El Congreso de los Diputados acaba de inaugurar, el 2 de diciembre, en el sótano de la Cámara Baja, la exposición "Democracia, Parlamento y Constitución", muestra fotográfica sobre la Transición en la que la líder comunista Dolores Ibárruri, ‘La Pasionaria’ tiene un papel destacado. La muestra se presenta con una imagen de ella y del también diputado del PCE Rafael Alberti en 1977 bajando las escaleras del hemiciclo. Hagamos memoria.
Las dos memorias de ‘La Pasionaria’
Digo "memorias" porque en realidad son, cuando menos, dos. Una, la que cuenta algo. Otra, la que lo oculta todo. Digo "infantiles" por tratar a los lectores como a una masa de iletrados e ingenuos que nada saben sobre lo que realmente ha ocurrido en el mundo como consecuencia de las dictaduras comunistas. También porque los viejos solemos tener muy buena memoria remota y una deficiente memoria próxima. Pero Dolores Ibárruri tiene una pésima memoria remota, cosa extraña a la gerontología, que mejora, si bien no mucho, en tanto se acerca a su vejez.
En su caso, por poner un ejemplo, nada recuerda de las purgas, los campos de concentración, las torturas, los "suicidios" y los asesinatos que tuvieron lugar bajo el régimen comunista de Stalin, todos ellos reconocidos oficialmente por el PCUS en su XX Congreso de 1956 y todos ellos ocurridos mientras habitaba una confortable vivienda en Moscú. Es admirable disponer de una mala memoria así, que, como la histórica o la democrática de nuestros días, no es que recuerden hechos reales sino que construyen gulags alrededor de ellos.
De todos modos, es bastante extraño. Nadie sensato cree que la redacción de unas memorias constituya una confesión sincera de los desmanes cometidos en la vida del memorioso. Ni siquiera se cree que las vidas de los santos incluyan sus "despistes" de ejemplaridad o, si lo hacen, lo hacen en muy leves dosis. Pero para ocultar las propias vergüenzas bastaría negarse a parir unas "memorias" artificiales. Recrear la propia vida como fantasía infantil fue uno de los primeros intentos de rehacer, igualmente de modo pueril, la historia de España
Pondré un ejemplo preliminar que resulta clamoroso. Ibárruri publicó dos libros de memorias, uno que va desde su infancia en Vizcaya hasta el final de la guerra civil en 1939 cuando huye en un avión desde Monóvar tras el golpe del coronel Casado, Julián Besteiro y Cipriano Mera a los que acusa de traidores al pueblo español.
"El único camino"
Este libro se llamó en su día, El único camino y fue publicado en Moscú por Ediciones en Lenguas Extranjeras en 1963. Naturalmente no son mencionados los asesinados por las izquierdas desde 1931. Ni los cierres de periódicos. Ni los incendios de templos e iglesias. Ni siquiera la palabra "checa" tiene cabida en sus casi 300 páginas más que como apellido. Tampoco confirma su amenaza de muerte directa a José Calvo Sotelo poco antes de su asesinato. Para qué seguir.
Por si fuera poco, trata de "agente de la Junta de Casado" y de connivencia con Franco al "Ángel rojo", el anarquista Melchor Rodríguez, que salvó la vida de miles de presos vinculados a las derechas o a la Iglesia oponiéndose a sacas como las que condujeron a las matanzas de Paracuellos instigadas por el Partido Comunista. Dice de él: "Por los agentes de la Junta, especialmente por Melchor Rodríguez, el director anarquista de Prisiones, fueron entregados a Franco decenas de comunistas hechos prisioneros en los días de la Junta."
El título sólo es apropiado para sí misma y su concepción de la sociedad y la política. En el mundo en que vivió en aquellos días de juventud y de primera madurez, Dolores de Gallarta sólo veía un camino, el único, el comunismo, para disolver dictatorialmente, que no resolver y encauzar, todos los problemas, todas las diferencias, todas las disidencias, todas las oportunidades. Usa la palabra democracia pero la democracia legal, formal, republicana, "burguesa" no era, para ella y su partido, más que un marco legal ventajoso para dar el golpe definitivo y apropiarse de todo el poder.
La Ibárruri republicana lo expresaba con toda claridad,
"En los gobiernos de la República, el Partido Socialista no era un factor de avances revolucionarios, sino un freno para el desarrollo de la democracia."
