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Pedro Cuartango: "La utilización política de la historia es un error. Lo que se ha rescatado es una historia manipulada"

El periodista publica España mágica, una recopilación de artículos acerca de los vestigios de un pasado que alimenta todavía las tradiciones patrias.

El periodista publica España mágica, una recopilación de artículos acerca de los vestigios de un pasado que alimenta todavía las tradiciones patrias.
Pedro García Cuartango acaba de publicar 'España mágica' con Ediciones B. | C.Jordá
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Dice Pedro García Cuartango (Miranda de Ebro, 1955) que nuestra identidad no se puede comprender sin indagar en nuestras raíces. También que todos los hombres, de todas las épocas, tienen una cierta necesidad de lo absoluto, lo que hace más sencillo que nuestros mitos, aunque distintos, se parezcan. Para él, la historia es un flujo y la cultura humana un cóctel de ingredientes fijos, pero que da diversos resultados en función de las diversas dosis que se hayan empleado en los diversos puntos del mapa mundial. A indagar en lo común ha dedicado buena parte de sus artículos, lo que también quiere decir que ha dedicado buena parte de sus lecturas. Ahora presenta una interesante selección de sus escritos en España mágica (Ediciones B), un viaje por los secretos arqueológicos y monumentales de nuestro país, que nos ayudan a reconocer de dónde viene nuestra forma de vivir. Hablamos con él:

Pregunta: Señor Cuartango, ¿qué es España?

Respuesta: Es una pregunta recurrente. Tú sabes que en el siglo XX hubo un debate entre Américo Castro y Sánchez Albornoz acerca de ese asunto. La tesis del segundo era que España es una nación heredera de la tradición romana y cristiana, mientras que Castro sostenía la fusión de las tres culturas: cristianos, judíos y árabes. Yo, en este debate, apuesto más por las tesis de Castro. Es decir, España es una superposición de culturas, como todas las naciones. Y tiene distintos sustratos. Primero vinieron los tartesios, del extremo del Mediterráneo; después los griegos y los romanos; antes estuvieron los celtas; y después, en el siglo VIII, vinieron los árabes, que estuvieron siete siglos en la península. Nuestra identidad nacional se ha construido sobre la base de todas esas culturas, que se mezclaron.

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Un momento de la entrevista | C.Jordá

P: E incluso algún vestigio de ellas todavía permanece, según relata en sus artículos.

R: Sí, todavía permanece algo, a veces casi imperceptible, porque se ha renovado muchas veces con aportaciones de las culturas que llegaron por detrás. Pero algo hay, sí. En nuestra forma de ver la vida, en nuestros gestos, en algunas tradiciones… Obviamente, hay que excavar mucho para encontrarlo.

P: ¿Por qué nos divide tanto hablar de España?

R: Es interesante. Yo no soy esencialista. Pienso que es un debate, en gran parte, nominalista. España es lo que cada uno cree que es. No hay una visión uniforme de España. Yo puedo darte mi opinión. Y para mí, la idea moderna de España viene de los Reyes Católicos. La unión de los reinos de Aragón y Castilla. Desde ese momento, España pasó a ser identificada con el catolicismo, con unos valores muy concretos, que terminaron dejando fuera a los judíos y a los musulmanes. Durante cinco siglos aquí ha existido una idea uniforme, unívoca, de un Estado cristiano. Es algo, evidentemente, que ha cambiado mucho, sobre todo a lo largo del siglo XX. Y en estos momentos está sometido nuevamente a debate. Si algo somos es una sociedad muy volátil, que constantemente se pregunta qué es España.

P: ¿Es necesario que haya Estado para hablar de España?

