
La idea de Meghan 2.0, convertir la muñeca diabólica de la primera entrega en una suerte de parábola de la Inteligencia Artificial metida en un film de Misión Imposible, tiene tanto de astracanada como de legítima jugada cinematográfica. Lamentablemente, en la película de los gurús del terror Jason Blum y James Wan falta una ejecución trabajada y cinematográfica: estamos ante uno de esos films en los que, como en una serie de televisión de Netflix, los personajes pierden preciosos minutos en parlamentos de exposición innecesarios hasta llegar a la verdadera miga.
Repetimos, una pena, porque la mandanga de Meghan 2.0, que comienza con la misión de una análoga a la protagonista en Turquía e Irán, y montar a partir de ahí una guerra de petardas de Instagram, sí que tiene cierta cosa simbólica de los tiempos que corren. El director Gerard Johnstone, sin embargo, no domina los tiempos o le falta presupuesto: Meghan 2.0 es la película de Hollywood -y ya es decir- con menos concreción dramática del año, convirtiendo el "tête-à-tête" de Terminators influencers en un despliegue de cháchara plano-contrapano sobre las posibilidades y peligros de la inteligencia artificial. El convertir a la muñeca en una suerte de Deadpool requería al menos un relato ágil, y aquí es donde falla el film.
Si Spielberg nos lo ahorró hace 25 años convirtiendo al robot en Pinocho, Johnstone ha considerado que su film no es un cuento sino un alegato contra la doble cara de la tecnología. Y con ello, sin saberlo, le pone fecha inmediata de caducidad en medio de diálogos corporativos y psicología elemental. Poco espacio para la diversión en una película de ¡dos horas! que elimina de raíz la ya escasa violencia de la anterior entrega y que no permite a Meghan brillar en su nueva condición de (anti)heroína cinematografica.
No todo es malo en este desastre narrativo: la idea de Johnstone es atrevida, sus posibilidades de generar desconcierto aparecen de cuando en cuando, y efectivamente el film se acaba soltando el pelo (demasiado tarde) en esa batalla final al borde del apocalipsis. Pero la película se hunde como sátira ya en sus primeros veinte minutos, donde Johnstone deja de lado todo el juego de espejos (erótico, referencial…) para jugar con el vocabulario actual de la IA.

