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'Warfare. Tiempo de guerra', la experiencia de combate de un marine hecha película

Warfare, estrenada en cines españoles, sigue a un pelotón de marines de misión en Ramadi en el año 2006.

Warfare, estrenada en cines españoles, sigue a un pelotón de marines de misión en Ramadi en el año 2006.
Warfare | Revolutionary

Puede que entre las intenciones de Alex Garland, recién salido de la montaña de halagos por Civil War, estuviera convertir esta Warfare en un ensayo sobre la guerra. El caso es que, con su concisión narrativa, su apego a un único espacio (todo se centra el asedio a una vivienda a manos de un enemigo invisible) y su atención narrativa al proceso burocrático, el film se beneficia de esa pose afectada que al final acababa lastrando la anterior, un cándido ejercicio de denuncia casi invisible disfrazada de elegía a la democracia perdida.

Un poco de eso hay en esta Warfare, pero gracias a, quizá, ceñirse a los recuerdos de guerra y la voluntad de contar de primera mano las vicisitudes de un combate real del codirector Ray Mendoza, todo funciona de manera más engrasada. Garland se deshace de algunos tropos y estructuras del cine dramático que le estorban y se lanza de cabeza al retrato de las heridas, gritos y el penoso destroce de cuerpos de un frustrante tiroteo en el que los aliados apenas pueden distinguir al enemigo. Se sirve de unos notables actores que saben qué lugar ocupan en la fábula, por muy pujantes que sean los rostros de los populares Cosmo Jarvis y Joseph Quinn, y quizá por la presencia de un veterano real tras las cámaras, se limita su demagogia antibelicista.

Ridley Scott hizo callo con su memorable Black Hawk Derribado, asimilando a los guerrilleros somalíes a una turba zombi en un espectaculo monumental. Garland, sin aportar ese ensayo sobre la imagen de los 2000, es un cinéfilo de serie B camuflado de cronista periodístico, y Warfare permite precisamente descubrirle esas costuras (las mismas de la muy infravalorada Dredd) bajo las insorportables pretensiones de importancia y negrura. La aquí presente es, por ello, mejor película que Civil War, en tanto se ciñe al puro procedimiento burocrático, a lo antinatural de toda incursión en territorio enemigo por muy superior que sea la tecnología y los medios utilizados: el entorno ya se encargará solo de expulsar la tibia amenaza.

Garland, por lo tanto, no necesita inyectar discursos afectados de épica crepuscular, solo reflejar el silencio de las calles, la tensa espera antes de disparar la primera bala, el insoportable trámite de organizar un bombardeo de urgencia. Tras toda la parrafada anterior, subrayemos por si acaso la eficacia de la película, incluso cuando parece que se recrea en el dolor físico: los gritos de uno de los protagonistas al ver su pierna inutilizada por la metralla, el aspecto de búnker de la vivienda tomada durante el asalto, la sensación de inutilidad que de alguna manera desprende toda la misión. Solo cuando Garland se permite introducir rasgos de su arisca humanidad, como los roces del primer equipo con el segundo, Warfare desvela ser hija de quien es, traicionándose a sí misma: un buen guionista con demasiada querencia a parecerse a los directores a los que ha servido.

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