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Europa: ¿de reinicio en reinicio hasta el "apagón total"?

Décadas de creciente centralización no han resuelto los desafíos de Europa, sino que los han exacerbado.

Décadas de creciente centralización no han resuelto los desafíos de Europa, sino que los han exacerbado.
Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, interviene en el Parlamento Europeo. | Europa Press

En junio de 2020 salió a la luz el libro de Klaus Schwab, Covid-19: El Gran Reinicio, escrito mano a mano con Thierry Malleret. El primero, más conocido, era el presidente del Foro Económico Mundial de Davos. El segundo era el responsable de un barómetro predictivo y responsable del área Red de Riesgos Globales del propio Foro de Davos. O sea, Davos en estado puro. Algunos dirían apoteosis woke.

En el libro, y en otro anterior, La cuarta revolución industrial, de los que dimos cuenta en Libertad Digital, se lanzaba un mensaje directo confirmando cómo determinadas élites mundiales aspiraban a que la pandemia de Covid-19 pudiera convertirse en el eje de un proyecto mundial de cambio institucional, tecnológico, económico y cultural en sentido contrario al "patriótico" impulsado por Donald J. Trump desde su primera presidencia.

Permítanme una curiosidad circunstancial. En el primero de ellos en el tiempo, sólo se menciona a Rusia una vez por once que destaca a China. En el segundo, Rusia es citada sólo una vez, y de forma insustancial, mientras que China aparece en no menos de cincuenta ocasiones, siempre bien tratada, como su dictador, Xi JinPing.

Podría decirse que si se sospechara que el modelo comunista chino es preferido al capitalismo occidental, sobre todo al estadounidense, podrían encontrarse fundamentos plausibles. Es más, si alguien interpretara que lo que parece latir tras las recetas de Schwab, al que el presidente chino condecoró con su presencia en el Foro, es la alianza futura de la nueva Europa con China, dejando fuera del juego tanto a Rusia como a Estados Unidos, podría tener indicios convincentes.

Pero, como es natural, una Europa así exige una disciplina y una planificación centralizada que sólo podrá realizarse si los poderes políticos de los Estados naciones miembros son absorbidos por una Comisión Europea, un Parlamento y una Corte de Justicia que, dando la apariencia de continuidad liberal y democrática, fuese de hecho una manera de decidir sobre las naciones sin contar con sus intereses y su derecho a la continuidad.

Toda acción produce una reacción y esta voluntad de hegemonía política de la burocracia europea ha suscitado la reacción correspondiente en partidos y movimientos que no aceptan el final impuesto de sus valores, instituciones y tradiciones. Desde el principio, fueron catalogados como "extrema derecha" incluso como el neofascismo europeo, retorciendo los conceptos hasta hacerles perder el sentido con una propaganda inmisericorde.

Sencillamente, al menos hay dos visiones de Europa. Una, la que impulsan los socios de la posguerra europea de 1945 —socialistas, centro derecha democristiana, conservador y en algún caso liberal e incluso ecologista—, defiende el centralismo europeo como única forma de hacer cuajar un poder continental sólido. Dos, la que impulsan, desde Italia a Francia pasando por Hungría, España y otros, los que prefieren que el poder de esa voluntad europea común esté basado en la cooperación de las libertades de sus naciones y sus ciudadanos, no en ficciones ideológicas e imposiciones totalitarias.

Esta segunda visión acaba de concretarse este pasado mes de marzo en un documento titulado El gran reinicio: Restaurando la soberanía de los estados miembros en la unión europea, que se ha resumido misericordiosamente en dos folios. Sus inspiradores son el Instituto Ordo Iuris de Polonia y el Mathias Corvinus Collegium de Hungría. Sus autores principales son Jerzy Kwaśniewski, presidente de la Junta Directiva del primero, y Rodrigo Ballester[1], jefe del Centro de Estudios Europeos del segundo.[2]

De este modo, en pleno conflicto militar con Rusia y en medio de un enfrentamiento sin precedentes los Estados Unidos de Trump, son muy pocos los ciudadanos de los países de Europa que sienten que, sobre sus destinos, penden las espadas de dos reseteos o reinicios: el que cree que más Europa es la creación de un estado federal europeo obediente a un reseteo mundial de la producción, el consumo, la democracia y la educación-cultura dirigida por una élite internacional y quienes sostienen que más Europa democrática y fuerte sólo es posible a base de la conciliación de intereses de gobiernos nacionales robustos que no quieren renunciar a sus valores ni a su identidad cultural.

