
Como el propio monstruo cuando aparece para arrasar Tokio, Godzilla Minus One apareció el pasado fin de semana en Netflix por sorpresa, sin avisar, con diurnidad y alevosía. Ganadora del Oscar a los mejores efectos visuales, merecedora de alabanzas como el mismísimo Spielberg o Guillermo del Toro, la película japonesa ha logrado a hazaña de recaudar 11 millones de dólares en la taquilla USA y una distribución nacional insuficiente. Aunque la película de Takashi Yamazaki sí se estreno en cines de nuestro país, el kaiju que todo el mundo ha alabado como gran película dramática y no solo de monstruos tenía por estos lares ese aura de "película maldita" del que la plataforma de streaming ha sabido valerse en un movimiento sorpresa que, al menos en la burbuja cinéfila de las redes sociales, ha causado incredulidad y sorpresa (para bien).
GODZILLA MINUS ONE
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— Netflix (@netflix) June 1, 2024
En efecto, en España tenemos ya, también en versión doblada al castellano, la muy alabada Godzilla Minus One. Y lo cierto es que la película japonesa está a la altura de las expectativas. Aplicando un tratamiento dramático pero sin desmerecer su faceta de "humilde" película de monstruos, cosa que el film es desde el principio (el primer ataque no se demora más que unos minutos y en él no se oculta el aspecto del monstruo), Godzilla Minus One aplica ese mismo método honesto todos sus aspectos artísticos. El resultado es una película de Godzilla diseñada como un drama bélico verosímil que ciertamente se aleja de las últimas aportaciones al monsterverse norteamericano, con Godzilla vs Kong arrasando también las taquillas en una vertiente distinta pero complementaria de pura diversión infantil y de serie B.
Los efectos visuales ganadores del Oscar, comparados con los de otras superproducciones americanas de mucho mayor presupuesto, son efectivamente espléndidos. Con abundantes pero bien graduadas apariciones de Godzilla, el director Yamazashi bebe sin mesura pero con clase del gran clásico de Steven Spielberg, Tiburón, para diseñar una serie de apariciones marítimas verdaderamente terroríficas. Existe genuina tensión cinematográfica cada vez que Godzilla navega tras el barco de los protagonistas, con las minas americanas ejerciendo el papel de los barriles amarillos en la célebre película del escualo, y la sensación de inseguridad es máxima. La escala del monstruo es abarcable por el ojo del espectador al tiempo que crea ilusión de insensibilidad, un mérito atribuible a la puesta en escena de Yamazaki pero también a la música de Naoki Sato, con guiños evidentes al kaiju pretérito pero un aire de horror y melancolía parejo a los trabajos de Nolan.
Sin tratar de destacar Minus One (estadio posterior y aún más catastrófico de la Zona Cero) como un drama psicológicamente profundo, la película se mueve a un nivel superior en lo simbólico. Ambientada en los años posteriores a 1945 y los bombardeos atómicos, la película consigue atar a Godzilla a la leyenda y la historia nacional, caracterizando a Japón como un pueblo maldito y ahondando en el trauma nacional, tanto íntimo como colectivo, individual pero social, contando todo aquello que se le quedó por hacer y contar al pueblo japonés en la Segunda Guerra Mundial. El fantasma de la guerra sobrevuela toda la historia y se encarna en el protagonista, un piloto kamikaze rechazado por la sociedad a la que juró proteger por, precisamente, no haberse inmolado por el camino.
Godzilla Minus One es, por ello, una gigantesca película de ciencia ficción que sin embargo es tanto un certero retrato cultural como un buen drama histórico. Pero lo que cuenta es, nadie pretende ocultarlo, la creación de un monstruo que vuelve a resultar terrorífico: el ataque a Tokio resulta espectacular (y tiene grandes consecuencias en el desarrollo dramático del film) y el desenlace, no por obvio, resulta convincente en todos los sentidos (y se cierra con un plano que es, de nuevo, una cita directa a Spielberg y su poético plano final del tiburón).