
La película de animación Leo llegó el pasado año a Netflix y sigue ocupando un destacado lugar en visionados en su apartado infantil. Una situación merecida pero un tanto paradójica que lleva teniendo lugar desde noviembre, su fecha de estreno: la película escrita, producida y protagonizada por Adam Sandler (pone la voz al protagonista en V.O.) es uno de esos films que rompen el molde, capaces de desafiar al humor blanco imperante en este tipo de producciones en favor de uno mucho más gamberro y repleto de segundas lecturas.
Leo lleva impreso el logo de la productora Happy Madison por sus cuatro costados. Fundada por Sandler en 1999, con ella ha producido la totalidad de sus éxitos profesionales, desde 50 primeras citas hasta Niños Grandes, y trabaja desde 2015 exclusivamente para Netflix en virtud del millonario (y visionario) acuerdo alcanzado por el cómico y la compañía de Ted Sarandos. Humor entre extravagante y simplón pero con un sabor políticamente incorrecto que, no obstante, no elude la ternura o benevolencia que se le presume a un film familiar.
Pero Leo, en la que un reptil en cautividad decide escapar cuando descubre que le queda solo un año de vida, desafía expectativas ya desde su estructura narrativa, más aparentemente cercana al dibujo libre (el film es extraordinariamente coral, lo que ayuda a frenar el sentimentalismo) al tiempo que bien pautado. El personaje, diseñado para que Sandler pueda aportar su registro campechano más exagerado, ejerce de "cicerone" para un grupo de niños de primaria a través de una serie de bizarros diálogos que eluden la lágrima fácil y revelan nuevas visiones de la realidad para los pequeños.
Repleta de constantes detalles y gags visuales, Leo es una incansable película que mezcla géneros y rehúye lugares comunes en el cine de animación aun a riesgo de resultar inconexa. No hay nada en ella que se aproxime a la apología del gag infantil más trivial de Gru 4 o la alegoría psicológica más o menos trascendente de Del Revés 2, éxitos ambos de la cartelera mundial actual. Sandler introduce dosis de sátira social relativa a la educación y utiliza el canon de un musical animado de Disney para sumar canciones que navegan entre el surrealismo y el homenaje sincero al estudio, todo ello envuelto en un buen número de gags por minuto y que pueden tomar como referencia a cualquier personaje secundario o anecdótico.
Apoyado en un cuento clásico norteamericano como La telaraña de Carlota, Leo resulta en una traducción libre y fresca de la película americana de animación típica. Acumula tramas y subtramas de manera histérica, pero por el camino se salta los carriles establecidos en este tipo de filmes, sobradamente conocidos ya. Una adaptación al universo Sandler de ese modelo de entretenimiento que funciona gracias a un buen registro visual y una mezcla de géneros que solo puede salir de la mente de un artista. El resultado, que padres e hijos pueden disfrutar por igual de una película más personal de lo que parece; una que reflexiona sobre la educación, el mundo contemporáneo y que no duda en alternar chistes sobre genitales femeninos y consejos vitales bastante dignos.

