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"Con pobreza de lenguaje no se puede transmitir riqueza de pensamiento"

Entrevistamos a Daniel Rodríguez Rodero, tras la publicación de su primer libro de poesía: El ego, la otredad.

Entrevistamos a Daniel Rodríguez Rodero, tras la publicación de su primer libro de poesía: El ego, la otredad.
Daniel Rodríguez Rodero. | LD

Daniel Rodríguez Rodero estudia unas oposiciones (y de las más exigentes que podamos imaginar). En los ratos libres que encuentra cuando termina su lección diaria (¡y los encuentra!) escribe alguna que otra columna para Libertad Digital. Y cuando se siente inspirado (a menudo), incluso saca tiempo para escribir poesía. De la buena. De la que hace que los críticos más exigentes levanten una ceja y pongan ese gesto de "quién es este jovenzuelo que escribe tan bien" a medio camino entre el entusiasmo por descubrir a una nueva figura y la sorpresa de que haya por ahí un millenial con ese dominio del lenguaje.

Hace unas semanas publicaba su primera recopilación, El ego, la otredad (Editorial Renacimiento). No hay más que leer las críticas en la prensa especializada o el prólogo que le ha escrito Jon Juaristi (aquí, el texto completo) para darse cuenta de que no estamos ante una novedad más. No es el libro de un diletante. Es poesía de primer nivel, la que sigue la tradición más clásica porque al mismo tiempo es la más moderna (sin moderneces).

Con precaución, para no molestar a quien uno siente que no debe tener tiempo para casi nada, hablamos con él. Esto es lo que nos dice apenas unos días después de que salga a la luz una obra que en unos años, cuando esté descatalogada y su autor sea una referencia, comentarán y de la que presumirán los que tuvieron el tino de comprarla: "¿Lo último de Rodero? Excepcional. Le compré su primer libro de poesía cuando empezaba y ya entonces pensé que este tipo era muy bueno".

- Poesía joven y con cierto toque clásico. En su reseña (bastante elogiosa para lo que acostumbra, aunque no se priva de darle algún pellizco) García Martín ha dicho que por momentos su poesía suena a otra época. ¿Se siente un bicho raro?

- Me temo que lo soy. Pero no me preocupa demasiado en la medida que lo acepto como algo propio de mi manera de ser. Si fuese, digamos, más convencional, no sería yo. Yo, más que con palabras, aspiro a escribir con ideas. Y, como mis ideas son algo distintas a las esperables en un chico de mi edad, mi literatura ha de serlo por fuerza. Respecto de esa tendencia al clasicismo, y aun al barroco, lo tomo como con un halago.

- No sea tímido, hombre, expláyese.

- El español es una lengua pasmosa, y permite expresar, como ninguna otra, los pliegues y la complejidad de la vida. Lo decía hace poco en otra entrevista que me hicieron. El español distingue entre ser y estar y permite sufijar hasta los gerundios: "¿Cómo estás? Ahí vamos, tirandillo". Y, por si fuera poco, tiene varios tipos de diminutivos y aumentativos, dependiendo de la geografía, pero cada uno con un matiz: -"ito/a", -"uco/a", -"ín/a", -"iño/a", -"ete,ta"… En su discurso de aceptación del Premio Nobel, Camilo José Cela dijo que el español era un regalo de lo dioses del que, sin embargo, los españoles no teníamos sino muy vaga noticia. Yo creo que tenía bastante razón. Sentado esto, y volviendo a su pregunta, si en ocasiones sofistico la forma, es precisamente para reivindicar la huida de lo simple, de lo fácil, de lo cómodo. Elaboro el texto porque antes he procurado elaborar su mensaje y porque dispongo de una herramienta que debo aprender a dominar, pero cuya potencia es monstruosa, tanto en conceptos como en música. De ahí que perciba más belleza y hondura en un soneto perfecto que en la mera "prosa dada al intro". Éste requiere de una cierta elaboración formal que testimonia el esfuerzo por elaborar las ideas y su música. Con pobreza de lenguaje no creo que se pueda transmitir riqueza de pensamiento, sea con rima o en verso libre. Y ahí está, si no, mi admirado Cernuda, que pese a lo que dijeron algunos contemporáneos suyos, tiene un lenguaje pasmoso.

