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Pedro Fernández Barbadillo

El Frente Popular 'depuró' a Ortega y Gasset

En el cine español no puede aparecer un cura santo, un aristócrata honrado, un rey inteligente, un soldado valiente, una monja culta...

En el cine español no puede aparecer un cura santo, un aristócrata honrado, un rey inteligente, un soldado valiente, una monja culta...
Miguel de Unamuno, en la Universidad de Salamanca | Cordon Press

En charlas con amigos, cuando sale la lista de personajes españoles o acontecimientos espectaculares de los que se podría hacer una película, como Juan de Palafox, de bastardo a arzobispo y virrey, o la vuelta al mundo de Elcano, yo siempre respondo: "¡Mejor que no se haga nada a que la hagan Almodóvar o Amenábar!" Y mi prevención se debe a que ya estoy escarmentado.

Las incursiones de nuestros cineastas (sí, nuestros, porque les pagamos con nuestros impuestos) en la historia española han sido patéticas, mentirosas y, encima, aburridas. Encima, la mayoría de los actores no sabe vocalizar y sus frases son muchas veces ininteligibles. En el remake de Los últimos de Filipinas, sale un fraile drogadicto que no existió. En 22 ángeles, la guionista Alicia Luna se inventa una trama ultra-capitalista, clerical y pre-fascista que trata de sabotear la expedición que lleva la vacuna de la viruela a América. Y en Altamira aparecen unos imaginarios curas cerriles rabiosos con el descubrimiento de la cueva, mientras que sí hubo una campaña de varios laicistas que consideraron un fraude las pinturas, descubiertas por el devoto Marcelino Sanz de Sautuola.

Por tanto, en el cine español no puede aparecer un cura santo, un aristócrata honrado, un rey inteligente, un soldado valiente, una monja culta, un patriota honorable… Por tanto, los guiones son absolutamente previsibles, como en las películas de serial killers en las que sabemos que el asesino es el personaje al que le gusta la música clásica.

Graham Greene escribió allá por los 60 o 50 que la décima parte de los británicos eran católicos (antes del Concilio Vaticano II y de Francisco, claro), por lo que toda novela de esos años con más de diez personajes debería incluir un católico. Ignorar ese hecho sociológico, añadía, daba a la novela británica un aire paleto.

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Ágora, de Alejandro Amenábar

Ha empezado a exhibirse Mientras dure la guerra, sobre el choque entre Miguel de Unamuno y el general José Millán Astray en Salamanca el 12 de octubre de 1936. En Libertad Digital hemos explicado varias veces que el relato sobre este incidente aceptado como canónico y elaborado por un exiliado en 1941, en el que rellenó los huecos con su imaginación, tiene poca relación con lo que ocurrió, pero Amenábar ya mostró su nulo respeto a la realidad histórica cuando filmó Ágora, sobre la biblioteca de Alejandría y la filósofa Hipatia.

Las guerras limitadas a ejércitos en el campo de batalla quedaron superadas en el siglo XX, desde el triunfo de los bolcheviques. Por eso, la población civil sufre desde entonces más las consecuencias de los conflictos que los uniformados. Y la guerra civil española no fue una excepción a esa ideologización. El discurso dominante suele citar como ejemplo de exterminio planeado las arengas del general Queipo de Llano pronunciadas por la radio desde Sevilla; pero se olvida, por ejemplo, de la columna de Rafael Alberti titulada A paseo, publicada en el Mono Azul, en la que señalaba a enemigos del pueblo a los que dar el paseo, como Pedro Muñoz Seca.

Una purga dirigida por un comunista

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Unamuno

El primero de los dos bandos en purgar el profesorado fue el Frente Popular, ya a finales de agosto de 1936. A Unamuno, partidario de los sublevados desde el principio, Manuel Azaña y el ministro de Instrucción Pública, Francisco Barnés, le dedicaron un decreto completo para afearle su desafección y destituirle de todos sus cargos.

Pero la depuración no concluyó ahí. Otro texto que los historiadores progres olvidan siempre es la orden del 2 de diciembre de 1937, publicada en la Gaceta de la República del día 4. Esta orden anunciaba la apertura de expedientes sancionadores a varios profesores que no habían acatado una orden de agosto anterior del Gobierno republicano para que se presentasen en la Universidad de Valencia con la finalidad de reanudar las clases en el curso universitario 1937-1938. ¡Iban a regresar a la España del Frente Popular los profesores que habían hecho lo imposible por salir de ella!

La firmó el comunista Wenceslao Roces, entre cuyos méritos al servicio de la democracia, la República y el pueblo destaca el saqueo del tesoro numismático del Museo Arqueológico Nacional, hecho que también se omite en muchas de sus biografías.

En esa lista, la mayoría era republicana, incluso había contribuido a traer la República. Estaban José Zubiri, Américo Castro, José Ortega y Gasset, Claudio Sánchez Albornoz, Luis Recasens, Blas Cabrera Felipe, Niceto Alcalá Zamora y Castillo (hijo del primer presidente de la República), Alfonso García Gallo, Alfredo Mendizábal…

Es decir, que el Ministerio de Instrucción Pública llevaba al día la lista de profesores desafectos y tomaba medidas contra ellos. Pocos días después, comenzaba la ofensiva del Ejército Popular en Teruel.

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Gregorio Marañón

Algunos de esos profesores regresaron a la España de Franco. Ortega y Gasset incluso se ofreció al general, que lo rechazó después del fracaso del grupo de intelectuales que contribuyeron a desprestigiar la Monarquía y luego escaparon de la guerra, como el propio Ortega, Ramón Pérez de Ayala y Gregorio Marañón. En cambio, otros, como Castro y Alcalá Zamora, se mantuvieron en el exilio y en él murieron algunos. Sánchez Albornoz volvió a España después de la muerte de Franco y como se opuso al discurso de la izquierda y del nacionalismo andaluz sobre la supuesta maravilla que fue Al-Andalus en sus últimos años recibió insultos de este sector, que es el que controla la enseñanza en Andalucía desde principios de los años 80.

Como se ve, la historia es mucho más compleja, y apasionante, que una película que no pretende sino apuntalar el discurso dominante amputando hechos y personajes que no encajen en él. Los reyes de taifas también tenían poetas y músicos a sueldo, de los que ya nadie se acuerda.

Fue tal el desastre de Ágora fuera de España, debido a su morosidad, a su didactismo insoportable, a su feminismo de izquierdas y a su anticristianismo, que la productora recurrió a cambiar el título y, sobre todo, el cartel en otros países. Quizás le pase lo mismo a Mientras dure la guerra. Es mala política empresarial tratar a los clientes como si fueran tontos o asistentes a un mitin.

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