El análisis: Europa está en crisis existencial

"Hace más de 70 años, cuando seis países occidentales establecieron la Comunidad Europea del Carbón y el Acero (CECA), pocos podían haber predicho que se convertiría en una de las organizaciones internacionales más poderosas del mundo, una con su propia moneda, núcleo diplomático, aparato administrativo, parlamento, orden jurídico autónomo e incluso un tribunal constitucional capaz de anular leyes nacionales e imponer sanciones financieras a todos los Estados miembros que no las cumplen".

De ser una organización internacional con un libre acuerdo comercial, se ha pasado a ser un proyecto de gobierno europeo con la ambición de sentar las "bases del nuevo orden mundial". Eso le ha conducido a una crisis existencial porque siendo menos que una federación de Estados nacionales es algo más que un régimen de gobierno. Es como un federalismo sin federación, tendente a parecerse a unos Estados Unidos de Europa, pero manteniendo todavía muchos elementos de mera organización internacional. Esa es la encrucijada.

Hay quienes abogan por una integración mucho más profunda, acelerando la tendencia hacia la federalización. Sin embargo, el documento sienta que décadas de creciente centralización no han resuelto los desafíos de Europa, sino que los han exacerbado. La solución reside en el retorno a los principios fundacionales de la UE, no en más Europa si se concibe como más Comisión.

Aunque la autoridad de la Unión (Parlamento, Consejo, Comisión) "sigue siendo menos extensa que la del gobierno federal de los Estados Unidos, al menos por ahora… La Unión Europea está evolucionando constantemente en una dirección que nos preocupa profundamente y que socava los valores que apreciamos: la democracia representativa, el pluralismo de opiniones, la libertad económica y el desarrollo, la familia (marido, mujer e hijos) como unidad natural…y la seguridad interior".

Ya estamos en pleno déficit democrático que se deriva de instituciones clave no electas, una toma de decisiones opaca y la dificultad del Parlamento Europeo por unir a 27 Estados miembros. Es preferible la democracia europea basada en la voluntad democrática de cada una de sus naciones antes que la centralización supranacional.

Instituciones decisivas como el Parlamento Europeo y la Comisión "han ampliado su autoridad más allá de su mandato original, obligando a las leyes de la UE a invalidar la legislación nacional, lo que debilita la capacidad de los Estados miembros para gobernarse de forma independiente."

Consecuentemente, "la UE se está convirtiendo en un estado cuasifederal, lo que limita el poder de decisión nacional. El Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) continúa ampliando su jurisdicción, reduciendo la autonomía de los Estados miembros. Los órganos de la UE imponen cada vez más políticas motivadas por ideologías, sin mandato alguno".

La valoración: el descarrío de los fines originales de la Comunidad Europea

Para los inspiradores de este documento, la valoración es inequívoca. "La Unión Europea se enfrenta a una grave falta de democracia porque la mayoría de sus instituciones no son elegidas por el pueblo, sino por políticos, autoproclamados expertos y organizaciones de la sociedad civil seleccionadas". Todo se impone mediante el mecanismo de la mayoría simple en las votaciones promovidas por los partidos que ignoran las realidades nacionales. ¿A qué comunidad política real representan esos votos?

La soberanía de los Estados nación está en peligro. Aunque la UE "actuará únicamente dentro de los límites de las competencias que le atribuyen los Estados miembros", en realidad las instituciones de la UE consideran que su función va mucho más allá y actúan sin base jurídica para garantizar su poder. Incumple además el principio de subsidiaridad según el cual "la Unión actuará solo si y en la medida en que los objetivos de la acción pretendida no puedan ser alcanzados de manera suficiente por los Estados miembros".

La Comisión centralista ha adquirido un poder desmesurado. Ha logrado disponer de un procedimiento de infracción que le permite sancionar arbitrariamente a los Estados a los que acuse de violar el derecho en la UE. De hecho, impone "una interpretación singular y definitiva de los valores europeos, como el Estado de derecho, a todos los Estados miembros, independientemente de sus normas y tradiciones constitucionales.