- Sin embargo, en su poesía hay también algo de juego experimental, de travesura equilibrada.

- Es que la tradición no es copiar sino renovar desde lo recibido. Las grandes figuras del pasado se caracterizaron porque conocían a fondo la materia con la que trabajaban y, a partir de ese conocimiento, cada uno fue escampando la vía para hacer su propio camino y facilitar la llegada de lo que vendría después. Lo mismo en literatura, que en pintura o en música. Para llegar al dodecafonismo de Schönberg, antes hay que conocer muy bien los secretos de la escala y de la armonía. Y para llegar al surrealismo de Dalí, antes hay que haber aprendido a dibujar como los clásicos. Parafraseando al poeta Javier Almuzara, yo no busco una literatura formal, sino una literatura en forma.

- Y si, además, contamos que usted no viene del campo de la filología, todo suena aún más raro. ¿Se puede ser jurista o economista y poeta? Parecerían mundos antagónicos.

- Ya le digo que no me gusta que me consideren poeta; en todo caso, escritor. A secas. Sé que esto escamará a otros poetas, que consideran la lírica el género más sublime, pero qué le vamos a hacer. Y fíjese, antes hemos hablado del soneto. Parece que lo inventó un notario, Giacomo da Lentini. Salvador Espriu fue oficial de notaría y Cino da Pistoia (maestro de Dante y de Petrarca y superador del "dolce stil nuovo") fue juez, güelfo y defensor de la primacía del poder civil sobre el eclesiástico y tratadista del derecho de propiedad. A él (aunque también a Accursio) se atribuye un brocardo que traducido del latín vendría a significar que "quien es dueño del suelo lo es de todo lo que está arriba y de todo lo que está abajo".

- El libro contiene una extraña mezcla: en la métrica (clásica y más actual), en los temas (cercanos y personales uno; históricos o políticos otros). Ahora que somos muy dados al encasillamiento: ¿esto es una señal de protesta o de desafío?

- Algo de eso hay, pero comenzaré con una salvedad: no creo que incluya temas políticos en este libro, sino cívicos. Me niego a que todo lo que tenga trascendencia pública o revista un aspecto más o menos colectivo deba interpretarse desde un prisma puramente político, de jerarquía y poder estatal. Y hago la puntualización porque determinadas ideologías deben su protagonismo, su hegemonía, a que totalizan todos los ámbitos de la existencia, esto es, a que todo hay que mirarlo a través de sus lentes. En mi libro no hay temas políticos, aunque sí sociales. Incluso de virtud cívica, si se quiere, como el dedicado a la actitud personal del escultor Agustín Ibarrola. (De hecho, me hizo una cierta ilusión que el libro apareciese el 20 de marzo de este 2023, veinte años justos después de que los etarras talaran su bosque de Oma, cuyo acto dio pie a ese poema al que usted parece aludir en su pregunta: "20 de marzo de 2003: Ibarrola, kánpora"). La clave de lo que me pregunta está parcialmente en el título del libro. En este poemario estoy yo, pero también todo un coro de voces, a veces como de ultratumba, que también me explican. Piense que cada uno construimos nuestra identidad con y frente al mundo, dialogando y enfrentándonos a nuestra realidad más inmediata, pero también a la que conforma nuestro acervo intelectual y que nos antecede varios siglos.

- De acuerdo, digamos poesía cívica y poesía histórica: ¿por qué? ¿Qué quiere reivindicar?

- Nada en concreto. Bueno, en el caso de Ibarrola, su valentía y heroísmo frente al terror. En el resto de los casos, me conformo con desarrollar y plasmas ideas a partir de vivencias ajenas, de mitos históricos, o de sucesos determinados. Sí es verdad que soy muy crítico con la contracultura de los años 80 y con esa actitud, llamémosla comodona, de excusarse en las imperfecciones del mundo para vivir gracias a rechazarlo con enmiendas a la totalidad. Es que lo difícil es contribuir a su mejora. Lleva más tiempo y concita más incomprensión. Desde ese punto de vista, la cultura de la Movida y sus aledaños me parece que está algo sobrevalorada. Dígame, si no, una gran novela española de los ochenta, noventa o dos mil que explique su tiempo como El Quijote, La Regenta o La lucha por la vida de Baroja explicaron el suyo.

