
En el espacio nadie puede oír tus gritos. Y Alien: Romulus, nueva entrega de la saga de ciencia ficción y terror originada en 1979 con el título clásico de Ridley Scott, aquí pilotando la nave pero en su faceta de productor, tiene la intención de probar la validez de la fórmula para las nuevas generaciones (y el nuevo estudio Walt Disney) pero conservando todo el empaque del original... o más bien originales. En efecto, la película del uruguayo Fede Álvarez no se conforma con rendir homenaje al primer y octavo pasajero sino que también recorre con eficacia algunos momentos clave de todas las secuelas y precuelas (sí, incluso Alien. Resurrección y Prometheus).
Esa condición de revival bastante evidente de la saga original es, a la vez, la mayor virtud y defecto de esta Alien: Romulus. Concebida tras la deriva hacia otros conceptos del propio Scott con Prometheus y Alien Covenant (películas que, el tiempo lo dirá, ganarán adeptos por un riesgo y originalidad de la que ésta carece), la película de Álvarez se mira en el espejo de los títulos clásicos de los setenta y ochenta en todos los aspectos de su existencia, y desde luego, de su realización y aspecto. De ese modo, la (excelente) música de Benjamin Wallfisch rinde homenaje a la fundacional de Jerry Goldsmith, los efectos prácticos tratan de reproducir el asco del bicho de las primeras entregas y la extraordinaria fotografía de Galo Olivares maneja la luz tratando de seguir la senda claustrofóbica e industrial. Que no todo el filme parezca un experimento "retro" simplemente habla maravillas del concepto, aunque obviamente el diablo (xenomorfo) más sabe por viejo que por diablo.
Todo ello, paradójicamente, redunda en 2024 en una experiencia razonablemente fresca y original. Con ese modelo de "blockbuster" enterrado bajo capas y capas de otras fórmulas industriales desarrolladas en las últimas décadas, Alien: Romulus se ve como una superproducción sin miedo a la hora de adentrarse en el gore, el nihilismo industrial (ojo a la Weyland Yutani) y las mecánicas de suspense de esos títulos de antaño. Naturalmente, hay algo artificial en la maniobra, y el filme sufre -sin ir más lejos- de falta de relevancia o entidad en su reparto que se extiende a su conjunto. Quitando a unos excelentes Cailee Spaeny y David Jonsson, cuya dinámica heroína-androide aporta algunos puntos interesantes sobre las dinámicas de la IA (que, por cierto, recuerdan al Fassbender de Prometheus y Covenant), los secundarios de Romulus son carnaza juvenil sin ningún rasgo físico o interpretativo destacable... en una franquicia donde actores como Harry Dean Stanton, John Hurt, Michael Biehn, Bill Paxton, Ron Perlman o Lance Henriksen han proporcionado personalidad propia y "gravitas" al victimario alienígena.
Afortunadamente, Fede Álvarez sale al rescate de este factor con una película de atmósfera densa, en la que los pasillos lóbregos, lo mecánico y lo orgánico (y siempre bajo el paraguas de lo crecietemente artificial, un rasgo coherente con toda la naturaleza imitativa del film) se funden para crecer y conducirnos, como en su momento hicieron Alien y Aliens, a una sensación de clímax apocalíptico de luces, sudor y sangre totalmente chiflado y fascinante. Hay "set-pieces" y secuencias cerradas en sí mismas realmente destacables (la del rifle de plasma en gravedad cero será recordada) y una impresión de saber apretar las tuercas del relato bastante destacable. Esa sensación de gran final borra de un puñado algunas malas decisiones y devuelve sin dudarlo el sentido del espectáculo al horror, entre pesimista y heroico, de una saga que no debería vivir pero lo hace. Se trata, al final, de un verdadero caramelo cinematográfico hecho para disfrutar sufriendo.

