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El auténtico filosofar hispánico

El último libro de Agapito Maestre es una exposición, una muestra filosofada de autores, conductas y pensamientos que se han presentado deformadamente ante nosotros.

El último libro de Agapito Maestre es una exposición, una muestra filosofada de autores, conductas y pensamientos que se han presentado deformadamente ante nosotros.
Miguel de Unamuno. | Archivo

Se dirá que la libertad siempre ampara, por permitirla, a la heterodoxia –la posibilidad de otra idea diferente al canon establecido—, y así debe ser. Cierto, pero no todos queremos ejercer la libertad porque exige fe en su potencia y fecundidad y valentía en su práctica y defensa. El nuevo libro de nuestro compañero y amigo, Filosofía española de los siglos XX y XXI. Del pensar hispánico[i], es un libro valiente, escrito en libertad y que, como consecuencia, no teme a la condición heterodoxa.

¿Y si no fuese así? ¿Y si lo que el libro que se tiene en las manos muestra a todos los administradores del canon filosóficamente correcto —que coinciden sospechosamente con quienes deciden lo políticamente correcto—, que hay una filosofía hispánica ocultada deliberadamente? ¿Qué es más ortodoxo para la filosofía? ¿Sepultar en el silencio las ideas de los pensadores que son molestos? ¿Borrar de la memoria los actos y los hechos inconvenientes perpetrados por los autores a los que se decide proporcionar loor y gloria? ¿O lo es filosofar sin consignas ni peajes, de pie y no de rodillas?

Uno de sus grandes maestros, el inmenso Marcelino Menéndez y Pelayo, lo dejó escrito: "La Historia no se escribe para gente frívola y casquiana, y el primer deber de todo historiador honrado es ahondar en la investigación cuanto pueda, no desdeñar ningún documento y corregirse a sí mismo cuantas veces sea menester. La exactitud es una forma de la probidad literaria y debe extenderse a los más nimios pormenores, pues ¿cómo ha de tener autoridad en lo grande el que se muestra olvidadizo y negligente en lo pequeño? (...). No merece nombre de escritor formal quien deja subsistir a sabiendas un yerro, por leve que parezca".

Este libro, que comienza con el impacto expuesto de la Julia labrada por Jaume Plensa junto a la Biblioteca Nacional y acelera con la Exposición sobre el exilio español en Puerto Rico, se me antoja en realidad una exposición, una muestra filosofada de autores, conductas y pensamientos que se han presentado deformadamente ante nosotros, deliberadamente o no, o que, sencillamente, se han hecho desaparecer del paisaje cultural español.

Como Menéndez y Pelayo, cuya integridad intelectual nos dio a conocer con rigor la dimensión del pensamiento de los heterodoxos españoles y, por ello, lo hizo visible ensanchando nuestra libertad de juicio, nuestro filósofo, en ocasiones con pesar íntimo, se atreve a decir lo que nuestro erial de santones no quiere que sea dicho pero que, al decirse, provoca en nosotros la pregunta y da impulso a la investigación libre de una respuesta.

Recordemos que heterodoxo es todo aquel que está en desacuerdo con la doctrina tenida por verdadera o única. Lo es, desde el principio, Agapito Maestre, cuando se aleja del falso modo de profesar la filosofía para abrazar el inquietante mundo de los hechos, de las creaciones literarias y las ideas que encarnan. La filosofía hispánica, española e hispanoamericana, quizá la más importante de las filosofías en los siglos XX y XXI, es filosofía en la literatura, esto es, en la vida.

Alfredo Arias, un desapercibido autor que ha escrito tal vez la más importante reflexión hispánica sobre el "eterno femenino" aplastando la simpleza del mujerismo dominante y que, naturalmente, se expone, cómo no, en este libro, expresa esa actitud de una manera delicada pero rotunda: "Puede que algunas cosas de este libro no te parezcan razonables, así que las cosas que aquí encuentres serán, por encima de todo, corazonables". Esto es, vivas, reales, capitales, indispensables, absolutamente necesitadas de luz y pasión públicas.

Por eso, Agapito mete sus dedos en las llagas de la ortodoxia. Vale, acepta, hablemos del exilio español. ¿Cuál? ¿Sólo el del 39? ¿No el del 36, consecuencia de la pérdida de la libertad en toda España y el más importante como subrayó Julián Marías? Unamuno, Ortega, García Morente, Juan Ramón Jiménez y tantos otros que se refugian en este libro, ¿huyeron de Franco o escaparon del miedo republicano?

