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'The Crown', último episodio

La muerte de Isabel II marca el fin de las monarquías europeas, que en los últimos cien años se han desmoronado como el resto de las sociedades que regían.

La muerte de Isabel II marca el fin de las monarquías europeas, que en los últimos cien años se han desmoronado como el resto de las sociedades que regían.
La reina Isabel II de Inglaterra durante el discurso de Navidad emitido por la televisión. Diciembre de 1957 | Cordon Press

Arthur Conan Doyle trató de matar a Sherlock Holmes, pero tuvo que resucitarlo ante la presión de los editores y los lectores. En cambio, Miguel de Cervantes consiguió enterrar a Don Quijote, para que nadie le usurpase el personaje. Sin duda, a los guionistas y productores de The Crown les gustaría montar una especie de Regreso al futuro en el que Isabel II alargase su vida o, mejor aún, rejuveneciese, ya que se les ha acabado la serie, porque a quién le pueden interesar las conversaciones entre Carlos Windsor y Liz Truss.

La muerte de Isabel II marca el fin de las monarquías europeas, que en los últimos cien años se han desmoronado como el resto de las sociedades que regían. El padre de Isabel fue emperador de la India hasta 1947; ella, coronada en 1952, asistió al derrumbe del imperio británico, del que solo pervive, para humillación de los españoles, Gibraltar. Isabel encarnaba un personaje de temple, cada vez más grande a medida que las fronteras de su reino se encogían debido a la descolonización impuesta por las dos nuevas potencias.

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El rey Jorge VI de Inglaterra, la reina Isabel y la princesa Isabel (Isabel II) posando en 1944

Nacida en 1926, hija de un marino veterano de la Gran Guerra, fue educada en la discreción. No se pensaba que su padre y mucho menos ella pudieran reinar. Se convirtió en princesa heredera en 1936, con diez años de edad y al poco tiempo estalló la Segunda Guerra Mundial. Permaneció en Londres durante los bombardeos alemanes y, para acompañar a sus súbditos, sus padres le retiraron privilegios como la comida refinada. Aprendió mecánica y conducción de una ambulancia, mientras que las infantas españolas Beatriz y Cristina, hijas de Alfonso XIII, solo aprendieron equitación. Igualmente, prohibió a su hermana Margarita contraer matrimonio con un oficial porque estaba divorciado.

En comparación con otros monarcas, tanto reinantes como derrocados, ha sido para el mundo entero un ejemplo de sacrificio, de elegancia y de buen gusto. Escribe Tom Wolfe que las costumbres occidentales cambiaron en los años 70, que él llamaba la ‘Década del Yo’. Consecuencia de ese giro, la conducta de muchos pasó a centrarse en el hedonismo y su capricho personal. Desaparecidos los héroes de guerra, la reina pasó a ennoblecer a docenas de cantantes pop, estrellas de televisión y ‘celebrities’. Tanto han cambiado los tiempos que tres de sus cuatro hijos se divorciaron y en 2000 los defensores de los animales arremetieron contra la reina Isabel porque desnucó con sus manos a un faisán herido en una cacería.

Carlos III, el gozne para abrir el reinado de su hijo Guillermo

Quizás Carlos III mantenga el oropel de la corona británica, de una manera similar a como George Bush se aprovechó de la popularidad de Ronald Reagan. A fin de cuentas, se ha educado para ser rey y, además, tiene 74 años de edad.

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La Reina Isabel invistiendo al Principe Carlos como Principe de Gales en 1969

Demasiado viejo para que le encuentre gracia a los festivales de Eurovisión. Será el gozne para abrir el reinado de su hijo Guillermo, de 41 años, que ha nacido en otra época. Nos podemos hacer una idea de su carácter fijándonos en su hermano, el segundón Harry, el príncipe del pueblo ‘woke’. Para éste, la condición de príncipe es similar a la de estrella de series de televisión. Ganada sin esfuerzo y usada para entrar gratis en los garitos de moda.

A partir de Carlos, la corona británica se vulgarizará hasta asemejarse a las casas reales sueca, holandesa o belga, a esas que retransmiten sus mensajes desde minúsculos y anódinos despachos, en vez de desde salones descomunales rebosantes de belleza y buen gusto. A pesar de su pequeñez, Isabel encajaba en sus castillos y mantos como un general vencedor en la silla del caballo, pero sus nietos y biznietos darán la misma sensación que los nuevos ricos que compran un venerable caserón y colocan antenas parabólicas en los escudos de piedra. "El lujo no me indigna sino en manos indignas", escribió Nicolás Gómez Dávila; lo mismo podemos decir del privilegio.

Pero las monarquías sobrevivirán muchos años. Serán mediocres, banales y chabacanas. Pero es que los republicanos también lo son. Los nuevos reyes no se creen responsables de sus súbditos ante Dios ni temen la revolución. Asalariados de los verdaderos amos del mundo, serán conservadores de palacios convertidos en atracciones turísticas.

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