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Pedro de Tena

Miguel Delibes: toros, caza y crueldad

Palabras del autor de 'Diario de un cazador': "Se está imponiendo una falsa sensibilidad que me aterra".

Palabras del autor de 'Diario de un cazador': "Se está imponiendo una falsa sensibilidad que me aterra".
Miguel Delibes | BNE

Cuando un ministro de Cultura de este asolador gobierno de España identifica los toros y a los toreros con la violencia mientras faena en la plaza nacional de la mano de asesinos etarras y se alía con sus epígonos, la reflexión es necesaria. Este alto cargo de Pedro Sánchez debe desconocer que los intentos de prohibir toros (y la caza, otro ejercicio de crueldad para esta izquierda) en España datan del IV Concilio de Letrán en el siglo XIII y que, hasta en el de Trento, se propuso su erradicación. Y así sucesivamente hasta hoy, siempre sin éxito.

Dado que estamos considerando el centenario del nacimiento de Miguel Delibes, parece más que oportuno invocarlo para conocer sus apreciaciones sobre los toros y, de paso, sobre la violencia en dos de las actividades más nacionales de España: los toros y la caza.

Delibes no es abundoso sobre los toros ni era aficionado, como tampoco lo fue Ortega, al que menciona en sus ponderaciones, pero su meditación queda bien clara aunque debe deducirse de su consideración de la caza: si el deporte cinegético, cuando no está bien practicado, no tiene elemento alguno que lo relacione con la crueldad, las corridas de toros que aseguran la permanencia del toro bravo sobre el planeta, que concede oportunidades de defensa al animal y en el que se arriesga bellamente la vida de un torero, ni siquiera se acerca a la violencia si ésta es concebida como daño sañudo y placentero a otro ser.

El escritor vallisoletano se hace eco, cómo no, de las críticas que se dirigen a las corridas de toros y a la caza. Respecto a las primeras, ya en su novela Aún es de día, que él consideraba fallida, se refiere a la polémica escribiendo que para algunos “mientras los toros no desapareciesen sin dejar rastro, con toda su cohorte de flamenquismo, pintoresquismo y folklore andaluz, en España no podrían fabricarse automóviles".

Sin embargo, no le daba trascendencia a esas opiniones porque “el fanático inquisidor de la 'torería' marchaba sin escrúpulo a la novillada en las soleadas tardes de primavera, sin importarle mucho, después de todo, si en España podían fabricarse automóviles o no. Ni si en realidad eran los toros los culpables de este retraso nacional".

Pero esta es una primera aproximación superficial a una antigua acusación a la fiesta de los toros acerca de que impedía el desarrollo económico, social y moral de España. Recuerda Delibes en varias de sus novelas que las plazas de toros son lugares emblemáticos donde se expresa la vida nacional. Incluso auguraba que pronto los barcos estarían provistos de plazas de toros.

Por ejemplo, en La barbería, se refiere a las reuniones que la Asociación Internacional de Trabajadores, Federación alcoyana,  convocaba en un coso taurino. En Cinco horas con Mario (a quien no le gustaban los toros) alude más de una vez “al mitin de Manuel Azaña en la plaza de toros, en abril del 31”. Incluso en Madera de héroe, que considera su novela más ambiciosa, contempla las plazas de toros como espacios destinados a veces a ejecuciones y linchamientos.

En el único artículo que he leído en que se refiere expresamente a La fiesta nacional, de 1967, Miguel Delibes desluce la consideración de los toros como tal. En realidad, para el escritor la auténtica fiesta nacional española es el espectáculo en el que uno mata o es matado, ruedo ibérico puro, del cual los toros con únicamente una de sus manifestaciones. Por ello se pregunta: “¿No serán los toros 'nuestra fiesta' –'España es diferente'– precisamente por lo que tan tremenda opción recata de simbolismo?”.

En realidad, la fiesta nacional es la polarización en los extremos. “Antes que afirmar, niega; antes que esto, es antiaquéllo. En su posición dialéctica no cabe la posibilidad de comprender al adversario, cuando menos la de que éste le convenza. Y si frente a aquél nada pueden sus razones, apela a las voces; el caso es imponer su criterio como sea y, por supuesto, sin escuchar antes".

Y añade: “En España, país muy poco leído, no se rechazan las ideas –que se desconocen– sino las personas; no hay juicios, sino prejuicios. Una tendencia borreguil nos empuja a excomulgar sin más a aquel a quien nuestro grupo señala como peligroso. Basta con esto. El español no se mete en averiguaciones; el rastreo intelectual lo aburre y lo fatiga. Odia cordialmente, insulta cordialmente, mata cordialmente…”.

Pero una cosa es esta tendencia nacional hacia la intransigencia y el fanatismo ciego y otra bien distinta atribuir violencia a los toros y a la caza, de la que, como es sabido, era generoso practicante. En El verdadero cazador, artículo del 30 de junio de 1989, equipara la caza y los toros, e incluso la juguetería, en tanto que acusados de agresividad y violencia.

Se queja Delibes de que mientras la violencia auténtica y terrible crece en el mundo —hoy se hubiera referido a la decapitación del profesor francés Samuel Paty a manos del “separatismo islamista”— algunos se afanen en acusar de violencia a caza, toros y juguetes. De hecho, alude a la paradoja de Dachau, según la cual uno de los carceleros que contemplaban la exterminación en masa de seres humanos lloró el día que se le murió un canario.  

Para Delibes los que atacan a la caza, léase toros, no matizan, van al bulto exponiendo que son actividades bárbaras y que hay que acabar con ellas. Esgrimen que son actividades inmorales, que producen víctimas inocentes y que agreden a la naturaleza. De ninguna forma admiten que se puede ser cazador y taurófilo y al tiempo que defensor del medio ambiente y la continuidad de la figura del toro bravo en la naturaleza.