"En 2021, se introdujo el llamado mecanismo de condicionalidad , que permite al Consejo, a petición de la Comisión Europea, suspender el desembolso de fondos de la UE a un Estado miembro que "infrinja los principios del Estado de derecho", lo que en principio es un objetivo "loable". Pero en realidad algunos Estados, vía Comisión y sus interpretaciones discrecionales, "ejercen presión política sobre los más débiles reteniendo fondos que legalmente le corresponden".

Por si fuera poco, "en 2023, el Parlamento Europeo propuso un amplio paquete de enmiendas a los tratados, abogando por la expansión de las competencias de la UE en política climática, energía, seguridad, economía y política social; la abolición práctica del principio de unanimidad; un mayor papel para el Tribunal de Justicia; y la transformación de la Comisión Europea en un ‘Ejecutivo’ con una sorprendente reminiscencia de un gobierno federal".

Los autores del documento recuerdan que el Parlamento Europeo hizo en este caso una referencia expresa al Manifiesto de Ventotene escrito en 1941 por tres comunistas italianos —Altiero Spinelli, Ernesto Rossi y Eugenio Colorni—, en el que se exigía "la abolición de la división de Europa en Estados-nación soberanos".

Emmanuel Macron (Francia y Alemania son los impulsores de la centralización total) lo justificó así: "Hemos delegado todo lo estratégico: nuestra energía a Rusia, nuestra seguridad —no Francia, sino varios de nuestros socios— a Estados Unidos, y perspectivas igualmente cruciales a China. Debemos recuperarlas". Esto es, se trata de que la Unión Europea se convierta en un superestado destinado a rivalizar multipolarmente con Estados Unidos y China. ¿Y Rusia? Pues no aparece con la que está cayendo.

Esta creciente centralización afecta a los valores. La Comisión, con el pretexto de combatir la discriminación, impone "a los Estados miembros la obligación de censurar y penalizar severamente cualquier opinión crítica hacia determinados grupos sociales, principalmente las comunidades homosexuales y transexuales", construye "un sistema integral para monitorear y censurar los medios de comunicación, tanto estatales como privados, así como las plataformas de redes sociales globales", lo que permite "posibles abusos que vulneran la libertad de expresión" en temas como "la inmigración, la religión o el aborto, clasificándolas como "incitación al odio" o "contenido discriminatorio".

Estos y otros factores han debilitado a la Comunidad Europea. De hecho, la seguridad interior está en entredicho a causa de las migraciones irregulares. Se permite "la entrada a cualquiera que solicite asilo, sin verificar primero si cumple con los criterios para el estatus de refugiado o si representa una amenaza potencial para el país anfitrión".

Y, además, la excesiva regulación en la UE, en gran medida impulsadas por "ideologías climáticas y ecologistas de izquierda", perjudican a sectores claves de la economía de muchas de las naciones y Estado europeo, muy especialmente a la industria automotriz, el transporte, la construcción y tienen efectos devastadores para la suficiencia energética y su precio y para la agricultura.

La reforma necesaria: una Europa de las naciones

Aunque en el documento se habla de dos escenarios de reforma, el de "la vuelta a las raíces de la UE y el de un "gran reinicio institucional", en realidad se trata del mismo proyecto. Se trata de acercar el actual modelo europeo al de 1957 respetando los intereses nacionales, la descentralización, la flexibilidad, la desregulación y un papel relevante para los Estados miembros.

El principal centro de gravedad de la futura Europa debe ser la soberanía nacional deteniendo la centralización creciente del Parlamento, el Consejo y la Comisión europeos convirtiendo al Consejo en la máxima autoridad donde se oye la voz de los gobiernos nacionales democráticamente electos y se toman decisiones basadas en los intereses nacionales con acuerdos unánimes y cooperativos antes que con directrices autoritarias.

Entre las propuestas claves de reforma estarían la de una cláusula de "exclusión voluntaria" que "permita a los Estados miembros eximirse de las políticas que entren en conflicto con sus prioridades y la reforma de la Comisión Europea para convertirla en una Secretaría General Técnica sin poderes ejecutivos sobre sistemas jurídicos nacionales y siempre bajo el mando del Consejo Europeo (gobiernos nacionales) como núcleo político básico.

También quiere establecer un "Escudo de Competencias Nacionales" para protegerlas de la interferencia comunitaria. Hay que "reducir el peso legislativo del Parlamento Europeo y modificar su composición para incluir delegaciones nacionales, fortalecer la legitimidad democrática y aplicar bien el Principio de Subsidiariedad permitiendo a los Estados miembros reclamar competencias si la UE no actúa correctamente dentro de sus mandatos.

