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Póster Los descendientes

Los descendientes está tomando ventaja poco a poco en la carrera hacia los Óscar. La película escrita y dirigida por Alexander Payne (Entre copas, A propósito de Schmidt), basada en la novela de Kaou Hart Hemmings, se fue de la ceremonia de los Globos de Oro con los premios a la mejor película dramática y mejor actor, por no mencionar un reconocimiento crítico casi unánime, presentándose como la única oponente capaz de plantar cara al amable ejercicio de arqueología fílmica de The Artist, de Michel Hazanavicius.

Los descendientes es, sin lugar a duda, la mejor película de Alexander Payne, que desde Entre copas (2004) ha tardado siete años en volver a ponerse detrás de las cámaras. La cinta no ofrece, sin embargo, un cambio de registro de su director y guionista, pero sí que lleva ciertas señas de identidad de su autor a la máxima expresión, presentando de nuevo a un personaje en una situación emocional de máxima desorientación, absolutamente superado por las circunstancias, pero esta vez de una manera fronteriza con la pura tragedia.

Matt King (George Clooney) es un abogado y rico terrateniente en Hawai que se ve obligado a reconsiderar su pasado cuando su mujer sufre un terrible accidente de barco que la deja en coma. Matt debe hacerse cargo él solo de sus dos rebeldes hijas al mismo tiempo que debe decidir qué hacer con las abundantes tierras que posee en las islas, de un valor incalculable. Además de esto, el perplejo Matt también va a tener que hacer frente a algunos secretos del pasado de su esposa que no le van a resultar nada gratos.

El gran mérito de Alexander Payne, o uno de ellos, es lograr que la situación límite que plantea Los descendientes resulte soportable para el espectador sin que la película pueda ser calificada de bohemia o despreocupada. El camino de descubrimiento personal que vive Matt King, interpretado un espléndido George Clooney, nunca cae en la peligrosa senda del cine de autoayuda gracias a la habilidad de Payne para ir mostrando al espectador las distintas capas de sus personajes al mismo tiempo que ellos mismos las descubren.

Payne encuentra la manera de que todos los personajes de Los descendientes se vean abocados en algún momento del filme a mostrar su verdadera cara. La rebelde hija adolescente de Matt, Alexandra (Shaylene Woodley, todo un descubrimiento), comprende que debe ayudar a su padre a hacerse cargo de la situación. Su novio, el despreocupado Sid (Nick Krause), descubre en una conversación con Matt (espléndidamente escrita por Payne) un hecho trascendental de su pasado reciente. Y el director y guionista tiene la dignidad suficiente para dedicar una mirada final de comprensión el suegro malencarado, interpretado por un excelente Robert Forster, también atravesando un instante trascendental de su vida. Ninguno de ellos está destinado a contentar al público deseoso de azúcar, sino a completar el diseño de unos personajes en los que Payne consigue reflejar el dolor y la confusión de un estado emocional frustrante, y de un guión que sabe avanzar de forma fluida y sin fisuras hasta su desenlace.

Payne modula el drama y la comedia del libreto con la habilidad de un gran cineasta. En todas las situaciones cómicas percibimos un enorme poso de melancolía. Y en las más dramáticas siempre busca algún rasgo humorístico que no rebaje la intensidad del momento, sino que al revés, la eleve por encima de lo evidente. Y en los márgenes de esta riqueza en el tono destacan dos cosas: la labor de un George Clooney que merece que el Óscar le sea enviado a su casa por correo urgente, y el escenario hawaiano, cuya paz y agreste atractivo sirve de perfecto contrapunto a la odisea sentimental y familiar de Payne, llenándola de significado y valor.

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