
El terror noruego alcanza nuevas cimas de negrura con Descansa en paz, que conduce el ya agotado recurso del zombie o muerto viviente a territorios del más terrible drama cotidiano. Basada en una novela de John Ajvide Lindqvist, autor de la merecidamente célebre Déjame entrar (similar jugada en el género vampírico) la película narra los primeros momentos de lo que sería una clásica epidemia zombie. Lo hace, sin embargo, poniendo el acento en el dolor de la pérdida del ser querido, lo irreversible de la muerte pero sin eludir implicaciones todavías más terribles para esa nueva deconstrucción de la identidad humana que es el zombie: contemplar el dolor y el nivel de consciencia de la nueva criatura es una actividad tan terrible como el dolor de los protagonistas (¿vivos?) de las tres historias que componen la película.
Película de espacios cerrados y extrañamente atemporal, la obra de debut de Thea Hvistendahl sigue pausadamente este ritual de despedida con cadencia de drama. Opresiva, eso sí, como una película de terror, la obra se inserta de cabeza en el género fantástico sin desdeñarlo gracias al sugerente y esotérico motivo que provoca la resurrección de los muertos. Su ascetismo está dirigido a crear una impresión de soledad absoluta que ni siquiera el tercer acto, quizá el más convencional y el más potencialmente lúdico (y también donde la película patina, aunque por poco tiempo) quieren o pueden empañar.
Hvistendahl desliza un par de representaciones de pura pesadilla, como la del niño -no daremos más datos- y al menos una escena de horror animal bien plasmada, cuya banda de sonido resulta inolvidable. La eficacia de estos elementos terroríficos convencionales se multiplica precisamente por la sobriedad del conjunto, que a esas alturas habrá expulsado de las salas a casi cualquier espectador que buscase una aventura de horror convencional. Casi todo lo demás encapsula, a un nivel específicamente noruego, una frialdad y falta de comunicación que asusta más que cualquier monstruo, una nota nada ligera de retrato social remata (y no es un chiste) una de las películas más tristes-y, como obra de género, probablemente difíciles- vistas en tiempos recientes.

