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La nieve eterna de Doctor Zhivago

Leer el libro, ver la película o, mejor, ambos. El 31 de diciembre se cumplen 50 años del estreno de un clásico inolvidable.

Leer el libro, ver la película o, mejor, ambos. El 31 de diciembre se cumplen 50 años del estreno de un clásico inolvidable.

En la preciosa película de David Lean pero, sobre todo, en la novela de Boris Pasternak, una escena sirve para resumir las penurias de la familia de Yuri Zhivago durante la guerra civil rusa: en su huida de Moscú, donde el doctor tiene que robar para encontrar madera que caliente a su hijo pequeño, toman un tren, quizás el último que salga, hacia su lejana casa de campo en Varikino. Se unen a otros muchos en un andén atestado y apenas encuentran sitio en el vagón. El viaje es largo, muy largo, y no saben si la guerra habrá arrasado también el lugar a donde se dirigen. En el camino, en medio de la nada de la enorme estepa rusa, la nieve tapa las vías y el maquinista pide a todos los hombres que ayuden a limpiarla con palas. Tardan horas.

El viaje de Zhivago con su esposa, su hijo y su suegro dura muchas páginas. Las suficientes para imaginar las inabarcables distancias rusas. En su tren, lento y pesado, ya sólo se cruzan con otros trenes llenos de tropas y armas a los que tienen que dejar pasar. También atraviesan aldeas arrasadas por el hambre, donde ya no llega nadie. Una mujer trata de salvar a su bebé pidiendo a los pasajeros que se lo lleven. Cuando lo recoge Tonia, la mujer de Zhivago, descubre que el niño ya está muerto.

La casa de Varikino sigue en pie cuando los Zhivago llegan. Se hospedan en la cabaña destinada al servicio y no en la casa principal, ya saqueada. El doctor cultiva la tierra. Tonia vuelve a quedarse embarazada. Las amenazas parecen lejanas. Vuelve la primavera. Están, por fin, solos y se imaginan libres. Mucho después, allí volverá Zhivago para escribir sus poemas, cuando también se crea a salvo junto a Lara, la mujer de la que se enamoró en el frente y con la que por azar volvió a cruzarse. Y en un entorno seguramente muy parecido, Pasternak pasaría los últimos años de su vida. Así lo reflejan las fotos: junto a una casa rodeada de árboles, aislado, voluntaria o involuntariamente, de un régimen que le dio la espalda y que lo calumnió al final de sus días, cuando Doctor Zhivago se publicó en Occidente y le fue otorgado el Nobel.

Pasternak, mejor poeta que novelista para algunos, murió dos años después, quizás sintiéndose tan extraño en su propia tierra como cuando Zhivago, solo, vuelve a Moscú en busca de gente que hace ya mucho desapareció de su vida. Su obra dio luz a una época aún oscura y mitificada. Pero ni lo histórico, ni tampoco lo romántico, son lo más importante en el libro. Su fuerza estaba y sigue estando en los muchos momentos maravillosos que Zhivago vive con Tonia y, sobre todo, con Lara a pesar de la guerra, del miedo y del frío. Aunque no pudiera elegir ni con quién ni dónde estar en esos años. Aunque la Revolución y la nieve se llevaran por delante la vida que él hubiera querido vivir.

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