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Emilio Campmany

Verdún

La resistencia francesa demostró que Alemania nunca vencería mientras no trasladara más fuerzas al Oeste.

Al acercarse el fin de 1915, Alemania parecía estar ganando la guerra. El frente occidental estaba sólidamente defendido, la mayor parte de él transcurría por territorio extranjero y todos los intentos realizados por el enemigo para romperlo habían fracasado. En el frente oriental las fuerzas alemanas habían cosechado amplias victorias, arrebatado a los rusos sus posesiones en Polonia y fijado un frente en línea recta más fácil de defender que las fronteras existentes al iniciarse el conflicto. En los Alpes, los austriacos, que tan mal se habían desenvuelto con los rusos, mantenían a raya a los italianos sin casi apenas ayuda alemana. Serbia, responsable a los ojos de las potencias centrales de haber provocado el conflicto, estaba derrotada y su ejército en el exilio. Bulgaria había sido reclutada como aliado y eso había permitido contactar con Turquía por tierra. Las expediciones aliadas a Gallipoli y a Salónica habían fracasado. Parecía imposible que las cosas pudieran ir mejor para Berlín.

Y sin embargo todo era un espejismo. Cuando Erich von Falkenhayn, jefe del Estado Mayor alemán, tuvo que sustituir al cesado Von Moltke a finales de 1914, se vio obligado en contra de su voluntad a atender el frente oriental para evitar el colapso de Austria-Hungría. Quiso hacer de la necesidad virtud y, dado que creía que la única forma que tenía Alemania de ganar la guerra era que alguno de sus enemigos firmara una paz separada, y puesto que las circunstancias le obligaban a combatir en el Este, trató de obligar a Rusia a pedir un armisticio. Es discutible si fue la desidia de la diplomacia alemana o la testarudez de los rusos lo que frustró el acuerdo. El caso es que no lo hubo y, aunque el zar parecía incapaz de poder montar ninguna ofensiva, insistió en seguir en guerra con Alemania y Austria.

La posibilidad, bajo estas condiciones, de mantenerse a la defensiva y esperar no podía ser contemplada por las potencias centrales porque el tiempo corría en contra de ellas. La Entente controlaba el mar, lo que significaba tener asegurado un casi ilimitado suministro de materias primas. Alemania y Austria en cambio tenían que conformarse con lo que extrajeran del territorio que controlaban, y éste no podía cubrir las necesidades de la guerra y de la población durante mucho más tiempo. De hecho, la Entente se mantenía a la defensiva en todos los frentes porque sabía, como Falkenhayn, que a largo plazo la situación le favorecía.

Para Alemania era, pues, esencial pasar a la ofensiva. Pero montar una contra Rusia y seguir penetrando, por ejemplo, en Ucrania era, según Falkenhayn, un disparate, pues sus fuerzas se diluirían en la inmensidad de aquel territorio sin que hubiera garantía de que el zar fuera a firmar la ansiada paz separada ni siquiera en el caso muy dudoso de que los alemanes fueran capaces de llegar a Moscú. El recuerdo de lo que le ocurrió a Napoleón hacía entonces un siglo estaba todavía vivo en la mente de los estrategas alemanes. En los Balcanes se había hecho todo lo que se podía hacer, que era derrotar a Serbia. En el frente italiano, Roma sólo había declarado la guerra a Austria y Berlín no le veía ventaja alguna a estar en guerra con Italia. Por otra parte, lograr que el país transalpino firmara la paz con las potencias centrales sería sin duda una victoria, pero no decisiva. Todo lo cual conducía a concluir que el único lugar donde Alemania podía ganar la guerra era en el frente occidental, que era por otra parte el sitio donde Falkenhayn siempre había creído que se decidiría el conflicto.

Allí Alemania tenía dos enemigos, Gran Bretaña y Francia. Montar una ofensiva en el sector inglés carecía de sentido estratégico. Para empezar, era el lugar donde el enemigo tenía desplegados más hombres por kilómetro de frente. Luego, aunque los alemanes consiguieran derrotar a los británicos en suelo francés, la victoria no tenía por qué implicar la rendición de las islas, que podrían cómodamente seguir luchando en el mar y desplazando tropas hasta cualquier otro teatro de operaciones. La victoria sobre Gran Bretaña sólo se alcanzaría cortando sus comunicaciones por mar, que es lo que se intentaría con la guerra submarina sin restricciones que Berlín acababa de ordenar. Lo procedente era atacar al más débil de los dos, Francia.