Unamuno, aunque horrorizado por los Hunos y los Hotros, prefirió alinearse con los militares alzados porque en ellos veía, a pesar de todo, la continuidad de la civilización occidental y de la nación española. García Morente, el maestro de José Gaos, destituido de su cargo universitario por la República, marchó a Francia y supo del asesinato de su yerno por ser miembro de la Adoración Nocturna. Gaos no le ayudó. Tal vez no pudo.

Ortega organizó clandestinamente su fuga a Francia tras ser amenazado por "estudiantes comunistas". Juan Ramón Jiménez a punto estuvo de ser fusilado por un "blancote de anarquista". Contó él mismo que si se salvó fue por sus dientes, que no se ajustaban a los del JRJ que buscaban los milicianos. El fatal destino, dice, no era para él aquel día. Hubo tantos otros…

Sé que una de esas llagas le ha causado una gran amargura. Su admirada María Zambrano estaba entre aquellas estudiantes que presionaron a Ortega con la "razón armada" en la Residencia de Estudiantes en el verano de 1936. Leyendo a otro postergado de nuestro pensamiento y de nuestra literatura, el gran Aquilino Duque, se desveló que el amante de su hermana Araceli era MMM, Manuel Muñoz Martínez, azañista y director general de Seguridad de la República cuando se produjeron las sacas de las prisiones madrileñas y los asesinatos de Paracuellos de Jarama y Torrejón en 1936.

Mejor señalar sólo a Segundo Serrano Poncela[ii] sobre el genocidio sobre las derechas y los católicos, como hizo Carrillo, ocultando hasta hace no tanto la terrible carta que el estudioso de Unamuno y Machado envió al PCE denunciando sus crímenes, carta que aparece en los anexos de este libro. En ella dice: "Ustedes (los comunistas) y los fascistas han creado un mesianismo universal, cada vez más polarizado en extremos que arrastra las conciencias hacia paraísos artificiales a cambio de entregarles la libertad para pensar por cuenta propia".

La pregunta brota: ¿Cómo explicarse el silencio de la discípula de Ortega ante hechos de los que su cuñado putativo fue sin duda políticamente responsable? ¿Cómo puede contarse el pensamiento del exilio español sin desentrañar tales "oscuros" del bosque? ¿Cómo muchos de los que han pasado como preclaros defensores de la libertad callaron ante la supresión definitiva de la misma que es el asesinato sin causa ni juicio? Ah, claro, Franco, sólo Franco y nadie más que Franco fue culpable, cínica manera de encubrir los propios pecados y delitos.

Pero, al mismo tiempo, nuestro pensador rescata el valor del panamericanismo de la Zambrano, su visión del exilio, nostalgia y esperanza, en un nuevo mestizaje, ahora cultural, en América. "Para Zambrano panamericanismo no es otra cosa que una fórmula para repensar el destino de una civilización y una cultura que tuvo su origen en España y su presente en América". Pero, de eso no se habla. Se calla.

Sean estos ejemplos del filosofar sin corsé ni consigna de quien fue desposeído brutalmente de su Cátedra de Filosofía por el complejo político-burocrático-universitario tejido por el régimen socialista en Andalucía, ahora extendido, empeorado y aumentado, en toda España, con el beneplácito del, entonces y ahora ocupado, Tribunal Constitucional.

Por eso, este libro de nuestro admirable vecino de columnas en Libertad Digital debe ser considerado la continuación de su rebeldía ante la falsificación filosófica que se ha venido apoderando de nuestro país. Tal vez el hombre no tenga otra opción que ser un falsificador porque puede mentir y simular, como sienta su admirado Manuel Granell, discípulo y complementador de Ortega en su Venezuela de acogida, pero que los pensadores sean falsificadores que no aspiran a la verdad o la soterran, resulta repugnante.

Estoquea Agapito: "Qué decir de esos grandes filósofos que se han quedado descolgados, sin precedentes ni seguidores, ora en un limbo intelectual ora estigmatizados en el infierno de los apestados por motivaciones ideológicas. Cuántos mercachifles de la industria cultural española, biógrafos, sindicalistas de la ‘historia de las ideas’ y gentes de ese pelaje han construido una imagen pétrea, inamovible, de grandes escritores españoles del pasado para vestirse con sus ropajes y justificar su puesta al día con el gobernante de turno".

