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Javier Marías, en escolios

Toda nación requiere de grandes novelistas que nos ayuden a explicarla, y Javier Marías rehuyó esta tarea. Qué gran escritor se nos ha ido; qué psicología tan contradictoria; qué apellido tan valioso…

Toda nación requiere de grandes novelistas que nos ayuden a explicarla, y Javier Marías rehuyó esta tarea. Qué gran escritor se nos ha ido; qué psicología tan contradictoria; qué apellido tan valioso…
Javier Marías | Cordon Press

Ha muerto Javier Marías. ¿Se va habiéndonos dado cuanto pudo dar de sí? Lo juzgará la historia, si es que no encuentra ocios mejores en que perder el tiempo. Por lo pronto, nos deja una obra amplia y singularísima, una obra sobre la que discernir y que cribar. Como todo autor prolífico, tiene libros más logrados que otros, pero ¡ay! los mejores de entre los suyos, ¡cuánto daño hicieron…! ¡Cuánto daño hacen a quienes se estiran y no llegan, a quienes nos matamos a entrenar para quedar segundos…!

El talento, que es una concreción de la fortuna, se manifiesta caprichosamente. Se posa en cabezas que casi nunca han hecho nada especial para recibir la gracia, pero que parecen atraerla. Niño precoz, publicó su primer cuento con dieciséis años; su primera novela, Los dominios del lobo, con diecinueve. El cuento (titulado La vida y la muerte de Martín Iturriaga) es aburrido; lo incluyó primero en la edición ampliada de Mientras ellas duermen y, tiempo después, en Mala índole. Júzguelo el lector. Pero ninguna de estas circunstancias nos interesa hoy. Marías siguió creciendo. Cuando se está medio siglo produciendo textos notables, tanto las prisas como la importancia de la fecha tienden a diluirse.

Siendo muy joven, sus novelas concitaron elogios generales por su alejamiento de la realidad española, por una distancia que hallaba su raíz en una tradición distinta y que en ocasiones se asemejaba al desprecio. Pero un halago semejante termina pasando factura. Toda nación requiere de grandes novelistas que nos ayuden a explicarla, y Javier Marías rehuyó esta tarea. Más dotado quizá que sus compañeros de generación, en su microcosmos literario disuena el recurso a las atmósferas oxbridge y la sobreabundancia de gentes de la elite, sin tilde y en francés; como si en el mundo no quedaran personas normales, llanas y sin brillo. El tiempo dirá qué título o género habrá envejecido mejor, si sus novelas (las dos últimas me parecieron extraordinarias) o sus cuentos, ensayos, artículos y travesuras inclasificables. Tiene de todo: ganga y mena, cardo y flor.

Las polémicas: con Cela, Trapiello

Luego están las polémicas, el navajeo característico de la república literaria en que cada uno aspira a imponer su magistratura a costa del ostracismo de los demás. Faulkneriano discípulo de Benet, vivió en enfrentamiento permanente con Cela, hasta el límite de que fue uno de los que más bombo dio a la carta en que don Camilo se ofrecía al Estado naciente del 18 de julio como delator de rojos. ¿Las razones de la inquina? Parece que extraliterarias, acaso la amistad-sólo-amistad de Cela con Dolores Franco, su madre, la primavera anterior a que estallara conflicto. Pero lo cierto es que el futuro Nobel hizo no pocas gestiones -y, entre ellas, las definitivas- para que Julián Marías saliese de la cárcel en los primeros y más aciagos 40. Había permanecido leal a Besteiro, con quien Franco y los franquistas patentizaron para la Gran Historia tanto su mezquindad de labrador rencoroso que no perdona que a un su abuelo le hubiesen corrido o descorrido un mojón, como que "la victoria" les venía ancha. Un buen resumen de lo que significó la Guerra Civil y su resultado final se lo debemos precisamente a Marías padre: «"os justamente vencidos y los injustamente vencedores".

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Julián Marías

Mas no sólo contra Camilo José Cela polemizó Javier Marías. También lo hizo contra Andrés Trapiello, a fines de los noventa y en adelante, acaso hasta que se convenció de que aquel "novelista de muy patético destino" jamás le haría sombra (o eso pensaba). Marías le reprochaba escribir "empeñado en ser el más cervantino de todos" aunque "el pobre hombre no se da cuenta de que cuanto sale de su pluma huele a zapatillas a cuadros y a casino de ciudad rancia". Como cabía esperar, el leonés no se quedó de brazos cruzados: "quizá lo que les moleste a algunos es tener no sólo que compartir la excelencia con otros millones de seres, sino tener que hacerlo a la vez que ellos, en esa lógica que apesta a señorito español". Años más tarde, Juan Manuel de Prada aprovechó el primer capítulo de su novela Mirlo blanco, cisne negro para zaherirlos a ambos. Y entre tanto, Manuel García Viñó aprovechaba cualquier oportunidad para recordarnos que él había montado un libelo, un folletito, La fiera literaria, con el único propósito de emprender una simpar cruzada contra Javier Marías, alanceándolo a base de epigramas:

"Anoche, cuando dormía, / soñé, bendita ilusión, / que cambiaba el gran Marías / toda su adjetivación".

Hoy, el cadáver de Marías -todavía caliente- nos recuerda que estas miserias importan poco; que caben en medio vaso de agua; que lo significativo es la obra y no los dardazos entre los obrantes. Sic transit gloria mundi.

Toda figura, por íntegra y de una pieza que nos la presenten, esconde también su poco de esquizofrenia. Javier Marías no es en esto anómalo. Lo mejor de su talento lo consagró a reivindicar la figura del padre, de su padre, a quien en Vida del fantasma dedica un artículo espléndido. Pero lo hizo sabedor de que aquellas reivindicaciones -confesadamente resentidas- habían de quedarse cortas. Muerto Franco, quienes maltrataron la figura de don Julián no fueron los franquistas de boca grande y carné de Fuerza Nueva, sino algunos demócratas de boca chica arracimados en torno a El País de entonces, quienes lo expulsaron de sus páginas y pasaron a silenciar sus libros. Silenciar sus libros… ¡a él, a don Julián Marías, que durante los descoordinados gateos del periódico había sido su referente intelectual! No le perdonaron ni su innegociable idea de la unidad nacional expuesta en España inteligible, ni su rechazo al aborto.

Mientras tanto, los prohombres del Partido Socialista intentaron su muerte civil. Se burlaban del filósofo por su condición de senador por designación real "en vez de elegido por el pueblo". Cada vez que subía a la tribuna, el portavoz en la Cámara Alta del PSOE, Francisco Ramos, se lo recordaba viniese o no a cuento, evitando así contraargumentar sus objeciones contra el incipiente y depauperador estado de partidos. La derecha ilustrada, su destino natural en caso de que la hubiera, tampoco le hizo caso. Había presenciado, padecido y compadecido demasiadas miserias para que los oligarcones de AP lo leyesen. Quizá por ello, y por los vínculos tergiversados de su padre con el régimen de Videla, Javier Marías se mostraba incómodo. Lo reivindicaba, rechazó incluso el Premio Nacional de Literatura porque, dijo, a su padre nunca se lo concedieron, pero a la vez callaba sobre lo evidente: quienes más habían despreciado a su progenitor eran los mismos que le pagaban el pingüe artículo dominical y reseñaban sus libros buenos con iguales adjetivos que los mediocres.

Qué gran escritor se nos ha ido; qué psicología tan contradictoria; qué apellido tan valioso…

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