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'Queer', el amor gay no correspondido de Daniel Craig

Queer, estrenada en cines, es un verdadero recital interpretativo de Daniel Craig.

Queer, estrenada en cines, es un verdadero recital interpretativo de Daniel Craig.
Queer | Elástica Films

Algo tendrá de verdaderamente político el cine de Luca Guadagnino que provoca beligerancia entre grupos opuestos, es decir, ser tachado reivindicativo por los conservadores y de conservador por los reivindicativos. Apropiándose de los clichés y atribuciones ideológicas del cine diverso y de identidad LGTB, el de Call me by your name presenta otro romance gay con diferencia de edad capaz de llevarse el cine de representación de género a cine de género popular, pero en realidad agita otro tipo de banderas. Queer es, efectivamente, un drama sobre un romance gay imposible, pero a Guadagnino parecen seducirle más otras cuestiones interesantes, como esos vasos comunicantes con el horror corporal de David Cronenberg (no es casualidad que el canadiense adaptase también al escritor William S. Burroughs en El almuerzo desnudo) que convierten su película gay en un juego más estimuladante e incómodo.

El par de escenas sexuales un tanto subidas de tono entre Daniel Craig y Drew Starkey se quedan casi como una liberación tóxica, una revelación, postales de la verdadera naturaleza de un romance un poco malsano, un poco humillante pero, en cierto modo, también sumamente conmovedor, en el que el evidente deseo de un hombre maduro por ser amado nunca llega a ser adecuadamente correspondido. Queer es, por eso, una película más incorpórea que genuinamente marica, utilizando la terminología de la propia obra. Una deconstrucción masculina que, pese a los momentos de subidón (por la mescalina en el personaje, y por la anacrónica elección musical de Guadagnino para el espectador) desgrana la identidad de los protagonistas al margen del género de sus intereses románticos sin tampoco perder la especificidad del mismo, y en la medida en que procede a ello, es donde resulta genuinamente desafiante.

Quizá por eso William Lee (Craig), trasunto del escritor Burroughs, pasa sus días en una comunidad mexicana plagada de otros intelectuales homosexuales, ejercitando su derecho al roce como le place en una atmósfera exótica pero asfixiante, donde la represión solo proviene del propio juego amoroso entre ambos amantes y no de una censura externa. Guadagnino se reserva un tercer acto donde Queer casi se transforma en una versión alucinada del prólogo de En busca del arca perdida (o Los últimos días del Edén), donde el "body-horror" de Cronenberg se intercala con la visión del melodrama bohemio y pop de un autor más cercano al remake de Suspiria que al ideario en el que se le adscribió por Call me by your name.

Técnicamente irreprochable, Queer es una película un tanto pasada de duración (el segundo capítulo, la aventura internacional de la pareja, sufre un tanto de falta de finalidad y motivación) en la que efectivamente Daniel Craig da el do de pecho interpretativo metiéndose en los pantalones de un sujeto, en realidad, bastante similar al 007 torturado y, en el fondo, romántico de Casino Royale y sus secuelas. El actor, que ya interpretó al amante masculino de Francis Bacon en El amor es el demonio, hace lo posible por cambiar de acera en ciertas atribuciones, entendiendo a la perfección esas misteriosas conexiones con el fantástico de Guadagnino, que habla de género masculino en términos de telepatía y portale (y resultando más humano que todos aquellos que se mueven en un escenario de lucha).

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