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Barcelona, ni centro ni libertad

El estreno en la capital catalana de Gente que vive fuera fue una llamada a aquella Barcelona cosmopolita con la que el nacionalismo acabó.

El estreno en la capital catalana de Gente que vive fuera fue una llamada a aquella Barcelona cosmopolita con la que el nacionalismo acabó.

Gente que vive fuera es un tratado sobre el nacionalismo. Sus protagonistas son Félix de Azúa, Albert Boadella, Federico Jiménez Losantos y Xavier Pericay. La película revela los estragos que el nacionalismo causa sobre las personas, sus vidas, sus relaciones y proyectos. Pero también es algo más. Gente que vive fuera, la película de Arcadi Espada que se ha estrenado en Barcelona, es un homenaje, algo melancólico, a una ciudad perdida y un llamamiento, nada melancólico, a recuperarla.

Cosmopolita. Moderna. Excitante. Heterogénea. Políticamente incorrecta. Libre. Vital. En el ocaso del franquismo y hasta la consolidación de la democracia, Barcelona fue el destino de quienes buscaban la libertad en España y el espejo de quienes querían una España en libertad. Federico y Félix lo explican muy bien en el documental. Mientras el resto del país echaba lentamente a andar, mientras un Madrid de fachada desconchada y sucia se aferraba a sus prejuicios y costumbres provincianas, Barcelona brillaba. Barcelona era el centro de la libertad en España.

Treinta años después, todo ha cambiado. Hoy, con todos sus problemas, España significa libertad: ahí reside el valor moral radical de la España constitucional y por eso tenemos la obligación de defenderla. Barcelona, en cambio, ya no es centro ni es libertad. Y debemos preguntarnos por qué.

La explicación más sencilla, la que abrazan los nacionalistas, es que la democracia tiene un efecto nivelador. En este caso hacia arriba. Barcelona ya no destaca tanto porque todas las ciudades españoles han ganado en apertura. Lo segundo es cierto pero la afirmación es falsa. Barcelona ya no es centro ni es libertad porque, con la complicidad de unos y la condescendencia de otros, ha sido ocupada, okupada, por el nacionalismo. A lo largo de treinta años el nacionalismo ha ido avanzando sobre el espacio público de la ciudad hasta invadirlo íntegramente. Ha cubierto la ciudad con una costra gruesa, uniforme, artificialmente homogénea. Una costra hecha de mitos y delirios identitarios bajo la que apenas respira, sofocada, la Barcelona real.

No hay imagen más explícita de esa costra uniformadora que las manifestaciones organizadas por las huestes reaccionarias de la señora Forcadell. Su objetivo ha sido, literalmente, sepultar la ciudad bajo una lápida estelada. Anular a los individuos, a los ciudadanos libres, iguales y diversos, en la masa encuadrada. Lo hicieron el pasado 11 de septiembre con su V totalitaria. Lo volverán a hacer el próximo 11 de septiembre con la Avenida de la Meridiana como cremallera. La obligación de los demócratas de todos los partidos es percibirlo, denunciarlo e impedirlo.

Así se lo vamos a exigir nosotros desde Libres e Iguales. Somos una asociación modesta en medios pero inasequible a ese desaliento pueril y destructivo que cíclicamente se apodera de las élites españolas. Creemos que España no es diferente ni está condenada a repetir sus errores históricos. Creemos que la democracia tiene que ser defendida. Y creemos que bajo la costra nacionalista hay una Cataluña a la que venir, en la que vivir y en la que quedarse. Barcelona fue el centro de la libertad en España. Y no hay motivo alguno, salvo nuestra propia indolencia, para que no lo vuelva a ser.

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