- Escribir poesía 2023 suena a una especie de rebeldía existencial. Un acto sin esperanza, pero necesario. ¿Se siente usted una especie de ‘último de Filipinas’, el que protege el fuerte cuando ya no hay ninguna esperanza de ganar la guerra?

- Me siento un poco aislado de la literatura joven actual, en la medida de que mi lenguaje es otro y juego un poco a la contra. Las modas están bastante lejos de donde yo estoy y sé que estoy condenado a pelear en solitario, lo que no quita que haya escritores contemporáneos por los que siento admiración y un cariño enorme. Yo huyo de las banderías y de las polémicas que los literatos gustan de mantener entre sí. En eso, mi causa soy yo mismo; tengo un cierto deje partisano, cierta alma de francotirador. Ello hace que no me pueda presentar a casi ningún premio. Respecto de su pregunta, yo no protejo ningún fuerte, como mucho mi derecho a defender mi casa, mi rancho particular, mi idea del bien, de la verdad y de la belleza. Siempre abierta a renovarse y a pulirse, claro.

- Eso es un poco que sí, entiendo…

- Yo qué sé. En esto de la literatura, y más en la poesía, hay mucho impostor, mucha ramplonería vestida de esdrújulas. No obstante, el ejemplo que pone de los últimos de Filipinas me gusta mucho; tanto que me viene al pelo. Yo tengo un libro titulado Larga es la lucha que, de publicarse, se publicará póstumo (espero que dentro de unas cuantas décadas) y cuyo lema inicial es precisamente una cita de Saturnino Martín Cerezo, el capitán de la guarnición de Baler. Dice así: "Mucho supone en el fragor de la batalla el ataque a la batería formidable; mucho el cruzarse con las bayonetas enemigas; pero aún hay algo más pavoroso, irresistible y difícil en la tenaz resistencia del que, una hora y otra hora, un día y otro día, sabe luchar contra la obsesión que le persigue: sostenerse tras la pared que le derriban y no ceder a los desfallecimientos del cansancio". Toda vida que se vive con un mínimo de intensidad y de conciencia clara de lo que ocurre tiene momentos como éste. Y, puesto que usted ha leído El ego..., se habrá dado cuenta de que todo él es una reivindicación de la primacía de la vida sobre la supuesta importancia de arte.

- ¿Cómo definiría entonces su quehacer literario?

- No sé decirle. Lo único que sé es que he dedicado algunos ratos de ocio a pensar sobre lo que me toca vivir y a plasmarlo en español, en un español que procuro que sea preciso, personal, accesible, dominado y completo.

- Y si chat GPT se pone a escribir poesía que nos emocione, ¿qué hacemos? ¿Lo cree usted posible?

- Puede que lo haga, pero será porque, a base de recoger información de aquí y de allá, haya penetrado en eso que algunos llaman "la médula de la vida", la textura de cada tiempo. Convendrá usted conmigo que la preguntita se las trae. Hablar de esto sin pedantería es difícil. La cosa es dar testimonio y ordenar los gozos y las miserias de las horas que se viven. ¿Podría hacer eso una máquina? Psché. Por otra parte, la relación entre obra de arte y tecnología ya se la planteó Walter Benjamin hace un siglo y, de momento, seguimos aquí. Veremos.

- ¿Eso qué quiere decir?

- (Ríe) Mire, hace unos años me planteé en un artículo algo parecido a propósito del ajedrez. Mi conclusión de entonces, poco más o menos, era esta. Espere un momento que se la busco y se la digo tal cual. Sí, mire, aquí está: "Si el ajedrez sólo fuese cosa de números, bastaría con poner una máquina a descubrir variantes de tal o cual apertura con el mismo entusiasmo con que algunas universidades adquieren sofisticados softwares para obtener infinitos e inservibles decimales del número pi. Pero, la razón ha de estar conectada con la vida, es decir, ha de ser vital. Y la vida robótica, sin errores, sin fallos, sin aprendizaje ni belleza, la vida entendida únicamente como instrumento de la razón, no es más que absurdo envejecimiento orgánico". Por otra parte, el que una computadora escriba mejor que yo no significa que a los demás no nos quede algo que decir. Mejores que yo eran Góngora, Quevedo, Lope, Machado, Juan Ramón o Cernuda, y no por eso el resto nos cruzamos de brazos.

