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Churchill, de enemigo de Stalin a aliado

Cuando se conoció la invasión alemana de la URSS, Churchill declaró con un pragmatismo propio de Stalin: "Si Hitler invadiera el infierno, yo al menos haría una referencia favorable al diablo en la Cámara de los Comunes".

Cuando se conoció la invasión alemana de la URSS, Churchill declaró con un pragmatismo propio de Stalin: "Si Hitler invadiera el infierno, yo al menos haría una referencia favorable al diablo en la Cámara de los Comunes".
Yalta, 1945. Churchill, Franklin D. Roosevelt y Joseph Stalin

Winston Churchill supo leer el futuro cuando les decía a sus compatriotas que los bolcheviques rusos y los nacionalsocialistas alemanes constituían un peligro para el imperio. Sin embargo, como a tantas Casandras, no se le hizo caso.

La Primera Guerra Mundial fue más revolucionaria y subversiva que la Segunda. No nos fijemos sólo en el derrumbe de cuatro imperios. Berlín, por ejemplo, persuadió al sultán Mehmed V para que, como califa, lanzase una yihad, que no sublevó a los súbditos musulmanes de la corona británica en la India y otros lugares, pero dejó un antecedente. Y en un acto mucho más perturbador, los aristócratas alemanes introdujeron a Lenin en Rusia, donde se había producido ya una revolución liberal, y colaboraron con los bolcheviques en la toma del poder.

Con estas palabras describió Churchill la maniobra alemana:

"Lenin fue enviado a Rusia por los alemanes de la misma manera que se podría enviar una ampolla con un cultivo de tifus o de cólera para verterla en el suministro de agua de una gran ciudad, y funcionó con una precisión asombrosa".

Intervención en la guerra civil rusa

Winston Churchill (1874-1965) intervino en la Gran Guerra, primero, como miembro del Gobierno del liberal H. H. Asquith desde 1908 hasta 1915 y su mayor mérito fue la modernización de la flota. El fracaso del desembarco en Galípoli causó su caída. Después de un año (1915-1916) de servicio militar como oficial de un regimiento, regresó al Gobierno llamado por el también liberal David Lloyd George para los puestos de ministro de municiones (1917-1919), que cumplió con eficacia, y secretario de Estado para Guerra y Aire (1919-1921).

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David Lloyd George y Winston Churchill

El armisticio, firmado el 11 de noviembre de 1918, no trajo la paz a Europa Oriental, ni a los Balcanes, ni a Oriente Próximo; incluso en Irlanda se avivó el conflicto entre los irlandeses nacionalistas y los británicos. La más salvaje de todas esas guerras se desarrolló en el antiguo imperio ruso, donde combatieron rojos y blancos, ucranianos, cosacos, polacos, finlandeses, bálticos, georgianos, alemanes… Y también intervinieron los Aliados: británicos, franceses, norteamericanos, japoneses, checos y hasta italianos. Las tropas extranjeras ocuparon Murmansk, Arcángel, Odesa y Vladivostok; desde este último puerto se extendieron a lo largo del Transiberiano para respaldar al ejército del almirante Kolchak, caudillo de los blancos desde noviembre de 1918.

No se trataba sólo de la oposición al comunismo, sino también de castigo a un traidor a Entente. Lenin había firmado el tratado de Brest-Litovsk en marzo de 1918, que había permitido el traslado de cientos de miles de soldados alemanes al frente occidental.

En las reuniones del consejo de ministros y la Conferencia de París, Churchill animaba a los Aliados a respaldar a los líderes del bando blanco. Presentaba planes fantasiosos, como la unión de las tropas francesas, británicas y canadienses asentadas en Arcángel con las de Kolchak, o el bombardeo de las posiciones del Ejército Rojo en Astrakán por la flotilla británica en el mar Caspio.

Cuando Churchill trasladó un batallón británico a Ekaterimburgo para custodiar el cuartel de Kolchak en Ekaterimburgo en 1919, le aseguró a Lloyd George que esos soldados no pelearían contra los rojos.

En la parte occidental, el general Yúdenich fracasó en tomar Petrogrado, aunque Churchill anunciaba su caída. El envío a Kolchak por los Aliados de un millón de fusiles, cientos de cañones, miles de ametralladoras y toneladas de cartuchos fue en vano. Los bolcheviques les derrotaron.

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Lenin y Stalin

Lloyd George se burló de la "obsesión" de Churchill de combatir a los comunistas rusos con esta frase: "Su sangre ducal se rebelaba contra la eliminación de los grandes ducados en Rusia". Y en agosto de 1919 escribió a los demás ministros de su Gobierno: "¡Rusia no quiere que la liberen!". El liberal galés deseaba desvincular a Gran Bretaña de esa guerra. Proponía la retirada de sus militares y la división del país en Estados menores, como Ucrania y una república cosaca.

