El MeTooísmo español, en línea con el estadounidense, está desolado por el veredicto que ha dado la razón al actor Johnny Depp en su querella contra su ex, Amber Heard. Da igual que la decisión incluya también una penalización menor para Depp. Se ha decidido que la sentencia es un grave retroceso para las mujeres y para toda la sociedad, y auguran que a partir de este instante crepuscular serán muchas las que no se atreverán a denunciar abusos por temor al calvario de una demanda de difamación. La literatura del retroceso pinta un panorama ciertamente pavoroso, pero, con todo lo detallista que es, le falta un detalle que no es por completo insignificante. No aparece en ella, ni siquiera como hipótesis, la posibilidad de que que Heard acusara, en efecto, falsamente a su ex marido.
Seguro que todos los que denuncian el retroceso y tienen opinión cerrada sobre el caso vieron cada minuto del juicio, sopesaron las pruebas y demás elementos y conocen al dedillo la legislación vigente. Más que seguro, segurísimo, cómo dudarlo. Están tan convencidos de que la decisión es horrenda que no se paran a considerar la eventualidad de que pueda ser acertada. ¿Será que un veredicto que quita la razón a una mujer que ha denunciado abusos es imposible que sea correcto? ¿Será que es imposible que sea acertado porque por principio, sin más vueltas, cualquier mujer que denuncia a un hombre por ese motivo –y quizá por otros– tiene razón siempre? Vale. Pero entonces sobra el juicio.
¿Y por qué no va a sobrar? La pretensión del MeTooísmo y asociados parece ser, a fin de cuentas, que no haga falta ningún procedimiento engorroso para determinar si una denuncia de abusos es cierta o incierta. La pretensión es que la denuncia, por sí misma, entrañe la culpabilidad del denunciado. Y la idea, en el mundo de los ricos y famosos, es que la denuncia pública ponga inmediato fin a la carrera profesional del denunciado, haga de él un asqueroso apestado y le marque para siempre y a fuego como un vil abusador. Todo ello, por obra de la denuncia. Sin más historias. En ese marco, el juicio sobra, pero si el hombre es lo suficientemente rico y canalla como para presentar una demanda por difamación, ni jueces ni jurados deben interponerse en el proceso de fulminarlo y mandarlo a las tinieblas exteriores.
Las intensas querellas conyugales de las estrellas de Hollywood siempre existieron y siempre terminaban por trascender, pero no se llevaban al plano político ni servían de medidor de avances y retrocesos sociales. La cacería del MeToo acabó con aquel viejo y prudente paradigma, y ahora resulta que si Heard pierde, pierden todas las mujeres, y si Depp gana, ganan todos los hombres. La perspectiva de género sí que es pavorosa. Fue la tal perspectiva la que llevó a Heard a retar a Depp: "Díselo al mundo, Johnny. Yo, Johnny Depp, un hombre, soy también una víctima de violencia doméstica, y a ver cuánta gente te cree o se pone de tu lado".
El actor lo hizo. Se lo dijo al mundo, la llevó a los tribunales, ganó la demanda y obtuvo el apoyo de mucha gente. Los MeTooístas dicen que orquestó una campaña en redes. Puede. Pero es el propio MeToo el que más ha orquestado. Lo raro es que no hubiera desencadenado antes reacción y rebote contra su saña inquisitorial.