Y apuntilla: "La falsificación del pensamiento es moneda corriente en nuestro entorno. Acaso por eso, por esa terrible ideologización de las ideas, la historia de la Filosofía española contemporánea está por hacer, entre otras razones, porque algunos de esos grandes autores están por descubrir, por leer y releer. Abierta en canal está nuestra historia del pensamiento español por los descuartizadores de filósofos, auténticos terroristas intelectuales. Esa gente está por todas partes. Poblados están los departamentos universitarios con ese tipo de carroña intelectual".

En esta exposición del filosofar hispánico, Agapito Maestre, en sólo siete, pero densos capítulos, pasa revista a algunas circunstancias de una serie de autores y obras que, a veces estremecen, y a veces, iluminan en esta España de apagones sin justificación. De Antonio Machado subraya su admiración por el Unamuno político, quien logró "alumbrar esta conciencia, con su palabra y con su ejemplo, en las entrañas de su pueblo". Y defiende a Unamuno de los resentimientos trágicos de quienes no pueden aceptar su decisión final por la continuidad de España frente a una República enferma de odio.

No tiene prejuicio alguno al considerar la calidad de las obras de Serrano Poncela, motejado como el "verdugo rojo", que abjuró de sus dogmas. Estalla en aplausos hacia Julián Marías, no tanto por sus filosofemas como por ser el filósofo que "siempre dijo la verdad". Por ejemplo, siendo un encarcelado y exiliado interior del régimen triunfante, negó que el franquismo fuese un "páramo cultural", dedicó su Historia de la Filosofía a su otro maestro, Manuel García Morente y se opuso al término "nacionalidades" en el debate constitucional.

El libro recuerda y trae al primer plano a algunos "escritores de la diáspora" o refiere a entidad de escritores hispánicos de allende el océano, como Alfonso Reyes, un pensador erudito como pocos. Incluso a Juan Villoro, un fogoso defensor del indigenismo mexicano, del que no teme decir que fue alimentado en buena parte por los exiliados españoles de 1939.

Qué diferente a la comprehensión hispánica de Unamuno, del maduro Octavio Paz o del tristemente poco conocido sacerdote gaditano exiliado José Manuel Gallego Rocafull para quien "México no es otra cosa que un nuevo miembro de la gran familia de la civilización hispánica." Repelús dan los hoy ex - mandantes López Obrador y su sucesora en el poder, contra los que se arremete por derecho.

Muy sentida es su reivindicación de Manuel Altolaguirre, impresor y gran poeta del 27. Se recuerda poco que murió en España, no en el exilio. La sectaria memoria histórica le hace morir y olvidado en España. "Falso. En México hizo mil cosas y todas reconocidas. Y en España jamás fue olvidado. Más aún, regresó en 1950. Visitó Madrid y Málaga. El Alcalde de Málaga, José Luis Estrada, lo recibió y agasajó." ¿Hasta cuándo tanta falsificación?

Muy llamativo es su capítulo sobre el amor en la filosofía hispánica, yendo y viniendo de Octavio Paz al ya citado Alfredo Arias, Joaquim Xirau, Ramon Gómez de la Serna (del que destaca asombrado su juvenil libro "mudo"), el propio Alfonso Reyes, José de la Colina y el mismísimo Borges, que bebió tanto en el modernismo digerido por el gran Machado, Manuel, otro de los ensombrecidos por las ideologías que deforman el filosofar auténtico, que atiende a lo que es real sin importarle nada más.

La relación entre la filosofía y la literatura, tesis subterránea de todo el libro y muy presente siempre en Agapito Maestre, se destaca además en el italo mexicano Alejandro Rossi y Juan Nuño, español de Venezuela, que ahondan en la filosofía de Borges. "Estos dos autores se sitúan entre Ortega y Borges, pero son siempre fieles a sus propios destinos filosóficos. Rossi y Nuño son dos extraordinarios lectores de la obra de Borges a la par que comparten unas comunes querencias filosóficas de corte orteguiano. Han hecho conciliable las prosas de Borges y Ortega. No es poco mérito".

Cómo no destacar las relaciones que establece el autor entre Aquilino Duque, ya mencionado más arriba, y el colombiano Nicolás Gómez Dávila, famoso por su defensa del hombre reaccionario como alguien que reacciona ante lo falso y adulterado y defiende lo que posee valor, negando la linealidad de derecha-centro-izquierda con su famoso no estar en esas posiciones sino "enfrente" de todas ellas. Agapito, a pesar de todo, le concede el honor de la primogenitura de ese estar frente a la barbarie ideológica al sevillano, poeta y desestimado Aquilino Duque, uno de los más grandes escritores y poetas españoles.