Dicho de manera lógica y no propagandista, la democracia consiste no en convivencia sino en el exterminio de los adversarios del comunismo. Por tanto, no hay democracia sin revolución comunista. Identificar comunismo y democracia, que es su contrario, ha sido una vieja táctica de su propaganda para ocultar la esencia tiránica del marxismo leninismo.
El texto que sigue podría resultar cómico si no contuviera un evidente elemento trágico:
"Ante la bravuconería y desgarro del señoritismo fascistas o fascistizante, el Partido Comunista llamó a la juventud a formar las milicias antifascistas como organizaciones de autodefensa de la democracia y de las masas trabajadoras. Organizó el Partido Comunista varias manifestaciones contra el fascismo que terminaban siempre en lucha abierta con la policía."
Con la policía republicana, claro.
Desmemoria del asesinato de Nin
Uno de los acontecimientos de los que Ibárruri no recuerda nada es el asesinato de Andréu Nin, ex anarcosindicalista catalán y fundador del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), de tendencia trotskista, en plena guerra a muerte entre Stalin y Trotsky. De hecho, no aparece salvo en el título de uno de los libros que dice haber utilizado para escribir sus primeras memorias.
Siguiendo las consignas de Moscú, ya incrustado en nuestra guerra civil de la mano del "camarada Orlov", el sicario del Kremlin y sus servicios secretos en España, identificó como siervos de Franco a los "anarco-trotskistas", a los faistas-poumitas, otra denominación, a los que trata de lacayos de Franco y el fascismo. La acusación contra Nin y sus compañeros, de ser traidores a la República y al comunismo, condujo a su secuestro y desaparición, de los que no menciona absolutamente nada. Pero Ibárruri conocía a Orlov y se reunía con él.
Sabido es ahora que el grupo de espías y agentes que el ruso dirigía en España para aumentar el poder y la presencia del PCE en una República en cuyas elecciones de febrero de 1936 sólo había conseguido 19 escaños, secuestró, torturó durante largo tiempo y finalmente despellejó vivo al pobre Nin que jamás confesó haber hecho lo que los estalinistas querían que dijese. Todavía parece que aquel miedo sembrado por el terror comunista en los anarcosindicalistas españoles (y en no pocos socialistas) les impide hablar con libertad y claridad sobre lo ocurrido en las trincheras y retaguardias de nuestra guerra civil.
Hasta un historiador como Diego Abad de Santillán, anarcosindicalista de relieve, recibe este trato por parte de las primeras memorias de Dolores Ibárruri:
"¿No hay una estrecha relación entre este informe de Faupel a Hitler, y las cínicas declaraciones de Abad de Santillán, el orientador de las actividades faístas en su libro Por qué perdimos la guerra, en el que reconoce sus afinidades con José Antonio Primo de Rivera, el fundador del falangismo?".
Calla Ibárruri sobre el robo del oro español por parte del gobierno de Stalin, al que sólo menciona dos veces y sin adjetivos en todo el libro. La operación, que dirigió el propio Orlov, ha sido narrada por Boris Cimorra, hijo de "la voz que venía del frío, Eusebio Cimorra, en sus libros Hasta el último maravedí o Las orejas de Oro y Hasta el último maravedí 2 o La apertura española.
"Me faltaba España"
Precisamente son las barbaridades cometidas por Stalin – purgas, torturas, hambrunas de diseño, matanzas, procesos a comunistas disidentes con resultado de muerte y demás - las más relevantes ausentes del segundo libro de memorias de La Pasionaria, titulado Me faltaba España, publicado por Planeta en 1984, que trata de los años que transcurrieron desde 1939 a 1977. Uno de sus episodios se titula "Stalin viene a verme", pero para ella nunca fue un monstruo sino un héroe. Incluso puso en duda lo que de él se supo en 1956.
En este libro, que ya tiene en cuenta más la figura de Stalin, tiene mandanga cómo describe su sorpresa ante los crímenes de Stalin, una vez recopilados y expuestos por Nikita Krushiov en el XX Congreso del PCUS. Tras reconocer que creyó, de modo irracional, que Stalin no moriría nunca, tras la muerte, o asesinato, del "padrecito", o "el Amo", según soplara el viento, en 1953, tuvieron lugar las históricas sesiones de un Congreso que terminó de hecho con el dogma comunista en todo el mundo dando paso a las degeneraciones actuales.
