
Jacobo Fitz-Edwards es un tuitero que publica regularmente en la red social de Elon Musk hilos sobre la historia de su aristocrática familia desde su ancestral lema, acuñado por el primer Fitz Edwards en aterrizar en Córdoba ("En la guerra la intendencia y en la paz, la indolencia") hasta la última pelea de su enérgica tita Carmen con casi cualquier otro miembro de la familia. Lo hizo famoso la incompetencia periodística del Huffington Post, que lo confundió con Jacobo Fitz-James Stuart, conde de Siruela. Y entre unas cosas y otras publicó hace unos meses un relato autobiográfico de un breve periodo de su vida, El duro confinamiento de un rico heredero español, en el que nos cuenta cómo vivieron él y su familia las semanas previas a que se desatara la pandemia hasta la boda de su octogenaria pero jovencísima tita Carmen con tío Willy, el "gorrión de la campiña", en la finca familiar de Las Golondrinas el 12 de octubre de 2020, porque en qué día podría casarse que no fuera la fiesta nacional.
Una parte no menor del libro está compuesta por episodios ya publicados en Twitter, pero reescritos para la ocasión con mayor lujo de detalles y armados con otros nuevos para dar al relato una cierta coherencia. El hilo conductor es el noviazgo de tita Carmen, con sus numerosas rupturas y reconciliaciones para darle suspense a la cosa, pero intercalando todo tipo de incidentes ocurridos durante esos meses, desde el ataque de la jauría de perros de su vecino Rabanito hasta el preferido de mi propia familia, la gran porra de las iglesias fernandinas. Faltan algunas de las historias más hilarantes publicadas en la red social, como la interminable lista de obligaciones que según tita Carmen todo buen marido debe cumplir y que supera generosamente el centenar de normas, pero no faltan los momentos para esbozar una sonrisa o soltar la carcajada.
El resultado es irregular porque, como bien decía no sé si Groucho Marx o los genios que doblaban al español las películas de los celebérrimos hermanos, "hay que resignarse, no todos los chistes van a ser buenos". Y como sucede con las recopilaciones de relatos cortos o de artículos periodísticos, hay mejores y peores historias. Resulta imposible no pensar en el marqués de Sotoancho al abrir el libro y, aun reconociendo que la obra de Alfonso Ussía es más redonda, nunca llegué a encariñarme con sus personajes como con esta familia movida por el contraste entre las mariaguerreras hermanas Ruiz de Almodóvar y los más moderados Fitz-Edwards, admiradores irredentes de Churchill y de un buen plato de jamón, con su elenco de secundarios como el glotón don Ramiro, oficiante de la boda, o el enclenque novio que, sin embargo, ha enterrado cinco esposas atropelladas por tranvías, estampadas contra árboles tras salirse de la carretera o descarrilar su tren y, en definitiva, mostrando serias contraindicaciones con los medios de locomoción.
Al final, da lo mismo si Jacobo Fitz-Edwards es o no un invento literario, porque tanto él como su familia acaban resultando más reales que la mayoría de las personas con las que te cruzas por la calle. Y, sobre todo, mucho más divertidos.
