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Manuel Román

Kirk Douglas, un impenitente seductor

Leyenda del cine, cumple esta semana un siglo. Rodó dos películas en España y fue amante de Marlene Dietrich O Rita Hayworth

Leyenda del cine, cumple esta semana un siglo. Rodó dos películas en España y fue amante de Marlene Dietrich O Rita Hayworth
Faye Dunaway y Kirk Douglas (1969) en 'El compromiso'. | Cordon Press

Pocas glorias del cine alcanzan los cien años de vida, que es lo que ahora celebra uno de los grandes héroes de la pantalla: Kirk Douglas. Nació el 9 de diciembre de 1916 en Amsterdam, una ciudad cercana a Nueva York. Se llama en realidad Issur Danielovitch Demsky, nombre y apellidos que, convendrán conmigo, no le iban a traer suerte en las pantallas. Hijo de unos emigrantes judíos rusos en la América de principios del siglo XX tuvo que ponerse a trabajar siendo un chiquillo, porque la familia pasaba, literalmente, hambre. Fue vendedor de refrescos y chucherías por las calles neoyorquinas, también de periódicos. Contó su vida en el primero de sus libros, El hijo del trapero, editado en España en 1988, título que obedecía al oficio que tuvo que emprender su progenitor pues en los Estados Unidos a los judíos emigrantes les ponían toca clase de impedimentos para trabajar en las fábricas.

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Antes de ser actor, el futuro Kirk Douglas pasó parte de su juventud ganándose la vida como modesto empleado de unos almacenes y jardinero y bedel de un instituto universitario para pagarse los estudios. Cursó Arte Dramático, debutando en un escenario de Broadway en 1941. Gracias a Lauren Bacall, la que luego fuera esposa de Humphrey Bogart, entró en el cine, donde en un largo centenar de filmes dejaría la impronta de su fotogenia, la estampa viril, el mito de un galán duro pero romántico a la vez. No todos fueron westerns ni películas de acción en su carrera, aun siendo numerosas las veces que las protagonizó. En 1949 puede decirse que dio el primer salto al estrellato interpretando a un boxeador en El ídolo de barro. Ni allí ni en el resto de sus trabajos en la pantalla aceptó ser doblado en las secuencias arriesgadas. Tampoco iba de guapo por los pasillos de Hollywood.

Destacaremos de su importante filmografía su aparición en 1954 en Veinte mil leguas de viaje submarino, La pradera sin ley, a las órdenes de King Vidor, y dirigido por Harry Hataway en Hombres temerarios. Fue en 1956 cuando coprotagonizó junto a su buen amigo Anthony Quinn El loco del pelo rojo, que lo marcó profundamente, pues vivió intensamente el papel del atormentado pintor Vincent Van Gogh.

Vinieron luego Duelo de titanes, Senderos de gloria, de Stanley Kubrick, El último tren de Gun Hill, Ulises y Espartaco. Los dos últimos títulos son frecuentemente programados en las televisiones, exhibiendo a un vigoroso Kirk Douglas, que tenía contextura de atleta, no en vano había practicado la lucha libre antes de dedicarse al teatro. La década de los 60 cerró, de alguna manera, la época de oro de este excelente y eficaz actor, con dos cintas de éxito, El día de los tramposos y El compromiso, donde se encamó fuera del rodaje con su protagonista femenina, la bella y un tanto enigmática Faye Dunaway.

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Porque Kirk Douglas, no se olvide, fue un impenitente seductor, con aquel hoyito que sobresalía de su barbilla, del que se enamoraban sus conquistas de turno. Él estuvo casado entre 1943 y 1951 con una modelo y actriz, poco relevante, de nombre Diana Dill, que habían sido compañeros en la época de estudiantes. Tuvieron dos hijos, el mayor Michael, hace ya tiempo convertido en un afortunado continuador de la fama de su padre en el celuloide. Pero Diana, harta de las infidelidades de su marido, decidió pedirle el divorcio, que él aceptaría, aceptando ser el causante de la ruptura matrimonial. Porque engañó a su mujer con las más rutilantes estrellas cinematográficas que pasaron por sus brazos, a saber: la adorable Ana María Pier Ángeli, una muy tempetuosa y bisexual Marlene Dietrich, la temperamental Joan Crawford, y una más dulce Patricia Neal, Mía Farrow, (ex de Frank Sinatra, luego desposada por un breve tiempo con Woody Allen)… Imagino que la lista será más larga, pero ésta es la que conocemos, según los cronistas mundanos de Hollywood.

