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Pedro de Tena

Muere un Grande de España: el inspector José Antonio Vidal Arcioles

Supo dirigir un equipo plural de agentes a los que le tocó lidiar con dos grandes casos de corrupción que afectaron al gobierno de Felipe González.

Supo dirigir un equipo plural de agentes a los que le tocó lidiar con dos grandes casos de corrupción que afectaron al gobierno de Felipe González.
EP

Se ha contado que doña Juana, la madre de Felipe González, visitó a dos videntes sevillanas para conocer el futuro de su hijo mayor. Una, del barrio de Torreblanca, no le dijo nada relevante. Pero la otra, la de Triana, le dijo que su hijo iba a ser un "Grande" de España y "del extranjero". Así lo contó un biógrafo conocedor de que su héroe necesitaba de un vaticinio, de una profecía, de una adivinación para legitimar su destino. No le dijeron que en su porvenir iba a aparecer un auténtico Grande de España que haría posible la dimisión de su vicepresidente y la crisis de su Gobierno y su partido.

En la España antedemocrática, los Grandes de España eran, como decía Francisco Umbral, "los de siempre, que, además de tener la sangre azul, montan un caballo que es grande de España". En la nueva España democrática, ser un Grande de España es y debe ser otra cosa. No se trata de orígenes familiares ni de encumbramientos partidistas o sociales. Ser un Grande de España es cumplir con el propio deber ciudadano, cada cual donde haya decidido o podido, y si alguna vez poderoso alguno ha pretendido interferir en tal noble y libre ejercicio, enfrentarse al infame parándole los pies por el bien de los demás españoles.

El Inspector de Policía y abogado, José Antonio Vidal Arcioles, nacido en la Sevilla humilde, de formación salesiana, cristiano sincero y cofrade de la Hermandad de San Gonzalo, ha llegado a ser un Grande de la España democrática por todas esas razones. Adscrito desde antes de los 90 a los juzgados sevillanos en calidad de Policía Judicial, al servicio de los jueces y no del Ministerio del Interior, supo dirigir un equipo plural de agentes a los que le tocó lidiar con dos grandes casos de corrupción que afectaron al gobierno de Felipe González en España y al de Manuel Chaves en Andalucía: el caso Juan Guerra y el caso Ollero, ambos en la primera mitad de la década los 90.

Los malintencionados creen que José Antonio era un policía que servía a la derecha. Una calumnia más, como aquella que le propinaron cuando sus jefes y los políticos socialistas que los habían nombrado intentaron expedientarlo porque, según ellos, había faltado al respeto al juez Ángel Márquez. Además de ser su amigo, Márquez lo defendió y negó la existencia de tal conducta irrespetuosa. Fue una de tantas piedras en el camino que tuvo que sufrir por investigar la verdad. Desde ofertas de jefaturas a traslados forzosos. Hasta le pincharon los teléfonos desde el propio Gobierno.

José Antonio Vidal era un profesional brillante, agudo, sistemático, riguroso e implacable. Le gustaba llegar hasta el final para que tanto la Justicia como los ciudadanos tuvieran acceso a la verdad. En su equipo había desde simpatizantes de Alfonso Guerra hasta compañeros, que luego fueron amigos del alma, como el inspector Diego Martínez. Se le podía reprochar su insistencia, su tenacidad, su dedicación, pero no su parcialidad.

Ya lo había demostrado en casos como el Crimen de los Galindos al que llegó demasiado tarde para poder poner algún orden en él. Al menos, tras una investigación desastrosa, pudo discernir el móvil de los crímenes: el fraude por dinero, no los celos ni aquellas tonterías. Lo mismo ocurrió con el caso Caja Rural, donde se descubrieron desfalcos muy importantes que fueron, ya entonces, archivadas por el Fiscal Jefe de Sevilla, por cierto, de su misma Hermandad, archivo que hizo llorar al juez de instrucción.

Coincidí con él cinco años, desde 1990 a 1995, siendo delegado de El Mundo en Andalucía. Lo que fue inicialmente una relación profesional (yo tenía que buscar información y él procuraba no dármela si podía perjudicar la instrucción judicial), se fue convirtiendo en una amistad personal que se mantuvo desde aquellos años hasta el día de su muerte. Le escribí una nota tres días antes de morir y me respondió: "Gracias, hermano". Sabía que estaba enfermo pero no que su muerte era inminente.

Su trabajo fue torpedeado desde instancias jerárquicas policiales, fiscales y políticas por un PSOE hostil a la neutralidad y pulcritud de instituciones como la policía judicial y los jueces. Aún así el caso Guerra terminó en condena y el caso Ollero, único caso de corrupción en el que la Policía Judicial logró incautarse de una comisión en dinero negro, un maletín con 22 millones de pesetas, se difuminó por la inexistencia del delito de tráfico de influencias, que él y su equipo contribuyeron a tipificar en el Código Penal.

Acaba de morir en su casa de Sevilla a los 74 años, tras haber dejado un legado de integridad moral, de pericia profesional y de ejemplaridad ante la adversidad familiar que está siendo recordado estos días por muchos medios de comunicación. En su funeral, celebrado en el Tanatorio de San Jerónimo de Sevilla, no llegaban a cien las personas que nos reunimos para la despedida final.

Además de sus compañeros y algunos periodistas, pocos, sólo vi a un juez, Fernando Martínez, y a un político, Juan Bueno, portavoz del Ayuntamiento de Sevilla, lo que da una idea de lo que es el desagradecimiento de muchos malnacidos. Sin esfuerzos como el suyo, no hubiera habido alternancia política ni en España ni en Andalucía. No todo es charco, lodo, fango cloacal y porquería en el albañal español que vivimos. Hay una España digna, limpia y moral, su España, cautiva hoy de la peor España, indecente, corrupta y desleal.

Por lo dicho y por lo que no cabe en estas líneas, sí, ha muerto un Grande de la España democrática: el Inspector de Policía, José Antonio Vidal Arcioles. Cumplió con su deber, investigó la corrupción, mejoró la vida política y moral de los españoles y no se rindió a las presiones del poder. Por si fuera poco, su vida personal fue un ejemplo de amor y entrega a su familia, mortificada por la enfermedad y el sufrimiento. Descansa en paz, hermano.


[i] Fue condecorado por sus servicios con la Cruz de San Raimundo de Peñafort por el gobierno de Felipe González. Poco después, Alejandro Rojas-Marcos preguntó al gobierno socialista si el hecho de no concederle la Cruz al Mérito Policial, pedida por sus superiores y por los jueces, tuvo que ver con su investigación del caso Guerra.

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