"Asistimos como delegados al mismo: Antonio Mije, Vicente Uribe, Enrique Líster, Fernando Claudín y yo. En el discurso pronunciado por el secretario general del PCUS, Nikita Sergueievich Jruschov, en la sesión inaugural, se hicieron nuevas aportaciones teóricas: la viabilidad del paso pacífico al socialismo y la no inevitabilidad de la guerra mundial."
Pero hubo un postre inesperado.
"Cuando los invitados nos hubimos alejado del Palacio de los Congresos de Moscú —y algunos ya volaban a sus países—, las sesiones continuaron a puerta cerrada. Y entonces se produjo el terremoto. Nikita Jruschov presentó un informe —hasta hoy siguen llamándole informe secreto y no existe una edición oficial del mismo— en el que se abría una página desconocida y estremecedora sobre el período estalinista."
A pesar de que parece anunciar algo atroz y siniestro, Dolores Ibárruri calla lo esencial, los crímenes, traiciones, inhumanidades y genocidios, y se limita a mencionar el "culto a la personalidad" de Stalin. Dice luego que los comunistas españoles se enteraron allí de que el monstruo existió: "Al analizar la personalidad de Stalin en los últimos años de su vida, los dirigentes soviéticos nos mostraron una amarga y triste realidad que difería de la que nosotros conocíamos."
Bastaría con esas palabras para abandonar la lectura de un libro que nada tiene que ver con su memoria y todo que ver con la política que siempre estuvo en la dirección del PCE. Si no fuera una maldad, podríamos decir que entra la risa cuando se lee poco después:
"Después del XX Congreso del PCUS, el comité central de nuestro partido sometió a un análisis crítico, severo, nuestros métodos de trabajo, esforzándonos en corregir todo aquello que no correspondiera a un partido comunista inspirado en el socialismo científico. Se rectificaron vicios, métodos de trabajo que imprimían al PCE un sesgo sectario y estrecho al restringir la participación de sus militantes en la elaboración de la línea política y que daban lugar al caciquismo de ciertos camaradas que asumían toda clase de tareas que, en verdad, sólo pueden resolverse con la participación activa de todas las organizaciones del partido."
Ella, que había amparado la represión del trotskismo en la España de la Guerra Civil, no pudo no haberse enterado de la gran purga de Moscú, muchas de cuyas víctimas fueron acusados de amigos de Trotsky. Tampoco se acuerda de Caridad Mercader, la madre del asesino del viejo comunista en México, su enemiga mortal, y trata muy poco, y para desacreditarlo, a Jesús Hernández, un comunista de su nivel jerárquico.
Tampoco se enteró de nada, a pesar de vivir lujosamente en Moscú – con piso clandestino en París -, todo pagado por los soviéticos, de la expulsión del partido de Hernández, cuyo libro Yo fui un ministro de Stalin, comienza con esta dedicatoria,
"A mi madre y a mi hermana, rehenes de Stalin en cualquier lugar —hace ocho años que no sé de ellas— del inmenso campo de concentración que es la Unión Soviética."
Estamos pues ante unas memorias "infantiles" que no tratan de dar a conocer verdades y ayudar a descifrar hechos históricos sino de blanquear con el silencio o la distracción la biografía tenebrosa de una "miembra" - dirá la impulsora de la reedición completa, Irene Montero -, de la dirección de una de las tiranías más asesinas de la Tierra. Que los españoles hayamos de pagar a la fuerza los casi 15.000 euros que cuesta el empeño, es de juzgado de guardia.
En palabras de su ex compañero, Jesús Hernández:
"Era la de Pasionaria una de esas pasiones seniles(por el joven Francisco Antón) que en su desenfreno saltan sobre toda clase de obstáculos y que a ella habría de llevarla hasta el sacrificio de su propio hijo. Rubén Ruiz, capitán del Ejército Rojo, se haría matar en la U. R. S. S. para huir de la vergüenza de ver a su padre comido de piojos y muerto de hambre en una fábrica de Rostov y a quien, además, no le permitieron visitar por prohibición expresa de su madre, mientras veía a Antón (el amante de Ibárruri) vivir espléndidamente y pasearse por Moscú en el automóvil de su madre. Esa pasión provecta, insana, que motivaría también la muerte de Julián en medio de la más negra desesperación y maldiciendo el nombre de Pasionaria y de Stalin, esa pasión era un odio inextinguible contra José Díaz, que le había escupido su desprecio en plena cara."
Como se prueba, hay otras Pasionarias, pero no están en sus Memorias.