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Un programa liberal contra Trump

La UE podría aliviar los aranceles norteamericanos simplificando su hiperburocracia y relajando los autoaranceles que se aplica a sí misma.

La UE podría aliviar los aranceles norteamericanos simplificando su hiperburocracia y relajando los autoaranceles que se aplica a sí misma.
Daron Acemoglu. | Archivo

Estábamos los liberales tan ocupados vigilando que los socialistas, los wokistas, los populistas, los comunistas y demás enemigos de la sociedad abierta, ilustrada y civilizada se impusieran, que no vimos salir a los mercantilistas de su búnker proteccionista y nacionalista.

Peter Navarro, Scott Bessent, Stephen Miran, Kevin Hassett, Howard Lutnick y Jamieson Greer, los asesores económicos de Trump, tienen una visión proteccionista que parece sacada de un manual mercantilista del siglo XVII, adobado con excusas sobre la seguridad nacional, más que de los principios liberales que han sostenido la prosperidad global desde 1944 con Bretton Woods (con fallos, claro, pero reformables desde la economía (neo)clásica). Frente a ellos, podríamos imaginar en estos tiempos de cataclismo bursátil causado por esa mezcla de delirio, pedantería e ignorancia de los trumpistas, un gobierno alternativo formado por economistas liberales actuales de Estados Unidos —pienso en nombres como Gregory Mankiw, Austan Goolsbee, Susan Athey o Daron Acemoglu—, cuya defensa del libre mercado y la cooperación internacional ofrecería un contraste radical, combinando la prosperidad económica con la estabilidad institucional y la seguridad internacional.

Volvamos al equipo de Trump para comprender la fuente de sus delirios. Está liderado por Navarro, Consejero para Comercio y Manufactura, quien en Death by China (al parecer, recomendado por el yerno de Trump, Jared Kushner) aboga por aranceles como arma geopolítica. Es decir, volver a una guerra fría con la mentalidad antiliberal de que el comercio es un intercambio de suma cero. Scott Bessent, nuevo Secretario del Tesoro, promete un plan simplista y sin ningún fundamento al que denomina "3-3-3" como si fuese el lema milagroso y homeopático de una secta pitagórica (déficit al 3% del PIB, crecimiento al 3%, 3 millones de barriles de petróleo diarios), pero lo acompaña con aranceles absurdos del 60% a China y 25% a Canadá y México. Todos los demás aplauden estos programas antiliberales con el fervor con el que los dirigentes soviéticos aplaudían el respaldo de Stalin a Lysenko, su biólogo dialéctico antidarwinista que provocó una hambruna y millones de muertos.

Entre tanta locura trumpista, hay un grano de sal racional, con la propuesta de recortes fiscales y desregulación, pero dichas medidas pasarán desapercibidas como gotas en un lago de incompetencia, sectarismo e ignorancia. Este grupo cree que gravar las importaciones "salvará" a los trabajadores norteamericanos no competitivos, pero desde una perspectiva liberal clásica, su enfoque es un desvarío económico porque supondrá destruir las ventajas comparativas de cada país y, en consecuencia, el comercio y la economía internacional. Que se vayan preparando los trabajadores porque para Musk, Zuckerberg y Bezos perder millones de dólares en Bolsa les supondrá un pequeño dolor de cabeza, pero a los más vulnerables les espera el desempleo, el hambre y la desesperanza.

Imaginemos, por el contrario, un gobierno alternativo en el que estuviesen representados economistas liberales. Gregory Mankiw, un ex de Bush, podría estar en el ministerio de Economía, defendiendo la obviedad, salvo para los iluminados trumpistas, de que los déficits comerciales no son un problema per se, sino un reflejo de flujos de capital y ahorro. El déficit que tengo con mi banco por la hipoteca no significa que esté la entidad bancaria abusando de mí, sino que ambos nos estamos beneficiando porque a cambio de la deuda me he podido comprar una casa y el banco se está llevando unos intereses por el dinero prestado. Austan Goolsbee, un ex de Obama, argumentaría que los aranceles elevan precios y que dicha inflación daña principalmente a los consumidores sin resolver desequilibrios estructurales. También podría estar Susan Athey, pionera en economía digital, abogando por acuerdos comerciales multilaterales en lugar de guerras arancelarias. Y Daron Acemoglu, reciente Premio Nobel, con su foco en instituciones y crecimiento, recordaría al presidente que la prosperidad viene de la innovación y la cooperación, no del aislamiento y el enfrentamiento. El español Jesús Fernández-Villaverde, profesor en la Universidad de Pensilvania, tendría una perspectiva única para tender puentes con aliados como la UE, contrarrestando el aislacionismo de Trump, y llevando a cabo la propuesta de Elon Musk, en esto no aliado de Trump, para que hubiese una zona de libre comercio total (aranceles 0) entre EE. UU. y la UE.

