Se define Roger Wolfe (Westerham, Kent, Inglaterra, 1962) como un "vitalista trágico" porque considera que "la vida es triste pero bella". Traductor, intérprete y, para lo que nos interesa, escritor, en su último poemario, Pasos en el corredor (Renacimiento, 2022), se dirige a los cuatro gatos que quedan "para el amor, para la poesía, para la vida civilizada" y señala que "cada línea, cada párrafo, cada página, cada obra / que he escrito, que escribo, que escribiré, / es un jirón arrancado de la carne de mi vida". Conversamos en el Café Moderno, al ladito del convento de las Comendadoras de Santiago el Mayor, cuya fachada luce limpia, después de muchos meses, de pintadas que invitaban al consumo de cocaína, entre otros menesteres.
P: Señor Wolfe, ¿usted ha escrito siempre lo que ha querido?
R: Sí, sí.
P: Si yo le digo "cultura de la cancelación", usted me dice…
R: Que no quiero saber nada del asunto (risas). ¿Cómo puede ser cultura la cancelación? Al margen, no me gusta mucho cómo se usa, hoy en día, la palabra "cultura".
P: ¿Por qué?
R: Porque la cultura no son los libros. La cultura es la fabada, el vino, el folclore. Gustavo Bueno tiene un libro sobre ello, se titula El mito de la cultura y habla de eso: hoy se habla de la cultura para hacer referencia al mundo de la farándula, del cine, de los libros, pero eso es arte, literatura… Prefiero usar esas palabras.
P: ¿Le gusta el mundo en el que vivimos?
R: Hay cosas del mundo que me gustan y otras que no me gustan nada, pero eso siempre ha sido así. Vivimos en un mundo en el que tenemos mucha suerte: estamos en Occidente, en Europa, en España. Dentro de lo que cabe, se mantiene, es la parte más cómoda del mundo. Pero el mundo es ancho y ajeno, como dijo alguien, y hay gente que está en una situación mucho peor que la nuestra. Podemos dar gracias por haber nacido en Occidente y llevar la vida que llevamos, a pesar de los pesares.
P: ¿Y qué es lo que menos le gusta de nuestro mundo?
R: No sé si tiene que ver directamente con esto, pero te puedo hablar del ruido, de la dispersión en la que vivimos, cada vez más acelerada a causa de las nuevas tecnologías. De la falta de atención, de la falta de interés. Y del cansancio. Occidente es como una persona mayor. Las culturas y las civilizaciones son como personas: tienen su niñez, su juventud, su madurez. Y nosotros, en Occidente, estamos en la senectud. Como no consigamos renovarnos, nos van a comer vivos.
P: Lamenta Dylan, en su último libro, que las canciones que se hacen ahora "tratan solo de una cosa específica, no hay matices, sombra, misterio". ¿Suscribe?
R: No sabía que Dylan había sacado un nuevo libro; todavía estamos esperando el segundo volumen de las Crónicas. Eso que dice Dylan falta en general. De hecho, el matiz y la ironía están desapareciendo de nuestras vidas. Eso tiene que ver con la cultura de la cancelación: la ironía ya no se entiende. Si utilizas la ironía, te la juegas.
P: Para usted, en su obra, ¿cuán importantes son esos matices, esas sombras, esos misterios?
R: El matiz lo es todo o casi todo. En inglés decimos que el demonio está en el detalle. Muchas veces, no siempre, el secreto de las cosas está en sus matices. Son importantísimos.
P: ¿Pasos en el corredor es uno de sus libros más luminosos?
R: No lo había pensado así, pero hay bastante luz. Y sombras también. Es un libro no sé si crepuscular, pero hay mucha luz y mucha penumbra. En la portada, que ha diseñado magníficamente Marie-Christine del Castillo, está bastante bien capturado ese ambiente. Hay luz al final del túnel.
P: Desde luego, es un poemario que transmite serenidad.