Debo subrayar que la obra de Manuel Granell, asturiano y venezolano que se marchó de España en 1950, ha sido un descubrimiento, no tanto por sus fuentes orteguianas sino por sus profundas intuiciones que iluminan hoy la realidad vital nacional e internacional. Su tesis de la presencia de enfermedades espirituales profundas impulsadas por "los bajos fondos anímicos" es deslumbrante y actual. La sustitución de la razón pura por el imperialismo de la voluntad conduce a la violencia del nuevo bárbaro, "el hombre-adolescente", que no trata de realizar utopías, sino de imponer la real gana en las conductas.

Es uno de los poderes totalitarios animados por el Estado canceroso para las almas, al que siempre hay que limitar, enseñaba Paulino Garagorri, otro orteguiano sepultado por la inquisición social-comunista. ¿Y qué decir de su discípulo, Ignacio Gómez de Liaño? (Como se habrán dado cuenta, de Menéndez y Pelayo, Unamuno y Ortega surgen discípulos varios que perpetúan la tarea del filosofar hispánico de un modo constante que llega hasta nosotros).

Gómez de Liaño se empeña en la continuidad de la civilización occidental y acude a Cicerón, Séneca y San Pablo como defensa ante las conductas cerradas derivadas de Mahoma, Marx e Hitler. No teme situar nuestro filósofo a Fernando Sánchez-Dragó, Gárgoris y Habidis, entre los pensadores hispánicos amamantados, se quiera o no, en los pechos de don Marcelino.

Y a Gabriel Albiac, por su maquiavélico Maquiavelo novelado, Dormir con vuestros ojos, antes que por otras obras más filosóficas, como su Spinoza o su Pascal. No me resisto a incluir en esta reseña la agudeza del Padre Feijoo que se nos brinda en el libro: "El maquiavelismo debe su primera existencia a los más antiguos Príncipes del Mundo y a Maquiavelo sólo el nombre". Y a dos españoles, Fernando el Católico y César Borgia. Ortega puro.

El final apoteósico de esta exposición es confesar algunas aventuras filosóficas más. Destacaré su ardorosa vindicación de la figura de uno de los grandes filósofos españoles, Eugenio d´Ors, oscurecido por los nacionalistas xenófobos y traicionado incluso por su discípulo más directo. No elude Agapito citarlo, José Luis López Aranguren, que pasó de la adoración por Xenius a la apostasía en pocos años, por el plato de lentejas de ver blanqueado su pasado franquista en el cálido sepulcro de la nueva democracia.

En fin, estamos ante un libro que aviva el seso y lo despierta, del que se aprende, del que se nutren la reflexión y la autenticidad, un libro con el que es fácil trazar el plan de edición de una biblioteca de la filosofía hispánica de los siglos XX y XXI y entender qué significa pensar entre nosotros. ¿Está todo? No, naturalmente. Quedan fuera de sus páginas quienes pretenden eliminar o manipular el escepticismo de la filosofía y la literatura española "con los saberes dogmáticos, nunca cuestionables por dogmáticos, reitero, sino por su dudosa veracidad".

Y termina el autor: "Me despido ya de usted, amable lector, pero no puedo dejar de hacerlo sin un recuerdo para Ortega que sigue siendo clave en la historia de nuestra filosofía. ¿Qué dirían si viese el estado actual de la Nación? Si viviese hoy, en un país radicalmente desnacionalizado y un Estado en decadencia, entre otros motivos, porque ha desaparecido en partes clave del territorio nacional, o habría entrado en un proceso de depresión sin posible solución, o estaría en el medio de la calle gritando: ‘No es esto, no es esto’".


[i] Ha sido publicado en la Editorial Almuzara, marzo 2025

[ii] Juan Ramón Jiménez no quiso saludar a Poncela en Puerto Rico por considerarlo un asesino. Desde luego, aunque no se sabe a ciencia cierta quién dio la orden, tuvo que tener asimismo responsabilidad. Zenobia se cambiaba de acera para no encontrarse de frente con su primo Federico Enjuto, amigo de Indalecio Prieto e instructor del juicio que terminó con el "asesinato legal" de José Antonio Primo de Rivera.

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