
Proyectada en los festivales de Sitges y en Sombra, la película belga La noche eterna se apunta a una extensa liga de thrillers nocturnos, urbanos y, a poder ser, en tiempo real, en las que un trabajador anodino se implica subitamente en la rica vida delictiva de, en este caso, la ciudad de Bruselas. La película de Michiel Blanchart, ya disponible en alquiler digital y a la venta en Blu-Ray en España, acusa algunas limitaciones y lacras de una obra de debut, pero es en su mayoría un tenso, bien rodado y eficaz thriller donde una fina capa de comentario político más o menos coyuntural sirve para elevar la tensión de lo que, en todo caso, no deja de ser una persecución constante con Collateral, de Michael Mann, como una de sus referencias capitales.
Llama la atención que, al margen de las atmósferas nocturnas menos glamourosas de Bruselas respecto a Los Angeles, La noche eterna comparta cierto giro argumental con otro film todavía más reciente, Novocaine, comedia de acción norteamericana de talante menos realista y de reciente estreno. No abundaremos en él, tranquilos. A la película de Blanchart, no obstante, hay que reconocerle respecto a aquella que le añade algo de conciencia obrera y trasfondo social a la historia de un simple cerrajero secuestrado y perseguido por un atajo de brutales delincuentes. Y, sobre todo, un mejor trabajo de puesta en escena y fotografía.
El amago de comentario crítico se queda en la superficie, igual que la recurrencia al nazismo y las manifestaciones Black Lives Matter, pero sobre todo en el primer caso, contribuyen a empezar la aventura de manera terriblemente amenazante. Luego, La noche eterna prefiere precipitarse de la ideología extremista al atraco puro y duro, aunque consiga dejar secuencias de malsano atractivo como aquella en la que Mady, el protagonista, consigue abrir la puerta que le conducirá a la fatal aventura.
Ganamos así un brutal thriller que siempre está sobre la marcha, donde la música de Petula Clark sirve de tejido conectivo entre personajes mientras añade una dosis de clase no carente de ironía, y que transmite inmediatez y visceralidad en cada una de sus peripecias. Blanchart utiliza como guiños, puro resorte, todo ese magma social bruselense, o al menos se muestra incapaz de hacer algo con ello al margen de apretar el escenario, pero resulta mucho más interesante su reflexión sobre la imposibilidad de dar marcha atrás una vez el ciudadano común contacta con el crimen así como la pura y dura vertiente obrera del film, con un trabajador de clase baja enfrentando estructuras que le superan. Todo material tópico, pero bien manejado.
Para el recuerdo queda la persecución que culmina con Mady (Jonathan Feltre) entrando en bicicleta en el Metro, totalmente agotadora; el citado primer engaño al ingenuo cerrajero; la aportación siempre amenazante del gran nombre famoso de la película, Romain Duris, y la excelente fotografía digital y nocturna, sobre todo en la persecución de coches final. Todo colabora para generar una cierta putrefacción moral y visual que consigue que La noche eterna no tenga demasiada dificultad en erigirse como una más que digna aportación al policial europeo.

