
Una explosión arrasó el restaurante donde periodistas y familias cenaban. La cara inexpresiva de la escritora Victoria Amelina no reflejaba el mismo terror que las de los que habían sobrevivido. Su melena rubia, cenicienta por la suciedad que revoloteaba en el aire, se había convertido en la aureola de una escultura de cera. Sentada aún, inmóvil, como cariátide paralizada por la maldad, acababa de ser condenada a no abrir nunca más sus ojos. La metralla yacía alojada en su cráneo horadado, determinada a cumplir su misión criminal cuatro días después.
Hace un año en Kramatorsk murieron 13 personas y 65 más quedaron gravemente heridas, víctimas de ese ataque ruso, un crimen de guerra más en la terrible agresión a que está siendo sometida Ucrania.
Hablando de las cariátides me viene a la cabeza nuestro ministro de Cultura, el que pretende no destinar fondos a restaurar iglesias románicas o a excavar restos arqueológicos fenicios, o apoyar campañas de lectura de emigrantes, sino a una demencial campaña de vaciado de museos y de regreso al Amazonas o a las riberas del Misisipí de algún colgante de oro que en sus periplos trajeron los expedicionarios de Orellana o de Hernando de Soto. Claro que su corriente política es de las que simpatiza con el responsable de ese crimen, Vladimir Putin. De manera activa o disimulada apoyan al dirigente ruso además numerosos países de Iberoamérica, reunidos en el Grupo de Puebla. Petro o Lula, y ahora Claudia Sheinbaum, deben tener presente a otros dirigentes históricos como el francés Petain, el croata Pavelic, el belga Degrelle, o el noruego Quisling, hundidos en la ignominia como colaboradores de Hitler. Enemigos todos de la libertad, adoradores de dictadores mesiánicos, generadores impenitentes de pobreza. Es inútil apelar a otros como Maduro que ya hoza en el basurero de la historia, sin redención posible.
Victoria Amelina se convierte en símbolo de la cultura ucraniana violentada, agredida, pisoteada, por la violencia de la brutalidad militar rusa. Victoria se transforma en Ucrania misma. Su legado es su novela Un hogar para Dom, que nos permite conocer su país; el recuerdo de su personalidad y de su cruel e inútil muerte nos advierte de la necesidad de que Ucrania salga victoriosa del desafío y de la agresión de la autocracia rusa. La libertad se encarna en Victoria, como nueva Marianne guiando al pueblo ucraniano, frente al totalitarismo y la arbitrariedad.
Pocas semanas antes de su trágica muerte, Victoria me expresaba en Londres su admiración por Raphael Lemkin y Hersch Lauterpacht, juristas formados en su ciudad natal, Leópolis. Fueron los creadores de los conceptos de "genocidio" y de "crímenes contra la Humanidad", ambos judíos, y sus apasionantes vidas quedan reflejadas en otra novela muy recomendable Calle Este-Oeste, del británico Philippe Sands, recientemente premiado en España por despacho Roca. La necesidad de los débiles de que prevalezca la ley frente a la brutalidad y a la arbitrariedad fue el motor de la actividad pública de Victoria Amelina.
Un año después de su muerte no podemos dejar que el ejemplo de Victoria Amelina quede olvidado, enterrado bajo los cascotes de aquel restaurante de Kramatorsk. Las heridas no se sanan ni los crímenes se purgan con el simple cese de los disparos.
La libertad está siendo atacada en las trincheras de Ucrania. Sólo si Victoria Amelina sigue viva, únicamente si su cruel muerte no es olvidada, los adoradores de la brutalidad de los distintos identitarismos mágicos, que enfrentan a los musulmanes con los demás, a los indígenas con los de otro origen, a las mujeres con los hombres o a los pobres con los ricos, perderán en su batalla contra la libertad. Esa batalla es la misma que la de Venezuela el próximo julio o la de las mujeres como Narges Mohammadi en Irán. Nos va mucho en la victoria de Victoria, nos jugamos todo en mantener vivo el recuerdo del terrible ataque ruso de Kramatorsk hace un año.
