
Recientemente, la propuesta de Vox para prohibir el velo islámico en espacios públicos –centros educativos, piscinas u hospitales– fue derrotada en la Asamblea de Madrid. La propuesta de Vox mezclaba distintos ámbitos públicos, por lo que es rechazable, pero sí cabe su consideración en un ámbito en concreto, los centros educativos públicos. Me explico.
En el jardín de lo políticamente correcto –donde la razón es acosada y el sentido común, censurado– las normas de vestimenta en los centros educativos públicos se han convertido en un grotesco espectáculo de incoherencias y privilegios encubiertos. Por ejemplo, se prohíben las gorras y capuchas a raperos y demás tribus urbanas por, se aduce, seguridad y uniformidad mientras se hace la vista gorda con los que se han convertido en símbolos culturales del islam, los velos, lo que supone una bofetada a la lógica, una burla al principio de igualdad y una nueva paletada en la tumba del laicismo, en su versión española de aconfesionalidad, que debería ser el pilar de cualquier institución pública.
La justicia, ese ideal que tanto es despreciado por los que más lo invocan en sus shows de publicidad moralista, exige que las reglas se apliquen con la precisión de un bisturí, sin favoritismos ni excepciones que apestan a ignorancia, condescendencia y miedo. Si una norma prohíbe cubrirse la cabeza, no puede haber excepciones basadas en creencias, tradiciones o imposiciones (salvo razones médicas). ¿Qué clase de circo ético es este donde se castiga al chaval con gorra de béisbol, pero se permite un velo islámico que, en nombre de la diversidad, perpetúa una distinción arbitraria y una discriminación machista? Como estableció Kant, una máxima solo es universal si resiste el escrutinio de la razón pura, no si se dobla ante el chantaje emocional o la presión de lo sensiblero, mucho menos ante la espada de Damocles de la amenaza del escrache.
La justicia, como principio ético universal, exige que las normas se apliquen de manera imparcial, sin distinciones arbitrarias basadas en el sexo, la religión, la cultura, etc. Si el uso de gorras o capuchas se prohíbe por motivos de identificación, seguridad o uniformidad, eximir al velo de esta restricción genera un privilegio injustificable que contradice el ideal de equidad. Como explicó John Rawls en su Teoría de la Justicia, una norma solo es justa si, al aplicarla sin prejuicios particulares, podríamos aceptarla como aplicable a todos. La excepción actual con los velos no supera este escrutinio, pues perpetúa una asimetría que fragmenta la comunidad educativa, viola la aconfesionalidad del Estado y distingue a determinados alumnos con un privilegio espurio.
Emplear en este contexto el argumento de la tolerancia o el de la libertad religiosa es un insulto a los musulmanes, ya que la tolerancia se debe aplicar a todos por igual, y la libertad religiosa tiene límites como cualquier derecho. Además de que es rotundamente falso que el velo sea una prenda característicamente islámica, sino, en todo caso, islamista, en cuanto que machista, misógina y heteropatriarcal, como defiende la feminista de origen marroquí Najat El Hachmi. La verdadera igualdad no se construye con palmaditas tan paternalistas como cobardes, sino con la valentía de exigir los mismos deberes a todos. Permitir que unas estudiantes se salten la norma mientras se castiga a otros no es respeto, es una humillación disfrazada de bondad. Como señaló Simone de Beauvoir, tratar a las mujeres como "el otro" mediante una indulgencia paternalista las despoja de su autonomía plena, relegándolas a una posición de inferioridad disfrazada de respeto. La verdadera igualdad exige que las alumnas se sometan a las mismas reglas que sus compañeros, afirmando así su dignidad como sujetos autónomos, no como beneficiarias de una excepción cultural o supuestamente religiosa
Fíjense que no estoy diciendo que se deba prohibir el velo, sino que se aplique un mismo criterio para los hunos y los otros. Un código de vestimenta que constituya una norma clara, universal y sin puerta de atrás. O se aplica a todos o se elimina para todos. Cualquier otra cosa es una traición a la razón, una rendición ante la hipocresía y un insulto a la idea de justicia. Además, un desprecio a las mujeres en centros educativos que se vanaglorian de celebrar el Día de la Mujer usando frías estadísticas, al tiempo que miran hacia otro lado respecto a los incandescentes casos de discriminación que les queman en las manos. La comunidad educativa debería dejar de esconderse tras excusas y afrontar el debate de la igualdad y el feminismo con la valentía que merece. Porque, como diría Camus, rebelarse no es solo negarse a aceptar el absurdo travestido en postureo moralista con estentóreas declaraciones buenistas que solo buscan el aplauso fácil, sino construir un mundo donde la coherencia con la razón triunfe sobre la sumisión al miedo.
