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'La Tutoría', o cómo los abusos sexuales en un colegio se tornan una pesadilla

La Tutoría, estrenada en cines, es un ejercicio de cine social que poco a poco va fugándose hacia territorios más extraños.

La Tutoría, estrenada en cines, es un ejercicio de cine social que poco a poco va fugándose hacia territorios más extraños.
Renate Reinsve en La tutoría | Avalon

Por mucho que le pese, la película de debut de Halfdan Ullmann Tøndel, nieto de Ingmar Bergman y Liv Ullmann, invoca la memoria de sus ancestros. Si en Persona (1966) el personaje de Ullman, una actriz atrapada en las paredes de un hospital, aquí lo es el de una formidable Renate Reinsve (La peor persona del mundo), otra artista que vivirá en los pasillos de un colegio vacío una suerte de confesión que empieza debatiendo temas vigentes pero inasibles -el posible abuso sexuales de un niño a otro- y termina de manera igualmente esquiva, con fugas hacia el surrealismo.

Al igual que la reciente La red fantasma, también estrenada en cines, pero de forma infinitamente diferente, La tutoría comienza moviéndose en los parámetros del cine social incómodo para, a medida que escarba en el pasado común de profesores y padres implicados, sugerir un imbricado thriller ubicado íntegramente en una sala de profesores. Tøndel interrumpe el careo con situaciones que lindan con el absurdo, quizá para sugerir que la difusión que nunca se llega a producir sobre acontecimientos que nunca presenciamos protagonizados por dos niños a los que nunca veremos (o no) no es más que palabrería sobre la creacionista de espacios seguros y protocolos que enmascaren la verdadera falta de control de esta situación.

¿Quién es Armand, el niño que supuestamente perpetró los abusos? Mientras esto sucede, el director va filtrando al público lo que esconde cada uno de los progenitores de los niños implicados, reforzando el componente de puro thriller de un film que poco a poco se va desplazando de un espacio real a uno imaginado. Por el camino, resulta lamentablemente repetitivo y frustrante, pero deja por el camino una impresionante interpretación de Renate Reinsve (con algún momento que linda con el puro horror) y una música que convierte en tenso, atrayente e hipnótico las discusiones de los implicados. A la hora de metraje el espectador siente la enorme necesidad de el nieto de Bergman y Ullmann mueva ficha, y lo hace, pero esquivando espuelas: el film se torna visualmente más enfermizo, siniestro y estilizado, abandonando la estética fría y nórdica de sus comienzos, algo que tiene tanto de huída como de respuesta, eso sí, de pura pesadilla. Habrá quien considere cobarde este giro, pero resulta de alabar que Tøndel prefiera resultar algo impenetrable a insoportablemente doctrinal.

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