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O con Queipo de Llano o con Pedro Sánchez

Llevar flores a la tumba de Azaña y hacer caso omiso a sus consejos de reconciliación es la versión posmoderna del refrán sobre predicar y dar trigo.

Llevar flores a la tumba de Azaña y hacer caso omiso a sus consejos de reconciliación es la versión posmoderna del refrán sobre predicar y dar trigo.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez | EFE

Félix Bolaños nos ha colocado ante una disyuntiva fácil de resolver: "O se está con la memoria de un genocida o con la de sus víctimas". Ante la tumba de Azaña, el ministro de Pedro Sánchez ha justificado de esta manera la necromanía del gobierno socialcomunista, que empezó con Franco, ha continuado con Queipo de Llano y ya anuncia la imposición de nuevos desenterramientos, como el de José Moscardó y Jaime Milans del Bosch.

Y digo que la disyuntiva es fácil de resolver porque, claro, siempre hay que estar del lado de las víctimas. El problema surge porque Bolaños parece suponer que de esta manera hay que apoyar a su gobierno en una reducción del dilema a Queipo de Llano o Pedro Sánchez. Este dilema plantea matices. Porque los liberales, por ejemplo, habríamos sido fusilados ipso facto en la Sevilla reaccionaria del militar golpista, pero también habríamos sido invitados a un "paseo" revolucionario por los ancestros ideológicos de buena parte del PSOE, el PCE, la CNT y demás grupos de la izquierda que, como los sublevados, pretendían destruir la república del 31 a la que despreciaban por "liberal", "burguesa" y "capitalista".

Los que hubiésemos sido fusilados por los "fachas", como Lorca, o los "rojos", como Melquiades Álvarez, la obsesión necrófila de Sánchez y Bolaños nos produce un estremecimiento de irónico desprecio. Nada que ver estos aprovechados ventajistas con el ejemplo de aquellos en la izquierda que, como Marcelino Camacho y Santiago Carrillo, apostaron tras la muerte del dictador por la reconciliación con sus enemigos franquistas, como Suárez y Fraga. Lo de llevar flores a la tumba de Azaña y hacer caso omiso a sus consejos de reconciliación es la versión posmoderna del refrán sobre predicar y dar trigo.

Una sociedad que permite, alienta y justifica que un Estado ordene dónde enterrar y desenterrar a los muertos es una sociedad de zombis, de muertos en vida, de sepultureros del espíritu. Siendo que el Estado no es sino el grupo que detenta el poder en un momento dado. Pero esta es la ambición de todo gobierno socialista: su plan es decirnos qué libros podemos leer, qué películas podemos ver, qué radios podemos escuchar, cuáles son los chistes graciosos y cuáles los tuits que se pueden publicar. Sobre todo, qué enseñar a nuestros hijos. En el límite, dónde y cómo podemos enterrar a nuestros muertos. El objetivo de Sánchez no es honrar a las víctimas y dignificar España, sino algo mucho más pedestre, ideológico y sectario: que de la cuna a la tumba seamos todos socialistas a mayor gloria de su verdad absoluta y su superioridad moral. En esto consiste la conversión del Estado aconfesional en un Estado políticamente correcto y la memoria histórica en carroñeo partidista.

Decir no a la profanación de tumbas no es estar del lado de genocidas, sino denunciar la utilización de las víctimas para provocar una guerra civil ideológica que no es sino la continuación de la guerra civil militar a golpe de BOE. Sin embargo, no hay mal que por bien no venga, así que se han hecho vox populi las aventuras de Queipo de Llano, desde sus enfrentamientos con el dictador Primo de Rivera, lo que le llevó a partirse la cara literalmente con su hijo José Antonio, a sus devaneos con la plana mayor del establishment republicano, con Alcalá Zamora a la cabeza, llegando a su relegamiento en tiempos de Franco, que era muchas cosas pero no tonto, dado que no le haría gracia tener tan cerca a un inestable aventurero como Queipo de Llano, a cuyo lado el general Custer era un prodigio de prudencia y serenidad. Como lo descubra Scorsese hace película, con Leonardo di Caprio de protagonista.

¿Qué responder a Bolaños? Que cada palo aguante su vela. Lo que significa en su caso que si quiere hacer algo por la dignidad democrática de España empiece por quitar el PSOE los monumentos a golpistas como Largo Caballero y retirar los reconocimientos a terroristas como Álvarez del Vayo. Y, todavía más importante, deje de pactar con los legatarios de terroristas vivos y los cómplices de golpistas fugados.

No se trata de olvidar, ni siquiera de perdonar, pero sí de que no nos dejemos enfangar en rencillas del pasado por el interés espurio de cínicos. Por el contrario, que resuenen las palabras de Azaña que no quiere escuchar el sordo desenterrador Bolaños ante su tumba: "Ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: paz, piedad, perdón".

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