
¿Se acuerdan de los tiempos en que títulos como Nueve semanas y media, Atracción Fatal o Una proposición indecente acaparaban titulares mediáticos y la venta entradas de cine? Está claro que esos tiempos han pasado. Aguas profundas, un thriller de claro componente erótico (aunque no tanto como dicen) dirigido por Adrian Lyne, el esteticista firmante de todas las anteriores, ha acabado sus días estrenándose en Prime Amazon y no en salas de cine, para las cuales fue inicialmente concebido. Esta producción de Fox quedó varada en medio de la fusión con Disney, que consideró que una película adulta sobre un matrimonio abierto no encajaba particularmente bien con su línea de empresa. Y se deshizo de ella, saliendo directamente en streaming de Amazon pese a haber sido pensada inicialmente para salas; una producción a claro rebufo del éxito relativamente reciente de Perdida, thriller también protagonizado por Ben Affleck y basado en una novela de misterio, esta vez de Gillian Flynn (una de cuyas referencias confesas fue, precisamente, la autora Patricia Highsmith, de la cual se extrae el guión de Aguas Profundas).
El gran defecto de Aguas profundas, uno fatal que probablemente marque su existencia, es que es un suspense sin demasiado suspense. Pese a que la intención de Adrian Lyne, que lleva tratando de sacar el proyecto adelante desde 2013 y que no dirige desde Infiel, estrenada en 2002, es mantener la inquietud sobre el destino final del matrimonio formado por Melinda y Vic Van Allen, lo cierto es que al director le gusta distraerse más con otros aderezos de la trama. Como en la mayoría de sus filmes, estamos ante un estudio de los mecanismos del amor, y de la infidelidad, en su vertiente más oscura y en clave de thriller dramático. Uno que mezcla de una manera indefinible, a menudo extravagante, lo elegante de la puesta en escena con lo puramente camp y kitsch de la propuesta, sin nunca salirse del todo del carril.
La película por tanto camina por una fina línea, la de un telefilm de la Lifetime con un thriller noventero con algo de aroma a Hitchcock, comandada eso sí por dos intérpretes en estado de gracia en sus propios términos. Va siendo hora de quitarle a Ben Affleck de encima el sambenito de actor nefasto, porque aquí, como en todas sus últimas aportaciones, está excelente en esta mezcla de imbecilidad, misterio y fuerza animal. Y Ana de Armas es capaz de defender y entender un personaje censurable no tanto por opción matrimonial sino por su puro egoísmo personal. Con estos dos antihéroes Lyne sortea la línea peligrosa del telefilm de sobremesa y entrega una película inverosímil y artificiosa pero atenta, como siempre sucede en él, a las imposibles derivas del deseo de sus personajes, a los mecanismos básicos del ser humano y, desde luego, a la intimidad de un matrimonio al que no juzga pese a la nada sutil capa de ironía que aplica incluso en sus derivas criminales y costumbres más desconcertantes.
De modo que pese a sus lagunas (que las tiene: repetimos que no se trata de un gran film), y en base a esa premisa de libertad y atención a lo íntimo, Aguas Profundas se reivindica a sí misma, moviéndose saludablemente al margen del cine popular actual al mismo tiempo que abraza lo descaradamente comercial. La película es hortera y sarcástica, vulgar y elegante, a un nivel que quizá no resulta siempre evidente, pero el humor que inyecta Lyne -que parece consciente del ridículo de ciertas situaciones- creo que está ahí. Un honesto equilibrio perdido en la industria de Hollywood que, pese a la falta de progresión del filme, sus asperezas evidentes y abundantes defectos (Lyne ha estado más entonado en otras ocasiones, en todos los sentidos) se agradece lo suficiente como disfrutar la experiencia... por lo menos, como si de una infidelidad se tratase.
Licenciado en Historia del Arte y Comunicación Audiovisual en la UCM de Madrid. Colaborador en esRadio. Crítico de cine y series en Libertad Digital. Una de las voces del podcast Par-Impar.