R: Sí, hay mucha serenidad. De hecho, el último poema del libro habla de la serenidad. Hay mucho sufrimiento, mucho dolor…
P: Pero es un dolor sin estridencias.
R: Un dolor senequista, estoico. Es un dolor que se vuelve hacia dentro y que surge de dentro.
P: ¿Cómo se impone uno "la obligación de ser feliz"?
R: Montherlant decía que la felicidad es una obligación. Respondiendo a tu pregunta: quizá, viviendo las pequeñas cosas, eso que está tan de moda en los últimos años, que no tiene nada de nuevo, eso que llaman ahora la "plena conciencia", el mindfulness: es puro budismo, tiene miles de años. Hay que ser consciente en todo momento de lo que estás haciendo y vivir, más que en el presente, en el ahora. Hay que estar en lo que se celebra y celebrar lo que haces.
P: ¿Y cómo es esa llama en la que hay que arder lentamente?
R: Creo que la vida es una llama en la cual hay que arder lentamente, procurando que no se apague la intensidad. La vida es un proceso de combustión y un proceso de derrumbe, que decía Fitzgerald. Hay que procurar no derrumbarse.
P: Hay que procurar que la demolición sea controlada.
R: Efectivamente (risas).
P: Escribe en "Confesiones de una máscara": "Somos cuatro gatos. Para el amor, para la poesía, para la vida civilizada". Cuénteme más sobre esto.
R: Estoy pensando en lo que decía Juan Ramón Jiménez: "A la inmensa minoría". Somos cuatro gatos en el sentido de que el arte, en realidad, y no comprendo por qué, porque los seres humanos somos iguales en nuestra diferencia, y el arte forma parte de lo que creo que son nuestras necesidades, y todo el mundo debería poder vivir el arte, pero la gran mayoría de la gente, por incapacidad o por falta de formación…
P: O por pereza…
R: O por circunstancias geográficas. No todo el mundo vive en Occidente: si estás en África, en Asia o en Sudamérica intentando sobrevivir, no tienes mucho tiempo para escuchar a Bach. Al final, yo no escribo ni para las minorías, ni para las mayorías, ni para nadie en concreto. Escribo y reflejo mi experiencia vital. Soy consciente de que todo el mundo conecta con eso.
P: A todo esto, ¿se sigue llevando bien con Dios?
R: Tengo una buena relación con él. Nos conocemos desde hace mucho tiempo y nos llevamos muy bien.
P: ¿Y cómo cree que Dios se lleva con usted?
R: De maravilla. Conmigo se lleva como Dios (risas).
P: Quienes repiten son sus ángeles de la guarda habituales: Lou Reed, Leonard Cohen, Dylan Thomas, Jim Morrison…
R: Son personajes que han sido muy importantes en mi vida y en mi trayectoria. Los aprecio mucho. Están en la misma longitud de onda que yo. En el libro, habrás visto que hay constantes versiones: hay una versión de Lou Reed, otra de Cohen… Siempre me ha encantado la intertextualidad: creo que la literatura y el arte forman un todo. Somos un río y los puntos se conectan.
P: Vamos acabando, señor Wolfe. Dadas las circunstancias, ¿desear un feliz año nuevo es un acto de cinismo?
R: No, no. Yo te lo deseo a ti, por ejemplo (risas). Hay que tener un sano optimismo, no uno estúpido. Tiene que ver con el vitalismo trágico.
P: Que es su constante.
R: Sí. Estas cosas nos ayudan a enfrentarnos con la vida. Es como la rutina: estas divisiones y estos esquemas que, a través de los siglos hemos hecho, sin duda, nos ayudan.
P: ¿"La guerra se perdió, / el tratado se firmó", como cantaba Cohen?
R: Cohen tiene una frase que siempre repito y que siempre llevo conmigo: lo que te va a caer encima, no lo vas a poder esquivar. Entre otras cosas, porque somos finitos, al menos, en esta vida. Siempre opto por la solución nietzscheana, por abrazarlo todo. Él hablaba del eterno retorno; yo apuesto por el eterno retorno diario.