Desde esta óptica liberal, el equipo de Trump comete errores de bulto. Primero, su obsesión con los déficits comerciales bilaterales —como si equilibrar el comercio con cada país fuera deseable— ignorando lo que sabemos, de Adam Smith y David Ricardo a Mankiw y Goolsbee: una economía abierta prospera con déficits y superávits asimétricos según ventajas comparativas.

Segundo, los aranceles no cambian la ecuación fundamental de ahorro e inversión, una identidad contable que Acemoglu subrayaría. EE.UU. tiene un déficit externo porque invierte más de lo que ahorra; sin ajustar eso, los aranceles solo encarecen la vida y aprecian el dólar, neutralizando cualquier "beneficio".

Tercero, como Athey podría demostrar, el proteccionismo frena la innovación al reducir la competencia global, algo que Navarro y compañía pasan por alto.

Contrastemos esto con el orden económico de Bretton Woods, el marco liberal de cooperación internacional más beneficioso de toda la historia de la humanidad. Desde 1944, el comercio libre y la cooperación multilateral han sacado a miles de millones de la pobreza, siendo EE.UU. el mayor beneficiario, con su clase media disfrutando de un nivel de vida inalcanzable para muchos europeos ricos. Que Trump, asesorado por Navarro y Bessent, quiera dinamitar esto con aranceles es solo comparable a Nerón quemando Roma para poder reconstruir la ciudad a su capricho. Cuenta la leyenda que Nerón tocaba la lira mientras veía arder Roma, pero es prosaica y triste realidad que Trump agita su palo de golf mientras las Bolsas se queman y los ciudadanos pierden miles de millones de dólares en el altar de su narcisismo patológico.

¿Qué debería hacer el mundo ante un Trump que se mueve entre el nihilismo y el resentimiento en plan Luis XIV y pareciendo pensar que después de él, el apocalipsis? No es casualidad que fuese un ministro del monarca absoluto francés, Colbert, el que pusiese las bases del capitalismo mercantilista contra el que se rebelarían liberales como Smith. Para Colbert, el Estado ha de controlar estrictamente la industria y el comercio, la riqueza de las naciones se basa en acumular metales preciosos (hoy, tierras raras), la balanza comercial siempre ha de ser favorable y la economía local se blinda a la competencia extranjera con fuertes medidas estatales. Es decir, la peor versión posible del capitalismo, al servicio de un Estado intervencionista y planificador en apoyo de plutócratas que lideran industrias ineficientes y obsoletas.

En momentos como estos es recomendable recordar los mandamientos de Juan Belmonte para torear bestias bravas: parar, mandar y templar. Y no perder nuestro estilo: ante mercantilismo, liberalismo; frente a esta traición a la sociedad abierta y los mercados libres, apostar más que nunca por el libre intercambio de bienes y servicios. La UE podría aliviar los aranceles norteamericanos simplificando su hiperburocracia y relajando los autoaranceles que se aplica a sí misma.

Entre el sadismo arancelario de Trump y el masoquismo tecnócrata de Úrsula von der Leyen hay espacio liberal para insistir en la formación de un multilateralismo renovado que elimine barreras para que haya el máximo posible de libertad de comercio. Estamos viviendo un crossover entre Colapso, el libro de Diamond sobre cómo se hunden los imperios, e Idiocracy, la película sobre cómo los idiotas se hacen con el poder en EE. UU.

Frente a los desvaríos proteccionistas de Trump, el legado liberal sigue siendo la brújula para navegar esta tormenta.

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