R: Hombre, en la teoría política moderna, normalmente, la idea de la nación se asocia a un Estado. Hay también naciones que no son Estado. Pero en Europa, sobre todo, y en general en el mundo, las distintas identidades nacionales han ido cuajando en Estados. Por lo tanto, ahora ambos términos, nación y Estado, están bastante asociados. A mí no me molesta esa noción. Lo que pasa es que yo creo en un Estado democrático y plural, donde hay cabida para muchas identidades. El Estado no tiene una connotación peyorativa, ni supone un yugo para los ciudadanos. Y menos en los casos europeos, donde se garantiza la pluralidad y la libertad. Aquí no hay una dicotomía entre el Estado y la nación.

P: Lo decía desde el punto de vista de nación como imbricación de culturas superpuestas en un territorio más o menos compartido. Pienso en la fina línea política que a veces determina las fronteras. En esa España mágica que usted rescata, por ejemplo, ¿qué papel juega Portugal?

R: Obviamente, con Portugal tenemos una historia común. Fíjate que el Estado moderno se crea hace cinco siglos, pero todo lo anterior, empezando desde el megalítico, está compuesto por distintos pueblos que han hoyado la península, sin diferenciar qué territorio es ahora portugués y qué territorio es ahora español. También en Portugal estuvieron los tartesios, los celtas, los romanos. Compartimos un espacio mutuo, así que hay muchas afinidades culturales e históricas.

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Cuartango, durante la entrevista | C.Jordá

P: Esto me hace pensar en la lengua como factor diferencial.

R: Sí. De hecho, la lengua es una característica tan diferencial que llega a ser incluso peligrosa, en función de cómo se utilice. Hay nacionalismos que se centran en la etnia. Otros en la cultura. Y otros en la lengua. El nacionalismo catalán se basa en la lengua porque más allá de ella nadie puede pretender en serio que hay unos orígenes culturales, una forma de vivir, unos valores radicalmente distintos a los del resto de España. El problema es que los nacionalismos siempre se centran en la diferencia. Siempre miran lo distinto. Mi libro apunta hacia todo lo contrario: mira a lo común. Hablo de argumentos megalíticos, como els clots, "los agujeros", que están en Cataluña. Eran unas cuevas excavadas en la roca que no se sabe muy bien a qué estaban dedicadas. Ese tipo de monumentos abundan desde los Pirineos a las Canarias. En general, hay muchas cosas que son comunes. Por eso creo que, en términos generales, la prehistoria y la historia nos une más que nos separa.

P: Eso sobrepasa el propio concepto de nación. Culturalmente hablando, su libro apunta hacia una Europa común, hacia un Mediterráneo común, hacia un Occidente común, e incluso todavía más.

R: Por supuesto. Primero llegan los tartesios, del extremo oriental del Mediterráneo; luego los celtas, del norte de Europa; los romanos estuvieron aquí durante más de tres siglos; y después los árabes. España no es uniforme culturalmente, como no lo es Francia y como no lo es Inglaterra. También tenemos una historia común en ese sentido. Ha habido varios pueblos que se han extendido por Europa y que han llegado a prácticamente todos lados. La metáfora que se me ocurre es que lo que tenemos es una especie de cóctel con unos ingredientes comunes, pero cuya dosis es distinta. Esos mismos ingredientes están combinados de distinta forma en las diferentes naciones, pero no hay una división cultural ni nada que nos separe frontalmente de Francia. Al contrario. En muchos aspectos, nuestra historia es muy parecida a la suya.

P: ¿Cuánto le debe el título de su libro al Gárgoris y Habidis de Sánchez Dragó?

R: Sí que le debe, claro. Él, cuando publica ese libro, en 1978, sienta las bases. Es el estudio de lo que él llamaba, y yo también, España mágica. ¿Qué es la España mágica? La palabra mágica viene de los antiguos pobladores de la península que daban explicaciones míticas a los fenómenos que no podían explicar de otra manera. No podían explicar la fertilidad, ni los ciclos naturales, ni las tormentas. No podían explicar la muerte y la transición hacia el más allá. Recurrían a mitos, por tanto. Recurrieron a una teogonía. Cuando utilizo la palabra mágica no utilizo un término despectivo. Todo lo contrario. No hay nada más verdad que la magia, en el sentido de que esa magia expresa unos valores y una forma de vivir. La magia es una verdad, si quieres metafórica, sobre la realidad.

