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Juan Cermeño

Al otro lado

Me ha gustado la canción de Íñigo. Es la desesperación del hombre moderno, endiosado y sordo de espíritu, que quiere oír mientras grita.

Me ha gustado la canción de Íñigo. Es la desesperación del hombre moderno, endiosado y sordo de espíritu, que quiere oír mientras grita.
Íñigo Quintero, durante su actuación en el concierto de Cadena 100 'Por Ellas'. | EP

Esta semana, un español alcanzó en solitario el número uno mundial de Spotify. Poco ha cambiado el éxito con los años, sí la manera de medirlo: atrás quedaron los cassettes en el bar de carretera y los CD inundando los centros comerciales, bienvenidos sean los clicks en las plataformas digitales. Siendo más prosaicos, y para entendernos, digamos que Íñigo Quintero tiene a medio mundo cantando "Si no estás".

Así se llama la canción de este joven coruñés, convertida en un presunto himno religioso. Presunto por partida doble porque los detractores del talento –ya decía Andrés Montes que éste siempre está bajo sospecha– no han tardado en pregonar a los cuatro vientos que la mitad de esas reproducciones son falsas vía argucias informáticas; religioso ya que, a raíz de la letra, se ha interpretado como un cántico de fe. Dediqué un rato estos días a confirmar el supuesto y no encontré declaración alguna –ni a favor ni en contra– por parte del autor o su equipo. Hábil maniobra: ande o no ande Dios involucrado, el hombre ha de labrarse un porvenir y esto del marketing es mano de santo.

Terminada la investigación acudí a la fuente: la letra de la canción. Y recordé, no en el estilo y las sutilezas del lenguaje, sino en su propósito, esas poesías místicas de Santa Teresa de Jesús o San Juan de la Cruz. En ellas, cuando no había referencias muy claras al de arriba, y leídas sin contexto, cualquiera podía pensar que llamaban desesperados a un amor perdido, a ese amado que desconocía su condición e ignoraba en su inocente vivir cómo aniquilaba por dentro a quien le amaba. Y quién sabe, quizás algunas de esas poesías no se escribieron pensando sólo en Dios.

La canción de Quintero me ha hecho pensar en la oración y la pérdida de fe. Hace unos días charlaba con unas buenas gentes sobre la providencia. A medida que la ciencia avanza, parece que Dios mengua. Ya no somos aquellos griegos temerosos de Zeus y hemos comprendido que, si hubo o hay algún ser superior, creó unas leyes físicas inmutables y un marco termodinámico que nos permiten someter y dominar el mundo.

Sin embargo, olvidamos con frecuencia que la auténtica providencia es la que Dios ejerce a través de nuestros corazones. Resulta paradójico: nos han creado libres hasta el punto de poder negar y rechazar al Creador, por lo que no parecemos una herramienta muy eficaz. Pero estamos hablando de un Dios débil y vulnerable, un Dios que permitió que lo ajusticiáramos. ¿Acaso hay mayor ejemplo de grandeza que un todopoderoso adoptando la miserable condición humana, renunciando a todo el ego y soberbia que podría abrazar?

En esa misma charla, dijeron una de esas cosas que creemos saber sin que resuenen en nuestra conciencia: rezamos para hacernos conscientes de que Él está al otro lado. Y tienen razón. Si no sabemos más de Él es porque se hace presente al abrazar su condición. Nosotros, tan humanos y enclenques, necesitamos poco para abrazar el ego, la soberbia y la suficiencia. Vivimos instalados en ellos sin darnos cuenta, para luego llorar a Dios y reprocharle su ausencia, predicando en el desierto. Por eso me ha gustado la canción de Íñigo. Es la desesperación del hombre moderno, endiosado y sordo de espíritu, que quiere oír mientras grita. Y me ha enseñado que quizá, si consigo parecerme más a Él, saldré de esa desesperante noche oscura del alma, atisbaré esa providencia tan esquiva y caeré en la cuenta de que Él está siempre ahí, al otro lado.

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