Churchill pidió a los Aliados que, al menos, estableciesen en torno a Rusia un ‘cordón sanitario’ que le impidiese difundir su peste por el mundo. Stalin, convertido en zar rojo tras la muerte de Lenin, lo superó mediante partidos comunistas obedientes a Moscú en todo el mundo.

Para evitar rebeliones en Francia y Gran Bretaña por parte de los soldados que querían ser desmovilizados y más protestas populares, Lloyd George vetó todos los planes de Churchill y en febrero de 1921 le trasladó a la cartera de ministro para las colonias. En las elecciones de 1922 Churchill perdió su escaño y, como reacción a la coalición entre los laboristas y los liberales, empezó a acercarse al Partido Conservador.

Con el diablo antes que con Hitler

A finales de los años 30, mientras rumiaba su vuelta a la política, Churchill abandonó su anticomunismo como guía de su estrategia política debido a la aparición de un monstruo más cercano a las costas de su amada isla.

Detestaba tanto a Adolf Hitler y su régimen que no vaciló en acudir a la embajada soviética para proponer una alianza entre Gran Bretaña y la URSS. Pocos días después del Anschluss de Austria por parte de Alemania, en marzo de 1938, le dijo a Iván Maiski, según escribió el embajador en su diario:

"Detesto profundamente a la Alemania nazi. Creo que es un enemigo no solo de la paz y de la democracia, sino también del Imperio británico. (…) Necesitamos desesperadamente una Rusia fuerte como contrapeso a Alemania y a Japón".

Puesto a escoger bando, Churchill prefirió repetir la alianza de la Gran Guerra: con Moscú contra Berlín. Cuando se reincorporó al Gobierno como jefe de la Armada al estallar la Segunda Guerra Mundial, Churchill se convirtió en defensor de Stalin, a pesar de la colaboración que éste mantenía con Hitler. Al anexionarse Stalin Lituania, Letonia y Estonia y atacar a Finlandia, en virtud del protocolo secreto del pacto nazi-soviético, Churchill le dijo a Maiski que él prefería que el Báltico fuera soviético a que cayera bajo influencia germana.

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Churchill en 1950 en un club conservador

En cuanto se conoció la invasión alemana de la URSS, Churchill declaró con un pragmatismo propio de Stalin: "Si Hitler invadiera el infierno, yo al menos haría una referencia favorable al diablo en la Cámara de los Comunes". El primer ministro apoyaba a todo aquel líder que se opusiera al III Reich, se tratara del comunista yugoslavo Tito o del dictador griego general Metaxas.

Cuando la derrota de Alemania era inminente, trató de detener la expansión de la URSS, dando por perdidos Polonia y los países bálticos. En la Cuarta Conferencia de Moscú (octubre de 1944), le propuso a Stalin un reparto de influencia de las dos potencias en los Balcanes. Grecia se salvó de caer bajo una dictadura comunista, después de una guerra civil. Y Yugoslavia no se convirtió en satélite de la URSS, porque la liberación de la ocupación alemana la realizó Tito (armado por los británicos por orden de Churchill) y no el Ejército Rojo. También se opuso a las sanciones pedidas por Stalin contra Turquía y España.

El telón de acero

En 1946, vencido por el Partido Laborista en las elecciones del año anterior, Churchill pronunció su célebre discurso en el que, con su don para las imágenes literarias, declaró:

"Desde Stettin, en el Báltico, a Trieste, en el Adriático, una cortina de hierro ha caído a lo largo del continente europeo".

Asistió con ira al derrumbe del imperio británico en los años siguientes, en parte por obra de sus antiguos aliados (él había firmado con el presidente Roosevelt la Declaración del Atlántico, que legitimaba la independencia de las colonias bajo control europeo) y al fallecer, en enero de 1965, la URSS parecía inconmovible y un poder en expansión.

Por sus orígenes anglosajones (madre estadounidense y padre británico) y por su adhesión a la geopolítica tradicional de su patria (no puede existir en Europa ningún poder hegemónico), sin duda se habría opuesto a la reunificación alemana en los años 90, como hizo Margaret Thatcher, y habría aprobado la colaboración con Ucrania, incluso el acuerdo de asociación por cien años, que acaba de firmar el primer ministro laborista Keir Starmer. Si Britania no puede gobernar los mares, que la sustituya su ahijada norteamericana.

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