P: ¿Se contrapone a la historia?

R: En absoluto.

P: ¿Ni siquiera a la historia como disciplina científica?

R: No. Yo no creo que la historia comience con la escritura, por ejemplo. Comienza mucho antes. La historia es un contínuo. La de España podríamos decir que empieza desde el paleolítico, incluso. Hay unas cuevas con pinturas rupestres del Magdaleniense en Burgos. Están fechadas en el 15.000 a. C. Eso también es historia.

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El periodista y escritor posa para LD | C.Jordá

P: Me interesa cuando rastrea tradiciones y descubre que tienen muchos orígenes. Aunque hoy algunas estén revestidas del manto cristiano, por ejemplo, existen similitudes que las emparentan con lo que en el mismo lugar hacían antes los iberos, etcétera.

R: Sí. Donde más claramente se ve eso es en Galicia. Yo, que sabes que soy amante de Galicia y que voy todos los veranos, te digo que en Galicia la herencia celta se ve en la calle. El culto a los caballos se ve en la Rapa das bestas, por ejemplo. Algunas casas todavía tienen muérdago encima de la puerta, para protegerse de las meigas. El orujo tiene un origen druídico. El culto a la muerte… Todo eso se explica por la presencia de los celtas en el extremo occidental de la península.

P: Galicia es, de hecho, la única región de España que tiene para ella un apartado exclusivo en el libro.

R: Pero eso es fundamentalmente por mi amor particular a Galicia. Yo soy gallego de adopción. Y también porque allí es dónde más restos arqueológicos hay de las culturas anteriores a Roma. Está plagada de castros celtas. Es donde más se nota. Como yo conozco muy bien la zona, he viajado mucho, todos los sitios de los que hablo los he pisado. No es algo que pueda decir del resto de lugares que saco en mi libro. No he estado, por ejemplo, en los Dólmenes de Antequera; ni en los del yacimiento del Telde, en Gran Canaria. Pero sí que he estado en todos los lugares gallegos de los que hablo.

P: Finisterre y Santiago tienen un peso todavía más radical que el resto.

R: Bueno, es que ahí hay un ejemplo evidente. Es decir, los griegos y los romanos creían que el Hades estaba más allá de las costas gallegas. En el lugar donde se ponía el sol. Existía también el mito del jardín de las Hespérides, donde se guardaban las manzanas de oro que robaría Hércules. También lo localizaban en el Atlántico. Por no hablar de la Atlántida, evidentemente. Todo eso son mitos. Y revelan su fascinación por lo que había más allá de la tierra civilizada. Por otro lado, yo creo que el Camino de Santiago, que es una peregrinación hacia los confines de Europa, guarda alguna relación con ese tipo de tradiciones que ya existían en la época de los griegos y los romanos. Sobre ese sustrato se desarrolla el Camino. Por supuesto, está mucho más ligado al cristianismo, a la historia de nuestro país, a la llegada de una serie de monjes franceses, a toda una serie de realidades históricas posteriores. Sin embargo, el sustrato parece estar ahí, como un asiento lejano.

P: ¿La evolución de las ciudades modernas dificulta el contacto con esa España mágica?

