezas románticas con otras a las que llamó "andalou", "mouresque" o ambas cosas que identificaba como "género puro andaluz".
Escribió Rodrigo Amador de los Ríos y Villalta, y se menciona en el libro, que De la Cinna se convirtió en el compositor e intérprete preferido de la alta sociedad jerezana y poco a poco logró un reconocimiento general, como lo demuestra su amistad con Hilarión Eslava, Tomás Bretón e incluso con el joven Isaac Albéniz.
De la Cinna fue respetado e incluso aclamado en toda Europa y, desde luego, muy conocido. Por ejemplo, en el Suplemento del número 8 de The Gramophone de Londres de enero de 1925, II, se alude a su Jota aragonesa. Muchas referencias de sus conciertos de piano pueden encontrarse en O Comércio Do Porto (1854-2005). Ya en 1860 se citan sus éxitos pianísticos en Viena en la revista The Musical Word.
En toda Europa sembró el interés por lo andalou o lo mauresque como eje de la música española si bien la apreció completa. Pío Baroja le mencionó en sus Memorias, Bagatelas de Otoño, tomo VII: "En el Norte se cantaban y se tocaban también unas serenatas vascas de Óscar de la Cinna acompañándose al piano" e informe de que "Óscar de la Cinna era un pianista conocido en Biarritz y en San Juan de Luz". Joaquín Turina alude a su presencia en su historia del Teatro Real de Madrid.
Años después de su muerte, su estatura musical crecía incluso en Estados Unidos. En el número 1, volumen XXXI, de Musical América, de 1920 se le equipara con los grandes músicos españoles. En los famosos conciertos neoyorquinos de Lolita Cabrera GainsBorg se interpretaron obras de Falla, Granados, Albéniz y De la Cinna.
Su contribución es escasamente mencionada en ámbitos flamencos. Es una pena. En un artículo de Antonio y David Hurtado Torres sobre la transcripción musical flamenca, dentro de un conjunto de artículos memoriales del flamenco, se menciona a Óscar de la Cinna como compositor de piezas flamencas. "Algunos de estos nombres pueden resultar muy conocidos, como Pablo Sarasate, pero hubo un gran número de músicos cultos de la época, como Isidoro Hernández, u Óscar de la Cinna, que no sólo tocaban flamenco, sino que, además, sus composiciones eran demandadas con gran expectación en la patria de Bach y Brahms".
Y añaden: "Se conservan en la Biblioteca Nacional de España algunas obras de Óscar de la Cinna, y, por ejemplo, en la titulada La Soleá. Canto gitano para piano y voz, de 1884. La parte del canto está en texto bilingüe español-alemán. Y no se trata de una simple canción, sino que las armonías, los ritmos y la letra, están muy próximos al flamenco que se hacía, previsiblemente por esos años."
El flamencólogo José Luis Ortiz Nuevo cita al periódico sevillano El Porvenir (1848-1909) porque se dice en él: "Buena música. Un colega de Jerez se ocupa de nuestro paisano el señor Oscar de la Cinna en los siguientes laudatorios términos: "Hemos tenido el gusto de oír magistralmente tocar las Malagueñas del maestro Oscar de la Cinna. Es una obra que revela al par que un profundo conocimiento en el difícil arte de la composición, un gusto exquisito y nuevo en este género de música tan estimado hoy dentro y fuera de nuestra patria" [iv]
Brisas de España es el cuaderno de piezas de ritmos populares y tradicionales como la seguidilla, el polo, la malagueña, el fandango, la playera o la jota, una obra cumbre, según Hernández Moreno, porque enriquece tales melodías "llevándolas con inigualable maestría al lenguaje pianístico. Y añade. Brisas de España es el más exquisito cuaderno de música española para piano. Es sin duda el precedente, el peldaño previo a la música de Albéniz." Y desde luego, está a la altura de la de Pablo Sarasate.
"¿Qué aporta Óscar de la Cinna al "género característico español" ?, se pregunta el autor. Su respuesta es que, si bien utiliza temas y motivos musicales populares, los dota "de una tímbrica y forma propias. Preocupado fundamentalmente por la esencia, más que por el artificio, realiza un retrato etnográfico fidedigno de la música española popular de aquel tiempo."
A juicio de Antonio Hernández Moreno, De la Cinna tiene el "mérito de ser el eslabón perdido entre los Cancioneros de Eduardo Ocón, José Inzenga, Julián Calvo e Isidro Hernández, principales transcriptores de la música popular en el último cuarto del siglo XIX, y los compositores Isaac Albéniz, Joaquín Nin Castellanos, Manuel de Falla y Joaquín Turina."
Óscar de la Cinna, "gran pianista, compositor y profesor de piano", que se casó dos veces y tuvo cuatro hijos, murió solo en Jerez, en su casa de la calle Higueras número 13 a la edad de 70 años, muy cerca del almacén de pianos donde daba sus clases para mantenerse y donde compuso sus últimas obras. Hay espacio para la necesaria empresa de componer una biografía detallada que aclare los numerosos acontecimientos que conformaron su vida, desde Budapest a Jerez.
Es realmente triste, e incluso sorprendente, como subraya el profesor Hernández Moreno, que "su música haya caído en el olvido con el paso de los años, especialmente cuando reconocemos en ella los elementos fundamentales que identifican a la música española, o lo que es lo mismo, la gran música". De ahí este esfuerzo por devolverlo a la vida, como ya hizo, y sigue haciendo, nuestro murciano con el bailarín madrileño Félix García.
"Meditar y considerar la historia patria y sus hombres es hacer historia, y es hacer patria, y es hacer hombres de ella, históricos y patriotas", escribió Unamuno en un artículo sobre Castelar de 1935 en el diario Ahora. Hacer más grande y fecundo el legado español, es hacer patria en un momento en que muchos, demasiados y demasiado impunemente, se empeñan en desbaratarla.
Un descanso para tanta descomposición de España es leer este libro, además muy exquisitamente editado. Al escuchar la música de Óscar de la Cinna, que junto con sus páginas se ofrece, comprenderán por qué Jerez le consideró su paisano y por qué nosotros le consideramos español.