Se trata, no de eliminar las constituciones nacionales, sino de armonizarlas voluntariamente. Por ello, hay que cambiar el nombre de Unión Europea por el de Comunidad Europea de Naciones (CER) haciendo de la unanimidad el procedimiento clave de la toma de decisiones.

Dicho de otro modo, se propone un "Gran Reinicio", pero muy diferente al inspirado por el Foro de Davos. Si éste se dirige a la centralización autoritaria, no sólo europea sino mundial, el expuesto en este documento incluye "una reforma institucional completa, reemplazando el marco actual de la UE por un sistema intergubernamental flexible". Esto es, debe permitirse a los Estados miembros "determinar el alcance y la naturaleza de su cooperación, sin una gobernanza supranacional general".

Por ejemplo, se primaría la presencia de los gobiernos legítimos, el consenso sobre la base de los intereses reales de las naciones y tribunales de arbitraje para resolver las disputas que pudieran surgir. Se prefiere la voluntariedad a la obligatoriedad, "permitiendo a los Estados miembros participar en áreas clave de cooperación y participar o no en proyectos adicionales como la protección de fronteras, la seguridad energética y la investigación científica".

En definitiva, se trata de un "plan de transición gradual para disolver la UE y establecer una nueva Unión basada en los principios descritos, que incluye la gestión de activos, pasivos y financiación durante el período de transición".

Reflexión final por un debate sin prejuicios

Demasiado acostumbrados estamos ya, desgraciadamente, a la descalificación apriorística, método subversivo contra la racionalidad de los argumentos y el examen desapasionado de las propuestas. Podemos llamar "extremo derechista" al documento por haber sido inspirado por la Hungría de Viktor Orbán y sus socios con Trump al fondo y santas pascuas a un debate serio, o podemos examinar sus medidas sin atribuir intenciones perversas a los autores. En una sociedad abierta y razonable, lo sensato y lo democrático es lo segundo.

En cualquier caso, es evidente que la disyuntiva europea sobre su futuro llega en un momento delicado en el que están confluyendo diferentes factores que pueden agravar sus diferencias internas y conducirla a un colapso. La invasión de Ucrania y la guerra, unida a la llegada de Donald J. Trump a una segunda presidencia, ha cogido con el paso cambiado a la Unión y a sus gobiernos nacionales.

Aunque se habla de "gran reinicio" en este caso y también en el del Foro de Davos, se trata de dos reseteos bien diferentes con objetivos distantes. The Great Reset: Restoring Member State Sovereignty in the European Union, publicado en marzo de 2025, como indicamos al principio de este artículo, quiere devolver poder a los estados miembros en una Europa de las naciones menos integradas.

El fin señalado por el fundador del Foro Económico Mundial de Davos, Klaus Schwab, en su libro COVID-19, El gran Reinicio, de 2020, es la reforma del funcionamiento económico, político y social a nivel mundial para que sea posible el diseño global planeado del futuro, esto es, más integración y disciplina internacional, para evitar lo que considera una catástrofe general anunciada.

Sea como sea, no hay demasiado tiempo para decidir, si es que hemos de reiniciarnos. Sirva lo anterior para entender, que no para defender ni para ofender, como prescribió el humanista y académico mexicano Alfonso Junco.[3] ¿Cuál de esos modelos preservará mejor la defensa de las libertades, de la esencia histórica y de los valores del Occidente democrático? Eso sí, también podemos apostar por el apagón total de Europa, cómo no.


[1] El español, Rodrigo Ballester, es colaborador de la Fundación de Vox, Disenso.

[2] Naturalmente ambos están en sintonía política con el grupo parlamentario europeo Patriotas por Europa que incluye a Fidesz (Hungría, liderado por Viktor Orbán; Rassemblement National (Francia), dirigido por Marine Le Pen; Vox (España), regido por Santiago Abascal; Partido por la Libertad (PVV, Países Bajos) encabezado por Geert Wilders; Lega (Italia) de Matteo Salvini y al menos ocho partidos más de otros países, desde Austria a Portugal pasando por Grecia y Dinamarca.

[3] Alfonso Junco trazó esa explicación a la hora de escribir El increíble Fray Servando. Psicología y Epistolario.

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