R: Yo diría que sí. La Revolución Industrial cambió nuestra forma de vivir. No hablemos ya de las nuevas tecnologías de la información. El hombre vive en una sociedad tecnificada. Heidegger vio perfectamente los peligros de la técnica. Gran parte de la sociedad europea ha perdido el contacto con el campo y con las fuerzas naturales. En esa medida, todo de lo que yo hablo en el libro es casi un vestigio del pasado. Las generaciones jóvenes ya no mantienen ninguna relación con esa España rural que todavía existía hace sesenta o setenta años. Pero yo no lo veo como algo necesariamente negativo. Es un cambio inevitable. Tampoco podemos mitificar el pasado. Las personas que habitaron Atapuerca rara vez sobrepasaban los cuarenta años. Las condiciones de subsistencia eran muy duras. ¿De qué morían? No morían de cáncer, ni de infartos. Morían de infecciones bucales. Eran muy vulnerables a todo tipo de infecciones. La técnica ha permitido que el promedio de vida en España sea de más de ochenta años. Es la técnica. La medicina, la arquitectura, la ingeniería, el urbanismo, la ciencia, la cultura. Las expectativas de vida se han alargado exponencialmente. Tampoco pretendo vender la idea de que los hombres que se agrupaban en las cavernas alrededor del fuego eran más felices. No defiendo una visión robinsoniana, ingenua, del hombre primitivo. Pero me sigue pareciendo interesante acceder a esas culturas y a esas otras formas de vivir.

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Cuartango acaba de publicar 'España mágica' | C.Jordá

P: ¿Qué nuevas tradiciones, qué rasgos culturales característicos legarán para el futuro las ciudades de hoy?

R: No soy capaz de responder a esa pregunta. El futuro es demasiado volátil e incierto.

P: ¿Hasta qué punto las tradiciones del pasado son igual de inciertas? ¿No hablan más del presente? ¿No las hemos reelaborado, rellenando nuestra carencia de datos con inevitables sesgos actuales?

R: Hombre, por supuesto. Muchos de los mitos del pasado se han transformado en los mitos del presente. Y mucho de lo que creemos tienen un origen demasiado arcaico. Ahora no creemos en los héroes griegos. Ya no creemos en Ulises, ni en Aquiles, ni en Heracles. Pero creemos en Cristiano Ronaldo y Leo Messi. Han aparecido nuevas formas de reencarnación de aquellos mismos valores. Lo que yo creo es que, en el fondo, el hombre tiene una cierta necesidad de lo absoluto. Y eso vale tanto para el pasado como para el futuro. Más allá de eso: ¿adónde nos va a conducir el mundo tecnológico en el que vivimos? Me resulta imposible saberlo. Hace un siglo hubiera sido igual de imposible predecir cómo íbamos a vivir los hombres en 2023.

P: Me han interesado sus artículos sobre la España templaria. Es un tema que desconozco completamente.

R: Es un tema desconocido, en general. Existen una serie de fabulaciones acerca de los templarios. Se piensa que eran una secta esotérica, pero no es verdad. La orden fue reconocida como tal a partir de las cruzadas. Luego, a finales del siglo XIII, fue prohibida por el Papa y por el rey de Francia, Enrique IV el Hermoso. Los templarios terminan siendo exterminados. El último reducto templario en la península, y probablemente en Europa, era el castillo de Monzón. Las tropas del rey Jaime II de Aragón entraron y apresaron al maestre templario, Berenguer de Bellvis. No lo ejecutaron, por cierto. Le torturaron, pero no pudieron demostrar que era un hereje. ¿Pero qué eran los templarios? Eran un grupo con un gran poder dentro de la Iglesia. Con una gran riqueza. Personas muy cultas. Tenían un conocimiento de las tradiciones clásicas que no tenían los nobles de la época, que eran esencialmente analfabetos. Yo creo que llegaron a ser una amenaza para el poder papal y para los reyes, y por eso decidieron acabar con ellos. Pero todo se reduce a una cuestión de poder, no a una cuestión religiosa. No eran herejes. No practicaban el satanismo. Eso es un mito creado posteriormente.

P: Eso conecta con otro apartado del libro: Brujas y malditos. Pienso en el caso de los agotes.