Ni el cazador es un carnicero, como tampoco el torero extendiendo su razonamiento, es un matarife. Su objetivo no es matar sino la "estrategia puesta en juego para lograrlo". Es más, tan pronto como se advierte algún elemento que hace más débil al animal, se renuncia a la actividad cinegética o taurina. Se busca la confrontación con un animal bravo y esquivo, dice.

Y explica: “El hombre opone su astucia al recelo de la pieza; su inteligencia a sus instintos; a su bravura su fuerza muscular, y a su velocidad sus reflejos. De manera que el animal que no se defiende no es la piedra de toque apetecida, no sirve. Sacrificarlo no debe reportar ninguna satisfacción".

Para Delibes, “la gente debe irse convenciendo de que la caza, como los toros, son opciones personales, regidas por la ética individual y donde el Estado no tiene por qué intervenir. Otra cosa es que ambas se reglamenten de acuerdo con unas normas de respeto a los animales que impidan su exterminio y los actos gratuitos de crueldad". Por ello, mejor es ayudar a la caza, y al toreo, a mejorar sus actividades antes que condenarlas a la extinción por un supuesto “pacifismo”.

Dado que, para nuestro escritor, lo que es a la caza es a los toros, justo es que se derive su indignación acerca de las acusaciones de presunta crueldad que ha sufrido y sufre la caza a la fiesta nacional. Este es un asunto que le desazonaba y le encocoraba (que le causaba, irritación, crispación, descomposición, exasperación y enfado.

“No nos engañemos, entre los intelectuales, los venadores tenemos muy mala prensa; les merecemos una consideración muy baja que de modo instintivo relacionan con la belicosidad, la agresividad o la violencia. A uno, que como todo quisque, también tiene sus fibras sensibles, le duele esta consideración o, por mejor decir, esta desconsideración. Porque lo peor de esto es que resulta fácil que nuestro amigo intelectual nos reconvenga mientras se chupa los dedos y despacha a dos carrillos un suculento estofado de perdiz o una becada a la Périgueux”, escribe en su artículo Sobre la crueldad en la caza.

Delibes recurre a Ortega como excepción: “Para Ortega, la caza era la caza, un deporte viril y primitivo, y en ningún momento de su lúcido y famoso prólogo al libro de Yebes (I) se desprende que lo considere un oficio propio de sanguinarios desalmados. Pero esto, insisto, es la excepción".

Reconoce Delibes que las acusaciones de crueldad hicieron mella en él y le sensibilizaron al dolor de las víctimas tratando, desde entonces, de evitar el sufrimiento inútil. Pero lo de que la caza, léase toros, es una actividad cruel es otra cosa porque no es cruel sino “un deporte cruento, que no es lo mismo, como es cruenta la matanza del cochino, o el sacrificio de los pollos, o la tabla del matarife. La cuestión estriba en decidir si el hombre es o no un animal carnívoro” y ver la mejor manera de hacer lo que es necesario.

Respondió a la pregunta sobre la crueldad de la caza que le hizo Baltasar Porcel en la revista Destino: “¿Cruel? ¿Y por qué cruel? Que yo sepa nadie se plantea estos casos de conciencia ante una lubina o un solomillo de ternera. El fin de la perdiz (léase toro) no suele ser más cruel que el de la lubina o el de la ternera. Se está imponiendo una falsa sensibilidad que me aterra… Yo procuro fomentar la sensibilidad ante el sufrimiento gratuito de los animales, pero sin caer en lo enfermizo".

Ortega lo precisó específicamente para los toros: “¿Es de mejor ética que el toro bravo —una de las formas más antiguas, en rigor arcaica, extemporánea, de los bóvidos— desaparezca como especie y que individualmente muera en su prado sin que muestre su gloriosa bravura? Es un error creer que la capacidad de sentir resonar en nosotros el dolor sufrido por un animal sirve de medida para nuestro trato moral con él. Aplíquese el mismo principio al trato de los hombres y se verá su falsedad”, dejó escrito.

En defensa de su padre y de su consideración de caza y toros, salió su hijo, Miguel Delibes de Castro, galardonado en 2003 con el Premio a la Protección de Medio Ambiente. Fue al año siguiente cuando declaró la compatibilidad de toros y caza con la defensa del medio ambiente: “Compatible y positivo aunque de nuevo volvemos a los aspectos emocionales. Es mejor reservar un prado a los toros, aunque luego los maten, que explotar un campo de girasoles que es mucho peor para la naturaleza. Aunque entiendo que subjetivamente haya gente antitaurina y anticaza y respeto esta sensibilidad”, le dijo a El País.

El investigador del Centro Superior de Investigaciones Científicas, Álvaro Luis Sánchez-Ocaña Vara, en su artículo sobre Las prohibiciones históricas de la fiesta de los toros, dejó sentado que “han sido múltiples y muy serias las tentativas de prohibir la Fiesta desde la Edad Media hasta nuestros días. Más de setecientos años de propuestas de ley, reales decretos, pragmáticas… que no han hecho sino reforzar una fiesta tan significativa para la historia y cultura de nuestro país.” Léase igualmente para la caza que no en pocas ocasiones iba en el mismo lote de las prohibiciones.

Y añadió: “Si el pueblo español ha superado las tentativas papales en el XVI, reales a finales del XVIII y principios del XIX, ¿se va a dar por vencido porque una minoría pretenda suprimir esta Fiesta que tanto significa para España? ¿Estamos dispuestos a perder algo tan nuestro, tan arraigado en nuestra cultura?

Miguel Delibes estaría de acuerdo en que de ninguna manera.  


(I) Ortega y Gasset, Prólogo a "Veinte años de caza mayor" del conde de Yebes

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