- Es usted menor de 30 años: recomiéndeme tres libros de poesía para mi hijo de once años y otros tres para uno de sus compañeros de generación. Qué le recomienda usted a sus amigos de 25-27 años.

- Soy mal prescriptor de libros. A su hijo, le diría que lea a los fabulistas, incluso a Campoamor, y también alguna antología de clásicos seleccionados para niños. Cuando era pequeño, mi abuelo paterno (el único al que conocí) me recitaba espinelas de Calderón para que las aprendiese. Usted deje que su hijo lea a Campoamor, a Iriarte, a Samaniego y también alguna cosa de Alberti, Miguel Hernández, Lorca o Gerardo Diego. Y luego, en un par de añitos, cuando se enamore por primera vez, dígale que me vuelva a preguntar en función de si la chica le corresponde o no (ríe). Pero, evidentemente, eso no se lo vamos a revelar a su padre. (Ríe más fuerte).

- ¿Y a sus amigos?

- Pues, como no son poetas ni falta que les hace, entre nosotros nos recomendamos otra clase de libros: historia, filosofía, ensayo, ciencia, economía, alguna novela…

-¿Le hacen caso?

- Según.

- Aguante, Daniel, no se canse tan pronto. Aunque sé que no le gusta, permítame que le haga un par de preguntas algo más personales.

- Acepto, pero por ser tú. O usted, vaya. (Vuelve a reír).

-Los que le conocemos y le hemos tratado estamos acostumbrados a un Daniel Rodríguez irónico, ingenioso, vitalista. Sin embargo, en su libro se muestra usted muy distinto. Triste, seco, sombrío, melancólico… De hecho, José Manuel Benítez Ariza ha dicho recientemente que su libro, entre otras muchas cosas, es un tratado de la desilusión anticipada y de la fragilidad. Explíqueme ese contraste. ¿Qué Daniel es el verdadero?

- Si me permite el símil, hay gente que tiene el pelo de la cabeza rubio y el vello de las piernas negro. ¿Cómo diría usted que son, rubios o morenos?

-Muy sagaz. Se lo preguntaba porque los poemas más duros del libro son los que habla de su etapa escolar y de amor. ¿Ha pensado en cómo se lo tomarán algunos compañeros suyos de pupitre? ¿Teme que se ofendan?

- No. Y no me preocupa. Hace diez años justos que dejé el colegio donde estuve quince cursos, desde los tres años. Hice grandes, magníficos amigos que todavía conservo y aún guardo relación con algunos profesores. Por el resto de gente no siento animadversión ninguna, ni rencor de ningún tipo. Ni frío ni calor. Aunque fíjese, es curioso, desde que publico en algún medio (por ejemplo, en éste) y mi nombre sale por ahí de vez en cuando los hay que han pasado a tratarme muy solícitamente. Jejé. Ahora bien, en líneas generales le diría que no tengo buenos recuerdos de esa época; más bien al contrario.

-Ya para terminar: Jon Juaristi (que lleva a gala no hablar de poesía y menos de poesía joven) ha dicho de usted, poco más o menos, que está llamado a convertirse en clásico; García Martín, que a partir de ahora habrá que tener muy en cuenta su nombre. ¿Se duerme igual después de haber recibido estos elogios de semejantes dos huesos?

- Exactamente igual. Piense que mis preocupaciones son otras distintas y usted las conoce bastante bien. Quiero seguir siendo quien soy, mejorando en el plano humano en lo posible, y rodeado de la gente que me quiere, pero no porque hayan dicho eso de mí, sino porque me querían antes. Y, evidentemente, seguir escribiendo cuando pueda, cuanto pueda y todo lo más que pueda. Pero sin ínfulas. El éxito, además, está muy lejos. Al fin y al cabo, soy el último mono de la literatura joven en España. Me conocéis cuatro gatos.

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