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Milan Kundera, el novelista del sexo antitotalitario

Kundera es de esos escasos escritores de los que se puede decir que cuando se toca uno de sus libros se toca al hombre que lo ha escrito. Ha pasado de ser acusado de ser cínico, pornográfico y antisocialista a ser menospreciado por cínico, pornográfico y antifeminista.

Kundera es de esos escasos escritores de los que se puede decir que cuando se toca uno de sus libros se toca al hombre que lo ha escrito. Ha pasado de ser acusado de ser cínico, pornográfico y antisocialista a ser menospreciado por cínico, pornográfico y antifeminista.
Libro de condolencias en Brno junto a una foto del autor de 'La insoportable levedad del ser' | EFE

Milan Kundera destacó como novelista, también fue poeta y ensayista. También, y esto tuvo un gran peso en su obra, opositor al comunismo, por el que tuvo que exiliarse de su país, Chequia. Kundera conocía bien el comunismo ya que había sido estalinista en su juventud, aunque ser comunista en aquel país y aquella época es como ser madridista viviendo en Chamartín. Su mayor éxito de crítica y público fue La insoportable levedad del ser, no solo el mejor título de la historia de la literatura, y casi que de la filosofía, sino un ejemplo paradigmático de cómo una novela de ideas puede combinar la excelencia literaria con el compromiso político y la reflexión filosófica. En 1984 me parecía imposible que tras el éxito de la novela, sobre el amor sencillo de una pareja sofisticada en mitad de la represión soviética de la rebelión de Praga en 1968, hubiese alguien que pudiese seguir participando de la pesadilla totalitaria roja. Pero, bueno, también esperaba que la gente dejara de fumar tras revelarse que las farmacéuticas habían falsificado informes médicos sobre lo tóxico del tabaco.

No es de extrañar que Kundera se exiliase en París. Su obra fue prohibida en su país y se reconvirtió en pianista de jazz. Otro poeta checo represaliado por los comunistas, Seifert, había escrito que prefería a un poeta francés que vomita a un poeta soviético que canta. Seifert había sido declarado por sus poemas "uno de los enemigos más grandes de la URSS" por denunciar que no hubiese libertad de expresión. Kundera, junto a Seifert y el también poeta Holan, eran de esa estirpe de poetas que se jugaban literalmente la vida por un verso que fuese bueno en todos los sentidos de la expresión (cosa que jamás nadie podrá decir de Neruda y Alberti, nuestros ilustres y cantarines poetas soviéticos).

Kundera es de esos escasos escritores de los que se puede decir que cuando se toca uno de sus libros se toca al hombre que lo ha escrito. Como escribió en un poema, ser poeta es llegar hasta el final

Ser poeta significa

llegar al final

al final del movimiento

al final de la esperanza

al final de la pasión

al final de la desesperación

Entonces solo cuenta

no una vez no una vez

o puede suceder que

la suma de vidas resulte

ridículamente baja

¡Cómo un niño te tambalearás

por siempre en una tablita de multiplicar!

Ser poeta significa

llegar al final cada vez

Si un eje de la obra literaria de Kundera era la política antitotalitaria, el otro lo era el sexo como rebeldía emancipadora. Entre su primera obra, La broma (1967) y la última, La fiesta de la insignificancia (2015), Kundera nos iluminó con humor y humanismo sobre la tragicomedia humana, la historia de unos primates que se creen dioses y cuya manifestación más obvia es el sexo, esa costumbre entre la mística y la pornografía que tan importante es en la imaginación liberal de Kundera.

"El clima erótico de Praga se había convertido en el único ámbito para la libertad y la autorrealización. Praga era una cárcel totalitaria pero también un paraíso erótico"

Ese paraíso erótico fue retratado como pocas veces en el cine en la versión que realizó Philip Kauffman con el trío formado por Daniel Day-Lewis, Juliette Binoche y Lena Olin. Tras el exito, vinieron La inmortalidad (1988), La lentitud (1998) y La identidad (1998) hasta que con La ignorancia (2000) comenzó un silencio puntuado con algunos poemas y pocas entrevistas.

Las mujeres de Kundera

De manera reveladora, Kundera no es bien recibido en la actualidad por la intolerancia heredera de la comunista, la ideología woke y queer igualmente puritanas. El retrato de las mujeres que hace Kundera se viene mal en un mundo donde el cuerpo de las mujeres es borrado y su mente se aliena con la ideología de género. Un autor que trataba el sexo como una fuerza de liberación no puede ser bien visto por las comisarias políticas actuales, que han sustituido el dogma de la lucha de clases por el mantra de la lucha de géneros. Si antes se le acusaba de burgués capitalista, hoy se le tacha de machista heterobásico. Nada nuevo bajo la crítica ideológica de izquierdas.

La obra de Kundera es la representación novelística más excelsa de lo que nos explicó otro antitotalitario, Emil Cioran, respecto a que todas las religiones son una cruzada contra el humor. ¿Y qué es el comunismo y lo woke sino religiones laicas? La feminista británica Joan Smith declaró que "la hostilidad es el factor común en todos los escritos de Kundera sobre las mujeres". Para cualquiera que haya leído los retratos de mujeres libres, lúcidas y corajudas de Teresa y Sabine en La insoportable levedad del ser llegará a la conclusión de que Kundera no es un misógino, pero Joan Smith sí que es una reprimida sexual con problemas de estreñimiento moral crónico. Kundera ha pasado de ser acusado de ser cínico, pornográfico y antisocialista a ser menospreciado por cínico, pornográfico y antifeminista. Cambian los colores de los censores (¡y censoras!), pero la censura en la izquierda sigue funcionando viento en popa, a toda vela, impulsada por la superioridad moral que no cesa.

En un sentido literario, la obra de Kundera puede resultar extraña hoy en día pero por la banalidad políticamente correcta habitual (que llevó a ganar el Nobel a la muy feminista y aburrida Annie Arnaux, pero no a nuestro escritor checo acusado de misoginia) y la narrativa dominante de estilo anglosajón, a años luz de los modelos centroeuropeos de Kundera, entre Kafka y Broch, menos narrativos y más reflexivos. Profundo en el fondo, ligero en la forma, Kundera recoge ese testigo centroeuropeo del que también fueron maestros en el cinematógrafo Lubitsch y Wilder. O, en la tradición literaria francesa que tanto admiraba y en la que fue como un injerto, Rabelais y Diderot, tan irónicos, tan insoportablemente leves, como las cosquillas y los soufflés, tan deliciosamente densos.

Milan Kundera falleció el martes en París. Hace pocos años el gobierno checo le devolvió su nacionalidad originaria que le habían retirado los comunistas. Tenía 94 años.

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