
Sánchez Dragó perteneció a ese pequeño grupo de hombres que, en todo momento y circunstancia, tienen el coraje de ser inactuales. Inactuales para desclasarse de la hegemonía ideológica y cultural de sus coetáneos, pero también para manifestarlo activamente, conduciéndole ello al ostracismo mediático o, incluso, a la prisión.
Conformó una personalidad innata, imposible de ensayar, que le llevó a desafiar los dogmas de cada una de las épocas que vivió. Se valió de las decenas de libros, que le llevaron a ganar el Premio Planeta en 1992, pero también de la televisión y de todo tipo de producción cultural. Separó su camino de la izquierda que un día estimuló su compromiso político, y lo hizo en los años en los que hacerlo implicaba perder prebendas. Hay que confiar en aquellas personas en las que la osadía y el bolsillo van por carriles diferentes.
Despreció las etiquetas, que entendió como condicionantes, y supo llenar sus estanterías con autores de todo el espectro hasta conformar un crisol intelectual que le hizo a acumular decenas de miles de libros a lo largo de su vida. Conversador inagotable y brillante orador, dignificó la labor televisiva con un programa enriquecedor y punzante que difícilmente encontraría competencia o encaje hoy.
Fue este carácter irreverente el que le condujo, una vez más, a desafiar el consenso de la clase política y de los medios de comunicación, que habían tejido toda una red de insultos y descalificativos en torno al reciente nacimiento de VOX, que Dragó abrazó con curiosidad y simpatía. Partidario y amigo personal de Santiago Abascal, nunca titubeó en la defensa de unos principios que esgrimió libremente y bajo las siglas de la formación que le ha representado hasta sus últimos días.
Lejos de limitar su actividad a la defensa, la militancia o la mera simpatía, Dragó fue parte activa en la búsqueda de un cambio cultural para España y para Occidente, lo que le hizo integrarse como patrono de honor en la Fundación Disenso, desde donde organizó prolíficas tertulias en la cripta del centenario Café Gijón en las que participaron todo tipo de personajes, desde el ámbito cultural hasta el político, desde el gran Andrés Calamaro hasta la inagotable Esperanza Aguirre.
Sánchez Dragó forma parte de una generación que se está marchando, que se educó en la crítica y no en el eslogan, y que ha alumbrado las mejores mentes de todo el siglo XX español. Amigo de una pléyade intelectual infinita, Dragó cosechó una experiencia que acrecentaba su valor con los años. En la era de la inmediatez y la consigna, Dragó era experiencia y reposo. Encarna un perfil que hay que escuchar y leer en unos años en los que la gerontofobia cabalga galopante contra todo aquello que no es novedoso o propio. Se va en silencio un genio, y lo hace dejando una lección de vida: disentir es desafiar. Hasta siempre.
Jorge Martín Frías es Director de la Fundación Disenso
