
El mismo fenómeno de Juego Sucio, film de acción del guionista de Arma Letal estrenada hace dos días en Prime Video, vale para esta Laberinto en llamas. Estamos ante una producción de grandes medios que ocupa ese lugar de películas de tamaño medio que los estudios, y los espectadores (para qué engañarnos) parecen haber desterrado de los cines. Pero la película producida por Apple TV+ y disponible ya en la misma plataforma bien hubiera merecido un visionado en salas, gracias en este caso a la siempre carismática presencia de Matthew McConaughey y la puesta en escena siempre cinética de Paul Greengrass (Capitan Phillips, El mito de Bourne).
Fiel al estilo de Greengrass, periodista devenido documentalista y después director de dramas de acción como los citados o United 93, también basado en una catástrofe reciente, Laberinto en llamas narra una historia real, la de los terribles incendios de California en 2017, a través de una de sus historias: la del conductor de un autobús escolar, Kevin McKay, y una maestra infantil, Mary Ludwig, que lucharon para sobrevivir al fuego que arrasó la localidad de Paradise causando decenas de muertos.
La voluntad de Greengrass servir visualmente la historia de manera verosímil, pero consciente en todo momento de manejar una película de gran producción; la del guionista Brad Ingelsby (Mare of Eastown) de potenciar el factor obrero (por mucho que la situación familiar de McKay resulte lo más obvio y forzado del film) y la del libro en que se basan todos elos, obra de Lizzie Johnson, de presentar la geografía y cronología de los hechos con detalle abrumador, derivan en una pelicula capaz de servir espectáculo sin caer en excesos. Y aunque la duración sea excesiva frente a la sustancia dramática de los personajes y las situaciones, ese proceder sirve a Greengrass para crear un film absorbente, amenazante, sirviéndose de su habitual habilidad para el montaje, una cámara en mano que se mueve siempre con el actor y unos efectos de sonido (memorable la amenazante vibración metálica que presagia la tragedia) que, junto al inesperado homenaje a la cámara subjetiva de Evil Dead, pagan el precio de la entrada… o, perdón, de la suscripción de Apple.
El resultado es un extraordinario film de catástrofes que carece de ironía (que Paradise se convierte en el infierno no se le escapa a nadie) que no sermonea con discursos ecologistas (quizá por considerarlos evidentes: la advertencia del jefe Martinez sobre los incendios) y que consigue extraer épica de lo miserable, oro del gran tópico clásico americano. McConaughey está espléndido, como de costumbre: su facilidad para afrontar un papel que podría caer en lo ridículo, pero con extraordinarios matices de oscuridad (ojo a cuando conductor y profesora parecen plantearse abandonar a los niños) dan la medida del carisma del intérprete. Lo dicho, Laberinto en llamas sería un extraordinario film de catástrofes de los noventa, y que no se hable más de semejante espectáculo, pese a ser número uno en streaming, es una injusticia.

