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'La Tierra Prometida' y el gran melodrama histórico que los americanos ya no hacen

La tierra prometida, que se estrena en cines el 2 de febrero, es un gran folletín que mezcla drama familiar con otros géneros.

La tierra prometida, que se estrena en cines el 2 de febrero, es un gran folletín que mezcla drama familiar con otros géneros.
La tierra prometida | Bteam

Con un páramo difícilmente cultivable en el panorama fílmico actual, el lujo y el funcionalismo de películas como La Tierra Prometida parecen estar de capa caída. Mezcla de drama histórico con folletín familiar, pero vestido incluso de influencia western para atemperar la solemnidad, la película nominada al Oscar de Nikolaj Arcel sirve en bandeja a su protagonista Mads Mikkelsen (que ya protagonizó Un asunto real, del mismo Arcel, también nominada como Mejor Película Internacional) una oportunidad para brillar en calidad de estrella con una historia íntima pero de resonancias nacionales danesas.

Regresado de Hollywood un poco con el rabo entre las piernas después de La Torre Oscura, Arcel factura aquí una película quizá un tanto irregular en cuanto a ritmo pero tremendamente sólida en resultados y clara en narrativa. Estamos ante uno de esos realizadores denominados, a menudo despectivamente, como artesanos: pese a su perfecto dominio formal, el clasicismo exquisito que el danés aplica a la película parece, precisamente, de otra época.

La historia de un capitán que se retira voluntariamente a los páramos de Jutlandia para crear una colona en nombre del Rey tiene todo aquello que pedimos a todo gran melodrama: hay muchas penurias, un gran villano, ocasionales arrebatos de aventura y una fuerte dosis de tragedia. Junto al autor de la excelente película danesa Jinetes de la justicia, Anders Thomas Jensen, también protagonizada por Mikkelsen, Arcel plasma en el guion un sombrío retrato nacional donde, sin aleccionar al espectador, se aprecia el clasismo y racismo que anidan en una sociedad tan fría y contenida como esporádicamente apasionada.

Y así es, precisamente, su película, muy bien construida y de una belleza formal apabullante, con un sentido del lugar y el paisaje de gran pictoricismo que no resulta cursi y una cierta querencia por lo oscuro. Lo malo es que tras este clasicismo exquisito anidan ciertos momentos de temporal aburrimiento, en tanto Arcel no acaba de encontrar el hilo en la parte de central de un largometraje que es eso, bastante largo.

La sangre no llega al río, al menos figuradamente, porque la película llega a su última media hora repleta de bellísimos instantes, algunos de ellos de una abismal tristeza (como cuando Kahlen decide abandonar a una de las coprotagonistas del relato) que sin duda serán recordados. El resultado es un excelente drama de aventuras clásico como pocos se hacen ahora, que, llama la atención, que coincide en cartelera con otra propuesta similar como es la francesa Milady, y también con un nivel de producción, por si no había quedado claro, resulta simplemente apabullante.

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