R: Es muy curioso ese caso. Ya no quedan en España restos agotes. Sólo en Bozate, un pueblecito que hay en Navarra. Hay especulaciones sobre su origen. Parece que vinieron de Francia, que fueron expulsados de allí. Se los llamaba cagots, cuya traducción podría ser algo así como "perros godos". Se establecieron en Navarra y en el sur de Francia. Fueron considerados un pueblo impuro y fueron marginados. Y esa segregación duró prácticamente hasta el siglo XX. Vivían en guetos, a la iglesia entraban por otra puerta y ocupaban un sitio separado, no podían dedicarse a la industria… Sólo se les permitía fabricar muebles y comerciar con miel. Estaban totalmente excluidos. Sus mujeres no podían casarse con los cristianos. En el XIX se redactó un edicto para darles derechos, pero durante muchos siglos fueron un pueblo apestado. Otro ejemplo son los chuetas, herederos de los judíos mallorquines. Fueron sometidos a persecución allí. Sufrieron un gran proceso de la Inquisición. Se les confiscaron sus bienes, se les expulsó y sobrevivieron en Mallorca excluidos en un gueto. Es otro ejemplo de un pueblo maldito que logró sobrevivir en condiciones muy adversas.

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El escritor, momentos antes de la entrevista | C.Jordá

P: Los judíos, los gitanos… Son pueblos que han vivido marginados allí donde se han establecido. ¿Por qué? ¿Cómo se puede llegar, por ejemplo, a un Holocausto?

R: Esas comparaciones son peligrosas. En la expulsión de los judíos de España, por ejemplo, además de religioso, existía un componente político. Los Reyes Católicos querían construir un Estado cristiano sin impurezas. Todo aquello que no podía ser asimilado con los orígenes cristianos, lo marginaron. La Inquisición estuvo muy ligada a la ortodoxia religiosa, pero también a la ortodoxia racial. Eran dos cosas que estaban mezcladas. El Holocausto es otra cosa. Es el culmen de la construcción de un discurso meramente racista, de exterminio. Tiene el punto común en la no aceptación de lo ajeno. Lo que pasa es que el nazismo exacerba ese sentimiento hasta el límite. Hasta el punto de asesinar a seis millones de judíos en cámaras de gas. Los Reyes Católicos no fueron tan crueles. El Holocausto, además, tiene el componente de la utilización de la tecnología. En fin, son épocas distintas, con mentalidades distintas. Me parece peligrosa la comparación, pero acepto que hay un fondo común.

P: No pretendía equiparar fenómenos a la ligera. Preguntaba acerca de la tendencia humana al tribalismo, para intentar entenderla sin prejuzgarla como algo detestable y quedarme simplemente ahí. Al final, tanto las víctimas del tribalismo como los victimarios lo practican, en mayor o menor grado.

R: Sí. Es el pan nuestro de cada día. Es la explicación de muchas de las guerras regionales que se han dado en el mundo.

P: Es difícil aprender las lecciones adecuadas de la historia, ¿no cree? Parece más sencillo utilizarla para justificar nuestros intereses del presente.

R: Lo que es muy difícil de evitar en la historia es el sesgo retrospectivo. Tendemos a juzgar lo que hicieron los Reyes Católicos, por ejemplo, con nuestros valores de hoy. Es absurdo. Y en España, por poner nuestro caso, se está utilizando la historia como un arma arrojadiza. La utiliza el Gobierno, con la ley de Memoria Democrática; y la utilizan también los nacionalismos. La derecha igual, aunque yo creo que menos, sinceramente. La historia… Vamos a ver: no existe una memoria histórica oficial. No podemos establecer una versión oficial de la historia. No podemos establecer una visión canónica de lo que fue la Segunda República y la Guerra Civil.

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Cuartango, en un momento de la entrevista | C.Jordá

P: Lo que se puede evitar, al menos desde una tribuna pública, es mentir.