No obstante esa atracción continua hacia el bello sexo, Kirk Douglas siempre fue un hombre de familia, que le gustaba disfrutar de la paz hogareña, así es que cuando encontró a otra mujer que creyó perfecta para convertirla en su segunda esposa, no lo dudó: fue la francesa Anne Buydens, con la que se casó en 1954, y han formado una idílica pareja hasta el presente. (Lo que no supone que él no la engañara también con otras compañeras de trabajo).

Los 70, el descenso

Ya en los años setenta su filmografía fue poco a poco resintiéndose, para en décadas posteriores reducir significativamente su presencia en la pantalla. Su actividad cinematográfica, no obstante, no la abandonó del todo pues había fundado una productora que lo mantenía muy en contacto con el Séptimo Arte.

Precisamente vino a España en 1971 para producir y coprotagonizar una ambiciosa película, La luz del fin del mundo, basada en una novela de Julio Verne. Me desplacé al lugar del rodaje, situado en Cadaqués, donde pude conversar con mi admirado actor durante más de media hora. No me pareció muy alto y luego he sabido que usaba alzas en el calzado, asunto que destapó un día su colega Burt Lancaster. Lo que enfureció a Douglas, quien nunca le perdonó la divulgación de semejante chisme. Lo encontré en excelente forma física, con sus anchas espaldas, su atlético torax. Era un fumador de tres paquetes diarios de cigarrillos, hasta que al morir su padre en 1950, con setenta y dos años, víctima de un cáncer de pulmón, decidió dejar para siempre el tabaco.

De aquella entrevista al aire libre, cerca de las rocas de un acantilado, recuerdo un detalle para mí inolvidable. A poco de saludarnos y enhebrar diálogo, se puso en cuclillas. Y yo le imité, claro. Así permanecimos por espacio, al menos, de treinta minutos. Me dijo entre otras cosas: "Juego en mis películas a ser héroe, y nada más". Acerca de su faceta de productor, me comentó: "Yo no invierto dinero como productor, sino el producto de mis muchos años de actor. El talento será para mí siempre más importante que los dólares. Ser productor, por otra parte, no es cosa fácil. Se necesita inteligencia". Cuando íbamos a despedirnos le insinué cómo podía explicar su éxito con las mujeres. Se sonrió, con esa expresión pícara que tantas veces hemos contemplado en el cine, y me respondió así: "No lo sé, créame. Porque yo no hago nada especial para que se enamoren de mí. Sepa usted que lo que acaba de preguntarme me lo sigo preguntando yo también". Tipo simpático, cortés, nada divo. Al contrario de Yul Brynner, que se encontraba en una roulette junto a nosotros y no quiso recibirme. Ambos, al encontrarse a apenas medio kilómetro de Port Lligat, la mansión de Salvador Dalí, concertaron una cena con el genio.

Veinte años después volví a encontrarme con Kirk Douglas, esta vez en Madrid, en un cine de la Gran Vía, el Capitol, adonde vino en 1991 a presentar la segunda de sus películas españolas, Bienvenido a Veraz, que había rodado en los Pirineos. Aprovechó también para darnos a conocer su segundo libro, Baile con el diablo. Nos confesó que ya tenía pocas ganas de seguir actuando ante las cámaras, pero que aquel guión que le entregó en mano en Hollywood el director Xavier Castaño le interesó mucho. Su personaje era el de un ermitaño que vivía en la montaña, lejos del mundanal ruido y sólo se encontraba con un joven huido de su casa y un pastor, papel que por cierto le fue encomendado a Imanol Arias, quien hizo amistad con el veterano astro norteamericano durante el rodaje.

Vivo de milagro

Aquel año, Kirk Douglas había vivido una dramática experiencia. Nos confesaría que estaba vivo de milagro. A bordo de un helicóptero, éste chocó en el aire con una avioneta, muriendo en el acto dos de los pasajeros, y él se libro por pura chiripa.

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Toda la familia posando con el Oscar Honorífico

Lo que le supuso un verdadero mazazo fue la muerte de uno de sus cuatro hijos, Eric, que llevaba tiempo consumiendo drogas. Eso sucedió en 2004.

Para entonces, ya estaba de vuelta de toda clase de vanidades. Había sido nominado para el Oscar al mejor actor en tres ocasiones. Y no lo había obtenido en ninguna de ellas. Menos mal que la Academia de Hollywood decidió en 1996 recompensarlo con el Oscar honorario. Dos años antes una trombosis puso en riesgo su vida. A partir de entonces procuró llevar una existencia tranquila. Y aun con dificultades para caminar en los últimos tiempos decía poner cara alegre ante su futuro, comentando lo feliz que se sentía al haber vivido tantos años. Bromeaba sobre su figura: "Ahora soy para muchos el padre de Michael Douglas y el yerno de Catherine Zeta-Jones".

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