
El 18 de noviembre se cumplirán cien años del fallecimiento de Marcel Proust y Andrés Amorós no ha querido olvidar la fecha. Adelantándose unos meses, ha recuperado la figura del curioso autor francés en Es la mañana de Federico, y ha recomendado diferentes ediciones de sus libros para que las disfruten todos los públicos.
Lo primero que ha querido explicar es que se trata de "un autor de primera categoría", pero que, por la extensión de su gran novela, En busca del tiempo perdido, puede resultar difícil. "Para escritores, sin duda, es una lectura obligada", ha dicho. "Pero para lectores medios puede hacerse un poco pesado". Por eso ha querido recomendar Un amor de Swann, una novelita corta, de no más de 300 páginas, que resume toda la obra proustiana y que se puede conseguir "por menos de diez euros" gracias a la edición de Austral.
"Proust fue un homosexual diletante, frívolo, un sbob social de los que tanto abundan en todas las épocas", ha explicado para presentar al personaje. "Pero, al mismo tiempo, pasó los últimos años de su vida como un monje de la literatura, encerrado en su habitación y dedicándose únicamente a escribir". Su infancia estuvo marcada por la distancia sentimental de su padre y la sobreprotección de su madre; y por una estancia prolongada en la casa de su tía Léonie, que constituyó un paraíso perdido al que trató de regresar constantemente a través de la escritura.
Su obra es reconocida en el mundo entero, hasta el punto de que su figura "provoca una devoción casi religiosa entre muchos de sus admiradores". En total son siete tomos, que escribió entre el año 1907 y 1922. Y le costó publicarla. André Gide se la rechazó, pese a ser un enorme especialista en la materia. La fama le llegó en 1919, cuando se hizo con el Premio Gouncourt después de haber tenido que publicar él mismo su propio libro. A partir de ahí le llegó la muerte y, después, el prestigio atemporal.
El tiempo, precisamente, es el tema predilecto de su novela. "Pero no el tiempo de los relojes", explica Amorós, "sino el tiempo realmente vivido, que sólo podemos recuperar a través de los recuerdos". La memoria, el otro gran tema proustiano, es también un tipo de memoria involuntaria, "ligada siempre a las sensaciones", y que nos retrotrae a nuestro pasado de forma inusitada, sin que nosotros podamos controlarla.
Por todo ello, su estilo es muy particular. Amorós la define así: "No es una novela tradicional. No es una novela realista. No tiene trama ni desenlace. Es una novela enormemente subjetiva, en la que prima el perspectivismo y el análisis refinadísimo de la psicología de los personajes. Por definirla con una palabra, se trata de una novela impresionista". Sus frases, "sinuosas y alargadas", parecen imitar el pensamiento, que se desarrolla siempre "sin signos de puntuación". Por todo ello, a veces puede resultar algo difícil.
Más allá de todo eso, se trata de una de las cumbres de la literatura universal y de un compendio detallado tanto de la sensibilidad humana como de la sociedad parisina de principios de siglo. Un libro que no hay que dejar de leer.