R: Yo soy más benévolo que tú. Creo que quienes sueltan falsedades sobre la historia son ignorantes, no mentirosos. La figura de José Antonio Primo de Rivera, por ejemplo, tan en boga estos días, ha estado tan tergiversada a lo largo de las décadas que ahora nadie la conoce y, por tanto, sólo puede ser utilizada desde la ignorancia. Fue un líder fascista, indudablemente, se le pueden reprochar muchas cosas, pero no se le puede llamar genocida ni se le pueden achacar responsabilidades directas en el desarrollo de la guerra o en la dictadura que llegó después. Tampoco se debería obviar que intentó, desde la cárcel, establecer comunicaciones entre ambos bandos para detener la guerra; ni que sus últimas palabras fueron que su sangre fuese la última que se derramase en España. Quienes han utilizado su figura no están interesados en saber quién fue. Para ellos es una herramienta que sirve más o menos para sus intereses. Se trata de ignorancia, Luis, de desconocimiento de la historia.

P: Pero si son ignorantes quienes redactan y aprueban leyes de memoria, ¿qué seguridad tiene el ciudadano?

R: El error primordial es la utilización política de la historia, para empezar. Cuando los políticos se lanzan a utilizar la historia… es un error. La historia hay que dejársela a los historiadores. Te lo digo como lector de libros de historia. No debería formar parte de la agenda política. Esa es la gran lección de la Transición. Es la gran lección que nos dieron los padres de la Constitución. Yo tenía veinte años cuando murió Franco. Y todos éramos muy conscientes de que había que enterrar el pasado, la guerra y el franquismo, para construir una nueva sociedad basada en la reconciliación y en la democracia. Volver a resucitar todo eso, volver al sectarismo, al cainismo, a echarnos en cara lo que se hizo o no se hizo durante la Segunda República y la Guerra Civil, es un paso atrás. El problema añadido, además, es que lo que se ha rescatado es una historia manipulada. La guerra no fue una lucha de buenos contra malos, como intentan inculcarnos de forma más o menos explícita ahora. No lo fue. Hay que verla con distanciamiento. La guerra terminó hace más de ochenta años, el franquismo hace más de cuarenta. Deberíamos poder empezar a acercarnos a lo que ocurrió con una cierta perspectiva.

P: Ha dicho antes que reivindica la historia, las tradiciones y el pasado compartido para resaltar lo que nos une. ¿La voluntad actual de los regionalismos españoles es la misma?

R: No, desgraciadamente. Tienen mucho que ver las reformas educativas. Cada vez se estudia más la historia exclusiva de cada región, por ejemplo, pero separada de la historia común. Se obvian épocas históricas como la Reconquista o los reinados de Carlos I y Felipe II. Está pasando. Va ligado, de alguna forma, al debilitamiento de las Humanidades. Cada vez se estudia menos historia, menos filosofía. Y lo que se estudia se estudia de una forma… La última ley de Educación es un disparate. ¿Cómo vas a estudiar la historia de España desde Fernando VII? ¿Cómo vas a obviar la cronología a la hora de aprender de ella? La historia es un flujo. Hay que estudiarla con un método cronológico. Si no, no podrás entender nada. Pero nada. Para entender bien los reinados de Carlos I y Felipe II debes haber entendido bien lo que fueron los Reyes Católicos y los reinos medievales. Es evidente. Tampoco puedes entender bien la España medieval si no has entendido bien lo que fue la invasión árabe, la caída del reino visigodo de Toledo, la anterior presencia de los romanos, etcétera. No se puede entender en profundidad la Guerra Civil sin entender lo que fueron las Guerras Carlistas y la España que surgió de ellas. Tampoco digo que los jóvenes deban conocer al detalle cada acontecimiento, pero sí que deberían conocer lo que sucedió. Tener una idea de conjunto de ese flujo que nos ha traído donde estamos ahora. Estos días, me ha parecido ver en Twitter a algún tertuliano confundiendo la dictadura de Miguel Primo de Rivera con la figura de José Antonio, que era su hijo. Existe un nivel de conocimientos históricos en España que es estremecedor.

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