
El cursor parpadeante del obsoleto procesador de texto donde escribe Richard Dreyfuss nos deja en vilo cuando acaban los magros noventa minutos de Cuenta conmigo. La cámara se queda dentro de la habitación, y el umbral de la ventana nos separa de la vida que sucede fuera: el escritor ha decidido salir de su interior a jugar al jardín con sus hijos. Fue idea de Rob Reiner suavizar el título de la novela corta original de Stephen King, titulada "El cuerpo", y convertirlo en "Stand by me", título de la canción de Ben E. King que convirtió el relato en un inesperado, vertiginoso e infinito vértice de nostalgia de lo que aquí se llamó Cuenta conmigo. La mejor y más placentera sensación de horror, si me preguntan a mí y a Borges, mecida por la melodía de King (Ben, no Stephen) mientras se suceden los títulos de crédito. "Nunca más tuve amigos como los que tuve a los doce años".
Llama la atención que a Rob Reiner lo consideremos director y actor de comedia, cuando de su ojo clínico salió aquella película y también Misery, igualmente basada en una novela del autor de Maine. También el thriller judicial Algunos hombres buenos, película de las que se pueden describir como una de las que simplemente "ya no se hacen". En EEUU pasa igual, quizá por el relevo (ellos dirían bola curva) que Reiner tomó de su padre Carl, leyenda de la Edad de Oro de la comedia americana junto al vivo y coleando Mel Brooks, y fallecido hace solo cuatro años a los provectos 98. Reiner, Carl, lanzó al estrellato cinematográfico a Steve Martin con Un loco anda suelto, provocando que el mismísimo Kubrick valorara al actor como protagonista de lo que mucho más tarde se convertiría en Eyes wide shut. Y Reiner, Rob, saltó al suyo propio con la telecomedia por la misma época con Todo en familia, una de esas instituciones de la televisión setentera que le sirvió para darse a conocer como actor antes que director.
Calificar de nepotismo lo de los Reiner es, por tanto, una imbecilidad. Su apellido es uno de los componen la industria al margen de aciertos y desaciertos. This is Spinal Tap, cuya secuela acabará siendo su obra póstuma, inauguró los meta falsos documentales décadas antes de que las posteriores generaciones lo descubrieran en The Office. Pero de Rob Reiner hay que hablar de su carrera de "home runs" en los ochenta y noventa, cuando encadenó Cuenta conmigo (1986), La princesa prometida (1987), Cuando Harry encontró a Sally (1990), Misery (1990) y Algunos hombres buenos (1992), introduciendo entremedias otros dos "juggernauts" como Algo para recordar y Postales desde el filo en su faceta de actor, de sus coetáneos y espíritus afines Nora Ephron y Mike Nichols. Uno no puede recuperarse tan fácilmente de semejante podio, por mucho que después de que el eco reverberara con El presidente y miss Wade y un cúmulo de largometrajes más o menos agradecidos como Historia de lo nuestro.
Cinco muestras que, entre el aura legendaria de los ochenta y esos últimos coletazos de oficio clásico de los noventa, son a día de hoy leyendas cinematográficas que viven al margen de la nostalgia, porque en cierto modo es el tema de todas ellas. Tristeza por el amigo muerto o por el honor de unos Estados Unidos ideales e inexistentes, esos que ordenaron el código rojo, y ese amor que se escapa a ritmo de orgasmo en un restaurante. Pero no nos pongamos épicos: Rob Reiner es el mismo señor que entraba al despacho de Jordan Belfort berreando "qué clase de puta cobraba con tarjeta de crédito" en El lobo de Wall Street.

Creador de la mítica Castle Rock Entertainment, inaugurada con su Cuando Harry encontró a Sally y más tarde asentada con títulos como Cadena Perpetua o Miss Agente Especial, su estilo sencillo, elegante y elegíaco lo hacían quizá un tanto dependiente de los directores de fotografía con los que trabajaba, pero no opacaba un ápice su habilidad con los textos y los actores. Lo fácil que le resultaba transitar de la comedia al drama es similar, tristemente, al salto de leyenda a la crónica negra de Hollywood. Queda la sensación de que la tragedia familiar que está por publicarse no va a oscurecer un ápice su marca humana y profesional.