El problema era que la experiencia de la guerra había demostrado que las ofensivas sólo tenían alguna probabilidad de éxito si eran emprendidas con abrumadora superioridad en medios y hombres. Mientras Rusia siguiera en guerra, Alemania no podría disponer en el Oeste de tropas suficientes para alcanzar esa superioridad. Entonces, Falkenhayn ideó una estrategia que aprovechara las lecciones que el conflicto llevaba impartidas. La primera era que, a igualdad de fuerzas, quien defendía tenía ventaja. La segunda, aprendida en Bélgica, era que no había fortaleza que se resistiera a la moderna artillería pesada. Y la tercera, que la superioridad artillera podía ser decisiva, tal y como se había demostrado con los rusos. El plan que ideó fue por tanto atacar el punto más débil del sector francés empleando abundante artillería y atraer al enemigo para que contraatacara. Luego los alemanes, como defensores, aniquilarían a los atacantes obligándoles a recurrir a todas sus tropas de reserva hasta que la enorme cantidad de bajas les hiciera imposible sostener el frente. Verdún era el lugar ideal. La ciudad y sus muchas fortalezas estaban en un entrante, de manera que podían ser atacadas por los alemanes desde tres de los cuatro puntos cardinales. Luego, era un lugar emblemático, con lo que su caída desmoralizaría a la retaguardia francesa. En aquella zona del frente además los alemanes disponían de un ferrocarril con el que alimentar su artillería pesada, mientras que los franceses apenas tenían una única y débil línea de suministro consistente en una estrecha carretera.

No obstante, Falkenhayn no contó con los inconvenientes. Que la artillería pesada permitiera tomar fortalezas antes inexpugnables no significaba que lo hubiera convertido en tarea fácil. Los altos que rodean Verdún, desde los que Falkenhayn pensaba bombardearlas, no fueron tan fáciles de tomar como él creyó. No dispuso de fuerzas suficientes para que la ofensiva proviniera de tres lugares diferentes y tuvo que conformarse con emprenderla desde uno solo. La artillería no se demostró decisiva porque la densidad de hombres y la calidad y extensión de las trincheras fue muy superior a la que se encontró en el Este. La resistencia francesa se demostró mucho más tenaz de lo previsto porque el alto mando hizo rotar a las tropas implicadas a fin de que se alternaran y la tensión del combate no acabara con su moral. Los contraataques franceses no fueron tan atolondrados como Falkenhayn previó. De hecho, pasadas las primeras semanas, la cadencia de bajas fue poco más o menos la misma en los dos bandos. Aunque los alemanes lograron tomar dos fortalezas, no ocuparon la ciudad de Verdún. La batalla empezó a finales de febrero de 1916 y acabó prácticamente en junio. Los alemanes apenas penetraron unos pocos kilómetros. Luego, durante el otoño, los franceses fueron capaces de recuperar las dos fortalezas y buena parte del terreno perdido.

La batalla fue el único intento serio alemán antes de 1918 de romper el frente occidental. El objetivo estratégico alemán no fue conquistar territorio sino desmoralizar al enemigo a base de infligirle enormes pérdidas. Como resultó luego que los alemanes tuvieron también que pagar un altísimo peaje en bajas, la batalla no sólo influyó en la moral de la retaguardia francesa, sino también en la alemana. El horror que allí se vivió con la explosión de más de 20 millones de obuses y el empleo de nuevas armas como el lanzallamas y el fosgeno hizo que un oficial francés concluyera que el infierno no podía ser un lugar más inhóspito.

Verdún demostró que Alemania nunca vencería mientras no trasladara sus fuerzas del Este al Oeste. Para poder hacerlo, decidió unos pocos meses después derrotar a Rusia con un veneno peor que el fosgeno, el comunismo.

LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL: Los orígenes - Los bloques - El Plan Schlieffen - El asesinato de Francisco Fernando - La crisis de julio de 1914 - La neutralidad de España en 1914 - De Lieja al Marne - El Este en 1914 - Turquía entra en guerra - Alemania vuelve la mirada al Este - La guerra se extiende a Extremo Oriente - Galípoli - El sagrado egoísmo de Italia - La inicial derrota de Serbia.

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